12

206 21 0
                                    


Narra Álvaro

Después de salirme con la mía y dejar a Lucía sin saber que decir, abro el congelador y saco un par de hielos, los envuelvo en una servilleta y me voy al sofá. Ella me sigue y, al igual que hace años, me echa la bronca.

—Igual si dejas de moverte y te estás quieto se baja la hinchazón del pie, que eres peor que un niño pequeño. —Resoplo. —¿Para qué te crees qué estoy aquí? Si quieres algo, solo tienes que pedírmelo. —Lo regaño.

—¿Lo que quiera? —Sonrío pícaro.

—Si tiene que ver con tu lesión, sí. —Me sonríe victoriosa. Casi me sale bien, casi.

—Vaya. —Me ha dejado sin palabras. —¿Me traes una Coca Cola?

—Tampoco te pases. —Dice mientras va a por ella y me la trae al instante. —No te acostumbres.

—¿Pedimos unas pizzas o me vas a hacer la cena? —Me río ignorándola por completo.

—No pienso cocinar para ti. —Hago un puchero y ella agacha la cabeza. —No pienso mirarte, no vas a convencerme. —Me vuelvo a reír y saco mi móvil del bolsillo.

—La pizza como siempre ¿no? —Ella asiente y se va. ¿Qué pasa ahora?

Encargo su pizza preferida y me levanto del sofá para avisarla, llevándome el hielo conmigo. Está en la terraza hablando por teléfono con, al parecer, Ale.

—No sé cómo comportarme. Todo lo que hace o dice me lleva al pasado. —Se hace el silencio mientras su amiga habla a través del auricular. —No voy a decirle que también lo echo de menos, Ale. —¿Qué? —Tengo que colgar. Ya te contaré. Adiós.

Me tumbo en el sofá lo más rápido que puedo y me pongo el hielo en el pie. Sale de la terraza y se sienta a mi lado sin decir nada. Quizás no está todo perdido.

—¿Con quién hablabas? —Pregunto intentando sonar curioso.

—Con mi madre.

—Sabes que mientes muy mal, ¿no?

—Sabes que eres demasiado cotilla, ¿no? —Contraataca.

—Touché.

El silencio vuelve a reinar en el salón, viéndose interrumpido tan solo por el sonido del timbre.

—¿Abres tú? —La miro divertido y siento como me asesina con la mirada antes de abrir.

—Unas pizzas medianas de jamón y queso. —Oigo decir al repartidor. —Cómo te las comas tu sola igual te empachas. —¿Está ligando con ella? Este todavía se traga los hielos de propina. Me levanto del sofá y me acerco a la puerta. Me va a matar, pero lo necesito.

—Oh, cariño. —Digo acercándome a ella. El repartidor se pone colorado. —Ya las llevo yo a la cocina.

—No, tranquilo. —Las lleva a la cocina y me deja a mí el marrón de darle propina a este hombre. Le pago y se la dejo muy a mi pesar, no obstante, la acompaño con una advertencia. —No vuelvas a ligar con mi chica. —Se va y cierro la puerta. En la cocina me espera una, posiblemente, cabreada Lucía. Deja de teclear en su móvil y me mira, después de guardarlo.

—¡Tienes que dejar de hacer eso! —Me grita. —Si a mí no me importa, a ti menos. —Intento excusarme, pero me corta. —No lo intentes.

Se sienta para empezar a cenar, sin esperarme. Tomo asiento y cojo un trozo de pizza para mí también.

Desde que no estás | Álvaro GangoWhere stories live. Discover now