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Narra Álvaro

Cojo a Hugo llevándomelo a la habitación, no sin dejar que Lucía le dé las buenas noches. Lo tumbo en la cama y ya me mira impaciente.

—¿Por dónde iba? —Le pregunto aun sabiendo la respuesta.

—El príncipe y la princesa querían empezar de cero y el hijo de la princesa tuvo un accidente y se quedó dormido durante muchos días. Ellos seguían juntos, pero la gente del pueblo no dejaba de hablar de ellos y la princesa cuando se despertó el niño no quiso hablar más con el príncipe.

—Pero el príncipe no se quiso dar por vencido y por mucho que le insistiese a la princesa, ella no quería volver con él. —Continúo.

—¿Por qué? —Me pregunta curioso.

—La princesa no quería que su hijo fuera el centro de atención de todo el pueblo.

—¿Y qué hizo el príncipe?

—Después de mucho pensarlo, decidió que lo mejor era irse de nuevo. —Evito que las lágrimas salgan por mis ojos. —Entonces, una noche se despidió de su hijo y de la princesa y al día siguiente se fue.

—¿Y acaba así? Eso no es un final feliz, Álvaro.

—Es feliz para la princesa y para su hijo. Ella podría rehacer su vida y él tener al padre que nunca tuvo.

—¿Y el príncipe?

—El príncipe iba a ser feliz si ellos eran felices.

—Me hubiera gustado que se hubiera quedado con su familia.

—Al príncipe también le hubiese gustado, pero a veces hay que tomar decisiones duras. —Suspiro. —Enano, no olvides que te quiero mucho. —Se lanza a mí y me abraza. —¿Me lo prometes?

—Te lo prometo.

Se tumba y al rato veo que está dormido. Vuelvo al salón y me acerco a Lucía que me pregunta que si estoy llorando a lo que pongo una excusa inmediata. Antes de que pueda contestarme la beso.

—Recuerda que te quiero. —Digo cuando me separo de ella. —Es lo mejor para todos.

Abro la puerta y me voy antes de que haga alguna pregunta.

Llego a mi piso y empiezo a hacer las maletas. Una vez hechas, las coloco al lado de la puerta de mi habitación y busco en internet un billete de vuelo a mi antiguo destino para después comprarlo e imprimirlo. Lo dejo encima de la mesilla y me tumbo en la cama sin evitar acordarme de ella.


Narra Lucía

Me dirijo a la habitación de Hugo y lo veo llorando abrazado a su peluche.

—¿Qué te pasa? ¿No te has dormido? —Me siento a su lado y le limpio las lágrimas.

—Papá cree que sí, pero... —No puede continuar la frase y me abraza.

—¿Cómo acaba el cuento Hugo? —Le digo mirándolo a los ojos.

—El príncipe se da cuenta de que si sigue allí sólo va a hacer daño a la princesa y a su hijo y decide marcharse para siempre porque piensa que es lo mejor para ellos. —Mis ojos empiezan a echar lágrimas. —Quiero decirle que sé que es mi papá. Igual así no se va. —Agacha la cabeza.

—Es todo muy difícil cariño.

—No quiero que papá se vaya otra vez. Tú le sigues queriendo. —Lo vuelvo a mirar y pienso en cómo es posible que me esté hablando así mi hijo con tan solo tres años.

—Intenta dormir Hugo, mañana será otro día. —Le doy un beso en la frente y me voy de allí no sin antes arroparlo y apagar la luz.

Al día siguiente levanto a Hugo a primera hora y lo preparo. Descuelgo el teléfono y llamo con urgencia a Mercedes.

—Cariño, ¿pasa algo?

—Sabes que sí. Necesito saber a dónde se va y a qué hora.

—No puedo decírtelo.

—Merce, por favor. No puedo dejar que se vaya.

Hugo me roba el móvil y se pone a hablar con su abuela. En una única frase, clara y concisa, consigue lo que a mí no me quería decir.

—No quiero que papá se vaya. —Le quito el móvil.

—¿Merce?

—¿Lo sabe? Lucía... Álvaro tiene que saber esto. No vas a llegar. Es el vuelo de primera hora. A las 9 y media. Va a Nueva York.

—¡Son las 8! No me da tiempo. Te dejo.

Veo como Hugo comienza a llorar y no se me ocurre nada más que llamar a Álvaro. Si no puede decírselo en persona, que al menos se lo diga a través de una llamada. Me cuelga el teléfono y decido probar suerte. Salgo corriendo con Hugo y conduzco lo más rápido que puedo. La de multas que me van a llegar.

Llegamos al aeropuerto y de refilón miro el reloj. Las 8:30 justas. Mientras entro y no Álvaro se va.

—No puede correr —Un agente de seguridad me frena

—Voy a perder mi vuelo a Nueva York —Me invento al instante.

—Ha habido complicaciones en el avión. —Un nudo se forma en la garganta. —El despegue se ha retrasado media hora. Vaya despacio. Puede esperar en esa sala. —Me señala un habitáculo al fondo.

Cojo a Hugo en brazos y corro hasta la sala con la esperanza de encontrármelo allí. Llegamos y me fijo en cada una de las personas que se encuentran allí. Ninguna es él.

—No está. —Hugo solloza en mi hombro.

—Perdonen, ¿alguien ha visto a un chico moreno y con barba salir de aquí? —Todos niegan con la cabeza.

—Yo lo he visto. —Dice una señora de pronto.

—¿Podría indicarme por dónde ha ido?

—Me ha parecido que iba dirección a la cafetería. —Me dice no muy segura.

—Muchas gracias. —La sonrío y Hugo me mira con tristeza y llorando. —Tranquilo cariño, lo encontraremos. —Le doy un beso en la frente y salgo de allí mirando hacia todos los lados sin ningún resultado.

Miro el reloj. Apenas quedan diez minutos y empiezo a creer que está todo perdido. Hugo llama mi atención.

—¡Allí! ¡Está allí! —Dice emocionado.

—¡Álvaro! —Grito provocando que se dé la vuelta.

—Lucía, ya te lo he dicho. Es lo mejor y lo sabes. —Grita desde lejos con la voz rota. Dejo a Hugo en el suelo y lo miro.

—No puedes irte.

—Dame una sola razón. Ya os he perdido, ¿qué más da? —Continuamos hablando a pleno grito en el aeropuerto atrayendo la mirada de varios curiosos.

Se hace el silencio de nuevo. Álvaro se gira y cuando empieza a caminar, Hugo consigue que se frene en seco.

—¡Papá, no te vayas!

Desde que no estás | Álvaro GangoWhere stories live. Discover now