Capítulo 4

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  Durante un par de segundos toda la atención se había centrado ante esos chicos, pero enseguida, poco a poco las personas fueron adoptando nuevamente la locura contagiosa de la atmósfera.

   Christine sacó otra botella del pequeño frigorífico, la destapó y la dejó de manera descuidada justo frente a mí.

   –Sólo bebe una –dijo animosa, a lo que rodé los ojos para luego dedicarle una mirada súbita.

   –Si bebo esta botella, automáticamente gano la apuesta –sentencié señalándola con el dedo índice.

   –Ganas la apuesta si la bebes mientras vas a bailar como si de verdad estuvieras disfrutando estar aquí –ella declaró casi al instante, y por el tono ansioso de su voz supe que éste era el momento decisivo. O lo tomaba o renunciaba. O ganaba dejándola sin palabras, o perdía quedando como la niña simplona que no se sabe divertir.

   Así que tomé la botella con aires retadores y le di el sorbo más grande que entró en mi boca. El líquido ardiente me recorrió la garganta y antes de darme cuenta ya me encontraba de pie y en dirección a la multitud de personas que habían perdido la sobriedad hace horas.

   La miré con una sonrisa triunfante hasta haberla perdido de vista y poco a poco fui dejando que la música irrumpiera en mis sentidos, acompañada por la adrenalina que me provocaba el alcohol. Todos a mi alrededor eran víctimas del ritmo y se movían acaloradamente como si fuesen los únicos en el lugar.

   Iba a arrepentirme de esto. Estaba segura. Pero aún así, ocultando mi intuición en el abismo más recóndito de mi mente, le di otro sorbo a la botella, y luego otro, y otro más.

   No sé qué había sido. Mis enormes ganas de salir victoriosa en la apuesta, el ambiente que hipnotizaría a cualquiera, o mis apresurados impulsos de terminar con esto cuanto antes. Pero después de un corto momento, ya me había bebido hasta fondo el envase de vidrio que hacía un rato estaba lleno de vodka.

   Las luces neón deslumbraban mi vista y me mareaban, por lo que cerré los ojos y solté la botella que se fue a estrellar en el suelo. El calor aumentaba gradualmente, y quizá eso comenzaba a afectarme en la cabeza, porque en vez de tratar de salir de allí comencé a moverme muy lento al ritmo de la música.

   Blame it de Jamie Foxx resonaba en mis oídos siendo el único ruido presente. Irónicamente la canción podía describir mi situación. En ese instante me pareció que lo mejor sería culpárselo al alcohol, y dejarme llevar. Los cuerpos a mi alrededor me rozaban la piel, animándome a aumentar la intensidad de mis movimientos. Mis caderas emprendieron un camino en zigzag y mis manos trazaban líneas invisibles en el aire. No sé cuánto tiempo continué así, quizá diez minutos, quizá más, cuando repentinamente sentí la presión de una mirada encima de mí.

   Al abrir los ojos me hallé perdida en un mar de personas. No había nadie conocido a mi alrededor. Volteé en todas direcciones disminuyendo de nuevo el ímpetu de mis movimientos, y durante varios segundos no encontré a nadie en especial, pero la extraña sensación siguió molestándome.

   Giré el rostro sobre el hombro, y fue entonces cuando dejé de moverme por completo al localizar a ese intimidante tipo de profundos ojos verdes del otro lado de la habitación. Se recargaba en la pared de brazos cruzados y me observaba con seriedad. Tenía una expresión fría y difícil de descifrar, pero a simple vista sólo parecía estarme mirando con mucha atención.

   Me giré y comencé a alejarme extrañada.

   Mi mente comenzaba a nublarse, tanto, que durante unos segundos olvidé a qué había venido. Caminé dificultosa entre las personas en busca de Christine y estuve perdida por ahí un buen rato, cuando en eso, muy repentinamente sentí una mano detenerme del brazo.

Damned ∙ libro unoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora