—Katsue.

—¿Qué? Es verdad. Me saca casi diez años.

—Es en serio, Hartland.

—Tranquilo, di Rigo —resoplé—. No sé qué te pasa. Sólo estoy mirando al maravilloso equipo del Kirkwood. Déjame vivir.

—Katsue Hartland, como tu capitán...

—Voy a dar la alineación para hoy —dijo el entrenador Sharp en voz alta. Todos se giraron para prestar atención—: delanteros, Víctor y Michael; centrocampistas, Riccardo, Katsue, Ryoma y Arion; defensas, Jean-Pierre, Aitor, Subaru, Gabi; portero, Samguk. Eso es todo.

Justo antes de comenzar del partido, se me insonorizaron los oídos. Sentía que el público gritaba y el comentarista hablaba, pero no lo oía del todo. Se sentía todo muy lejano.

Aitor me dio un apretón en el hombro.

—Vamos, Kat, a tu posición. Por ahora no eres defensa, ¿no?

—Ofensiva —murmuré—. Tienen una formación muy ofensiva.

—Deberías de decírselo a Riccardo —dijo, sonriendo—. Nosotros intentaremos pararles como podamos, ¿vale?

Asentí y troté hasta mi posición: medio campo.
Arion estiraba un poco las rodillas y los brazos antes de empezar mientras que Riccardo, más adelante, se fulminaba con la mirada con Bay.

El pitido del árbitro dio comienzo al partido.

Me quedé quieta unos instantes para ver lo que hacían. Michael se la pasó a Riccardo, que se la pasó a Ryoma y, el chico casi italiano, a Arion. Este último salió corriendo hacia el campo contrario, pero un chico albino del Kirkwood logró quitársela. Eso hizo que mis sospechas fueran ciertas: nos estábamos confiando contra un equipo que creíamos que estaba roto.

—Pero ¿qué pasa aquí? ¿No estabais peleados entre vosotros? —exclamó Riccardo, corriendo hacia un lado del campo.

—¡Sí, lo estábamos! Pero ahora es distinto —respondió Bay, corriendo a su lado y logrando cerrarle el paso—: ahora no jugamos ni por el sector quinto, ni tampoco por la revolución. ¡Jugamos este partido con nosotros mismos!

Riccardo dio un respingo. Entonces, Bay salió corriendo hacia nuestro campo y se la pasaron. Fruncí el ceño. No debía pasar.
Miré a la defensa: Aitor y Jp fueron hacia él para pararle, pero no funcionó. Bay se impulsó y pasó entre ellos sin problemas.

—¡Langford!

Un chico de pelo largo y cara de engreído recibió la pelota. ¿Lo peor? No había defensas ninguno para intentar detenerle.
Fue a chutar pero, de repente, las baldas de madera desaparecieron y en su lugar, salieron litros y litros de agua.

Jesús, María y José.

—¡Ahí está el famoso hundimiento del Estadio Balsa!

La impresión parecía ser general. Los dos entrenadores tenían una cara de sorpresa indescifrable.

—¿Este cambio tiene ese truco? —se preguntaba Beck Heath, del Kirkwood, con resentimiento.

Ambos equipos nos veíamos detenidos por un hundimiento tras otro. Así era imposible avanzar.
Me mordí el labio. Tenía que pensar algo, y no debía tardar mucho en hacerlo.

Tiempo después, el entrenador Sharp se puso el pie y llamó a Riccardo.

—¡Nishiki! —corrió al lado de Ryoma, para luego asentir los dos–. Hay que intentarlo.

¿Y a mí no me lo dice? Será cabrón.

—¡Vamos, nuestra nueva supertáctica! —exclamó en cuanto recuperó el balón de las manos de Samguk—. ¡Chicos, pases volantes!

Así que eso era.
La cara de terror de Langford no tenía precio.

Comenzamos a saltar y a pasarnos entre nosotros. No saltábamos para llegar a los pases, sino que pasábamos a los que saltaban. Estaba todo muy claro. Y ellos, al estar divididos en grupos de tres, nos hacían más fácil encontrar una ruta de pase.

Creía que nunca lo adivinarían, pues era una táctica muy compleja, pero mi mundo se fue al suelo cuando le vi a Bay un atisbo de sonrisa en su cara y ordenó que marcaran a Víctor y a Riccardo. ¡Así no llegábamos a ninguna parte!

Ya habíamos cometido el gran fallo, entonces: dejar de saltar y pisar el suelo.

—Contra esta pandilla, me basto y me sobro yo solo —comentó Langford, teniendo ya el balón—. ¡Cabello blanco!

Me cago en todo lo que se menea, que es un imperial.

Tiró y... ¿adivináis qué? ¡Sí! Metió gol.

Parezco Dora la Exploradora.

Apreté los puños. El Kirkwood se vio animado por ese primer gol, tanto que comenzaron a quitar balones una y otra vez. Bay, que antes se había negado a sí mismo a echarle la bronca a Langford por haber ido a su aire, se motivó e hizo el Triángulo ZZ, una evolución de una técnica antigua del instituto Kirkwood: el Triángulo Z.

En el descanso, pues lo normal. Un hombre con traje de Michael Jackson había venido de Italia sólo para ver a Ryoma. Sí, Kevin Dragonfly. Pero qué majo.

Cambiaron a Víctor por Ryoma, dejándolo de delantero. Me sorprendió mucho, a ser sincera. No me esperaba ese cambio.

Langford avanzó con su típica sonrisa de creído en la cara, la cuál se desvaneció cuando Víctor le arrebató el balón.

—No te lo tengas tan creído, chaval —le dijo.

Y yo... pues estaba a lo: turn down for what, turururuu.

Blade se la pasó a Ryoma, quien sacó su espíritu guerrero: Bravo Samurai Musashi.
Ay, ay, ay.

Y supongo que ya os imaginaréis lo que vino después. Ganamos tres a dos. Me sentía algo frustrada, pues ese día apenas había podido ayudar a mi equipo. Si eres la estratega, a veces eso te golpea.

—Espero que no llegaras tarde —me dijo Bay, mirando para otro lado en el túnel de vestuarios—. Siento no haberte despertado antes.

Hacía unos días, cuando fui a su casa, me había quedado totalmente dormida. Claro, que no se atrevió a despertarme hasta por la mañana. Y como llevaba el uniforme del equipo, había tenido que ir al albergue corriendo a ducharme y cambiarme. No había corrido tanto en mi vida.

—No, no te preocupes —sonreí levemente—. Un detalle por tu parte haberme dejado desayunar ahí. Ah, y creo que no te he dado las gracias por la cena.

—De eso puedes estar tranquila —me miró a los ojos—. Pienso invitarte todas las veces que quieras si ganáis el Torneo Imperial. Debes hacerlo por mí.

—Claro. De eso puedes estar tranquilo.

CCC Tokio [Inazuma Eleven Go]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora