Capítulo veinticinco

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—Oh... ¿Dices que ella le engañó primero? —Cambio de tema al anterior de manera abrupta.

—Sí, y demasiadas veces. Si Lucas no tuviera los característicos ojos grises, pensarían que no es un Monserrate —Suelta el aire en un ruidoso suspiro y sonríe con nostalgia-. Gabriel no sabe que tuve algo con su esposa, pero me odia por mentir ante un juzgado al decir que mi hermano no se acostó con Bonnie, cuando él necesitaba que yo testificara a su favor, para divorciarse sin darle nada a ella. Maldición, Bianca, estaba entre la espada y la pared. Por un lado, Arturo, que no quería perder a su familia y por el otro Gabriel —Su rostro se descompone hasta solo reflejar dolor.

Ay, Luciano. Jamás pensé que te doliera tanto la indiferencia de tu hermano.

Me acerco a él y lo abrazo con fuerza. Lo necesita, lo sé. El hijo —no estoy segura de eso— de Rhamil, me devuelve el abrazo con mucha más fuerza, casi al punto de romperme una costilla o asfixiarme.

—Me vas a fracturar la caja torácica... —mascullo sin aire a un lado de su cuello.

El de ojos esmeralda me suelta y me sonríe con timidez.

—Disculpa. Pero, no sabes el tiempo que tengo sin que nadie me abrace con sinceridad —farfulla, pero no es broma, su gesto de niño perdido me dice que es cierto.

¿Cuánto dolor se puede esconder detrás de una sonrisa? Luciano es un chico que sufre y tan solo ahora es que lo descubro. ¿Gabriel también sufre? Claro que sí, todo ser humano tiene su infierno personal.

Qué dramático se puso el ambiente de repente.

Me pongo en pie de un salto y me tomo de un solo trago la bebida que me dio el castaño, que resulta que es bourbon seco. La garganta me queda con una sensación de escozor y eso provoca que haga una mueca de desagrado y tosa; es dulce pero caliente. No suelo tomar alcohol, pero de vez en cuando no hace daño.

—Luciano, ¿te gustaría cenar en mi casa? —le propongo.

Él arruga el entrecejo y me ve interrogante.

—No he terminado...

—Para mí es suficiente. Qué ella lo haya dejado con dolor de cabeza por los cuernos que le puso, no justifica que él no me haya dicho que tiene esposa y un hijo. Qué me haya usado, mentido y engañado, nada justifica eso. Nada —declaro al mismo tiempo que realizo aspavientos con las manos.

—No lo condenes sin escucharlo —Me guiña un ojo y se levanta.

—Claro que voy a escuchar lo que tenga que decir, hasta juro cortarle la lengua de último para oír toda la explicación. Pero, no pienso volver a verme con él —Enrollo una bufanda a mi cuello mientras hablo y me coloco unos guantes azules—. No pienso tener algo con un hombre casado.

—Legalmente Jhatkim no esta casado aquí en América, solo en Europa. Así que se puede decir que... ¡Auch! —se queja cuando un misterioso zapato volador impacta en su hombro.

—Ah, cállate y pasame mi bota —pido y estiro mi brazo con la palma hacia arriba.

—¿Te molesta si de camino a tu casa hago una parada en la de mi hermano, Arturo? —pregunta y yo niego con la cabeza—. Pues vamos, Arturo tiene mal genio y ahora más que vino a Canadá por nada.

Los dos salimos y nos dirigimos a las escaleras. Prefiero los ascensores, y más cuando el frío congela mis articulaciones, pero la caja metálica está descompuesta. Gracias a los dioses que son solo cinco pisos, pobres los que viven en el piso veinte.

Caminamos en silencio por el helado estacionamiento subterráneo que tiene ese aspecto de película de terror, hasta llegar a donde esta su camioneta. Quita los seguros y se monta. Bufo y hago lo mismo. Debo admitir que Gabriel me mal acostumbró a que siempre él abría y cerraba las puertas.

—¿Luciano, por qué dices que tu hermano vino por nada? —interrogo en medio de un silencio profundo.

¿Algún día se me quitará la costumbre de hablar para romper los silencios incómodos? Lo dudo.

—Arturo es maratonista y vino por una carrera llamada Corre por tu vida. Asistió a casi todas las realizadas en América del sur y ahora venía por la realizada aquí, pero la aplazaron por las fuertes nevadas y esas cosas... —responde con la mirada puesta en la carretera.

—¿Y para cuándo la dejaron? Yo también voy a participar y cuando la retrasaron hace dos semanas aún no tenían las nuevas fechas —interpelo.

Aunque, en realidad, lo que quiero saber es cuando llega el árabe, ya que él dijo que le pediría a su amigo que aplazara la carrera hasta que él llegará, y lo consiguió.

—Para febrero —contesta.

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