Capítulo veinticinco

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—Gabriel nunca se ha enamorado... Te aseguro que llegué a pensar que era un robot o extraterrestre, pero alguien ablando ese duro caparazón y ese fue su hijo, y claro, una chica con cabellos llamativos... —La mirada del castaño se clava en mí y yo desvío la mía a la pared, donde visualizo una pequeña foto de tres niños—. Bianca, tal vez lo estoy defendiendo... Aunque se lo merece y se lo debo; pero Gabriel siente algo por ti y algo fuerte, lo malo es que el escarabajo ese jamás ha sentido algo parecido, por eso no sabe comportarse.

—Aja, y Lucas se hizo como... ¿La cigüeña existe ahora? —digo con sorna y ruedo los ojos.

—Es hombre y vivir con un mujer por un año, una que es hermosa y casi ninfómana... Por dios, él no se iba a mantener en abstinencia —responde como sí fuera lo más obvio.

Lo único obvio aquí, es que soy la otra, la amante. No llegué a hacer nada con él, nada sexual, pero está casado y los hombres casados se vuelven invisibles, punto.

—Ella esta enferma, Luciano, ¿y sí lo ama? ¿Y si esta sufriendo con saber que él la traiciona? —señalo entre una mezcla de molestia y compasión.

Demonios, odio sentirme así.

—Bonnie no lo ama. Ella solo ama a todo aquel que tenga un buen paquete que la penetre —dice y luego abre y cierra la boca al notar que dijo esas crudas palabras al frente de una chica de diecisiete años.

—Mucha información...

—Disculpa pelirroja, no medí mis palabras —Me mira con cara de cachorro, pero luego abre la boca para seguir—. Esa... Dama, después de una semana de casada se acostó con otro, aprovechando que Gabriel estaba en Marruecos por unas minas de oro que recién había adquirido. Esa mujer lo siguió engañando por los cinco meses siguientes a su boda, con ese mismo hombre.

—¿Cómo sabes eso? —acoto y él solo levanta la vista como sí el techo de repente lo fuera llamado—. Fuiste... ¿Tú? ¡Tú te acostaste con la esposa de tu hermano! ¡Por eso él no quiere que me acerque a ti!

—En mi defensa diré que no fui yo... En esos meses —declara con las mejillas sonrojadas y se rasca el cuello—. Sí me acosté con ella, lo admito, diría que lo ha hecho todo hombre en Europa. Pero con el hombre que engañó a Jhatkim por cinco meses no fui yo, fue mi hermano.

Bufo y pongo cara de desconcierto.

¿Su hermano? Pero su hermano ya no está casado con ella, como se... Esperen, ¿hay un tercer hijo Monserrate?

—¿Son tres. Tres hermanos?

—Oh no. No. Es solo mi hermano, no de Gabriel, ni mucho menos hijo de Rhamil... —Lo interrumpo.

—¿No eres hijo de Rhamil? Pero sí tienes el apellido Monserrate... —Está vez él me interrumpe a mí.

—¿Quién te dijo que soy un Monserrate? —cuestiona y arquea una ceja.

—¿No lo eres? —Okey, me perdí; esto me recuerda a un ejercicio de matemática y juro que no sé porqué.

—Sí, lo soy. Pero eso no significa que sea un Monserrate legítimo, no tengo los característicos ojos grises de esa familia —habla con sequedad, dando un claro mensaje de que ese tema ya está terminado.

Convénceme ©Where stories live. Discover now