Cap23

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Entonces, la cajuela se abrió y sentí unos brazos estrechándome y jalándome fuera de esta. Yo conocía esos abrazos, conocía su aroma, su contacto cálido. Lo volteé a ver y entonces mi expresión se desvaneció cuando lo vi completamente demacrado, los párpados caídos, tenía el labio roto y una herida en su cabeza hacía recorrer su sangre del cráneo hasta a mitad de la sien y seguía escurriendo.


—Me... me golpearon con la... con la pistola. — Murmuró, ni siquiera podía hablar, pero aún me tenía abrazada, sus brazos alrededor de mi cintura. Yo suspiré y me puse de puntas para poder recargar mi mejilla en su hombro. — Huyeron.... Jolene. No creo en Dios, pero te juro que vi al demonio en los ojos de esa mujer. — Su voz era un hilo y yo me separé poniendo su mandíbula en mi mano, él reclinó la cabeza ante mi contacto.

Ahora había obscurecido, pero en sus brazos me sentía tan segura... Aunque no dejaba de tener miedo, miedo por él, miedo por mí. Miedo por... por nosotros.

Volteamos al auto, el pantano casi se lo había tragado por completo, me sentí avergonzada por haberlo conducido por este camino. Lo volteé a ver y él no parecía darse cuenta de la realidad, cuando despertara iba a meterme en un gran problema, pero el problema es que estaba agonizando, no podía dejarlo así o iba a morir.

—Vamos. — Le dije poniendo su brazo sobre mis hombros. — Vamos, debe haber alguna casa por aquí. — Gruñí mientras avanzábamos.

—Dios, Jolene. — Se burló. — Estamos en medio de la nada... ¿Tú crees que...? — Entonces se cayó y miró al cielo, yo lo vi. — Veo humo. — En serio ahora sí estaba muriendo. — Jolene... — Apuntó hacia el cielo y yo lo volteé a ver. — Jolene, es humo de una chimenea. — Tosió. — Hay una casa no muy lejos.

Asentí y lo seguí jalando por todo el camino.


Era una casa modesta, de dos ventanas. Era cuadrada y parecía sólo el dibujo de un niño de kínder, la puerta era circular y no me inspiraba mucha confianza, pero tampoco quería ver a Michael morir, así que me acerqué con él arrastrándolo y toqué la puerta.

Una mujer robusta y de expresión maternal abrió la puerta, tenía lentes de media luna y los ojos cerrados.

—Disculpe... — Murmuré. — ¿Podríamos usar su...?

—Visitantes... — Dijo empujando los lentes por el puente de su nariz.

—La verdad no nos vamos a tardar mucho. Sólo....

—Visitantes. — Repitió y yo asentí.

—Señora, sólo necesito su teléfono...

— ¡Visitantes! — Gruñó y se acercó demasiado a mí, su nariz casi tocaba la mía. — ¡Visitantes! ¡Visitantes! ¡VISITANTES! — Gritó.

— ¿Sabe? Disculpe por molestarla. — Me empecé a ir, pero cuando lo hice, la señora me tomó del brazo y me jaló de nuevo hacia ella. Entonces, Michael cayó al piso inconsciente. ¿Cuánto tiempo había estado dormido?

—¿No pretendes dejar sola a una dulce ancianita, verdad? — Dijo riendo y asomó sus dientes, que resultaron parecer los mismos que la loca mujer. — ¿Por qué no pasas y te nos unes, bonita?

Y dicho esto, me jaló del brazo y con una fuerza que no sé dónde sacó, me metió dentro de la casa, azotándome con la pared y recibiendo un fuerte golpe en la cabeza, lo último que vi fue la anciana pateando a Michael fuera y cerrando la puerta poco a poco. Mi vista se nubló.


Mis ojos se abrieron poco a poco, pero mis párpados pesaban y mi cabeza punzaba en la parte de atrás. Quise mover mis manos, pero estaban atadas a una silla, luego sentí el aliento de alguien en mi cuello y volteé rápidamente, me encontré con la anciana.

—Bonito cabello. — Me dijo riendo y yo no respondí, examiné la casa. — Bonito cabello. — Rió enrollando su dedo gordo y arrugado por un mechón. — Yo siempre he querido tener un cabello así. — Murmuró.

Entonces, poco a poco se volteó y de la nada, volvió a encararme y jaló un mechón de cabello haciéndome caer al suelo con un grito de dolor. En el piso, sentí como esa parte de mi cabeza estaba pulsando y yo me llevé la mano a esa parte, sentía la sangre palpitando y creía que en un momento a otro, se me iba a caer.

La anciana se encuclilló mirándome a los ojos y de ellos salían lágrimas, pero no causé ningún sonido, sólo las lágrimas cayendo incesablemente por mis mejillas.

—Pero ¿Por qué lloras, mi amor? — Preguntó; en su cara se veía tristeza, verdadera tristeza y eso me hizo enojar. — ¿No estabas feliz hace un rato? Ya van a venir los invitados.

—Invitados... — Murmuré en mi dolor.

—Sí. Para la fiesta de té... — Asintió y yo vi que estaba loca, realmente loca. Suspiré, cerré los ojos y pensé como hubiera pensado Michael en este momento. ¿Qué diría Michael en este momento?

—Abuela... — Murmuré. — Abuela...

— ¿Sí? — Sonrió ahora. Esto estaba funcionando.

—Abuela.... — Repetí. — Un muchacho vino conmigo, él...

—De seguro es el noviecito que tienes ¿verdad? — Me reprendió y entonces se paró del suelo. Se sacó el cinturón de su falda café y entonces, cuando sentí el contacto del cuero en mi espalda, ahogué un grito abriendo los ojos de par en par. — ¿Qué te he dicho de andar con ese plebeyo? — Me gritó y yo asentí en lágrimas, entonces, de nuevo otro golpe. — No es bueno para la realeza.

— ¿Qué hiciste con él? — Lloré.

—Se lo di al conejo para que hiciera con él lo que le plazca. — Entonces fue a la cocina y de ahí la oí canturrear. — Ahora.... ¿Quién quiere un poco de té?

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