Cap1

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—No sé nada — Murmuré con la expresión en blanco, mirando mis muñecas esposadas. Jugué con mis dedos rascando el esmalte color negro.

— ¡Dinos que viste! — Gritó golpeando la mesa y me odié a mí misma por sentir miedo por este obeso con colesterol alto.

— ¿Quieres saber que vi? — Gruñí levantándome y agarré su camisa en mi puño. — Lo vi tirado en la alfombra del estudio, tenía un charco de sangre alrededor y un agujero en la cabeza. Justo aquí — Dejé su camisa y toqué en medio de su frente. — Pedazos de cráneo habían volado por todas las paredes, pintándolas de un carmesí enfermo. — Dije y lo miré a los ojos. — Ahora. ¿Me vas a dejar salir, o tendré que decir lo mucho que me has maltratado?

—No lo he hecho — Dijo. Su nariz se fruncía a causa del enojo.

—Soy la única testigo, el juez me protegerá más a mí que a usted. — Dije arqueando la ceja. — Así que por favor. Déjeme salir.



Sonreí mientras salía de la comisaria, tallándome las muñecas hasta que choqué con alguien, tenía una camisa negra pegada al cuerpo y unos pantalones de mezclilla del mismo color. Lo miré de pies a cabeza, su atuendo lo hacía lucir tan... sexy.

—Fíjate por donde vas, idiota — Dije ocultando mi fascinación al verlo.

—La que te tienes que fijar eres tú, hermosa. — Contestó y apuntó con la barbilla de nuevo a la comisaria. — No será que te vayan a regresar allá dentro.

— ¿Gracias a ti? — Me burlé pasando una mano por mi cabello.

—Gracias a tu prepotencia — Contestó y yo sonreí cruzándome de brazos. Lo miré de nuevo de pies a cabeza.

— ¿Siempre tienes que tener la última palabra, no? — Le disparé y él se rió alzando levemente la comisura de sus labios. — ¿Tanto necesitas molestarme?

—Siento ser yo el que te diga esto, preciosa. Pero no todo es sobre ti, mi amor. — Dijo y se pasó de largo dejándome atrás.

Podría sentir que mi mandíbula llegaba hasta el suelo gracias a este hombre. Apreté los labios y observé a la gente. Sacudí la cabeza y fui tras él.

Pero antes que pudiera siquiera tocarlo, me volteó pegándome a la pared de concreto. Mis dos muñecas estaban en su mano, pegándolas a lo alto del cemento. Los brazos empezaban a dolerme.

— ¿Eres persistente, no? — Murmuró demasiado cerca para estar cómoda.

—Suéltame. — Gruñí. Ahora mis brazos dolían de verdad. Su otra mano está a un costado impidiéndome salir corriendo.

Me pregunto cómo nos veríamos en este momento, una adolescente rebelde y un hombre no muy mayor con ropa pegada tomándome de las muñecas... increíblemente fuerte.

— ¿Qué quieres? — Pregunté. Mi cara estaba empezando a ponerse roja del esfuerzo, lo sentía.

Miro hacia arriba, entonces, soltó mis brazos y se fue caminado tras susurraba dos palabras: "Desaparece, Jolene".



Mientras caminaba hacia la escuela de nuevo, me acordé de aquella sesión con mi psicólogo hace tiempo.

—Tienes que dejar de ser tan orgullosa, Jo. — Me apuntó con su dedo tembloroso y arrugado. Entonces, mientras se acomodaba los lentes por el puente de la nariz, siguió. — Algún día llegará alguien que sea mejor contestándole a la gente que tú. Y cuando te gane... dolerá... de verdad.

Recuerdo contestarle algo cómo: "Así es la vida, Tom"

Él negó con la cabeza y puso sus ojos en la tableta. — Recuéstate, Jolene. — Obedecí mientras cerraba los ojos, esta era mi parte favorita de la terapia. — ¿Si murieras mañanas, morirías completamente feliz?

—Diablos, sí. Que me tomen cuando quieran, no le temo a nada — Reí. Pero luego abrí un ojo viendo a Tom sacudir la cabeza con una sonrisa en el rostro. — Ya. Pero en serio... No. No moriría feliz.

— ¿Y por qué sería eso?

—Tengo muchos sueños que cumplir, Tom. — Suspiré. — Tengo que ganarme la inmortalidad.

Él tomó mi mano, era el único que me tomaba en serio. — ¿Cómo ganarías la mortalidad?

—Haciendo mi nombre reconocido. Todas las personas del mundo deben saber quién es Jolene Montgomery — Sonreí extendiendo mis manos al aire.

—Vas a llegar muy lejos, Jo. — Murmuró el anciano sonriendo. — Porque eres especial. — Abrí los ojos y me senté encarándolo. — Tienes esto — Apuntó a mi cabeza. — Tienes belleza y sobre todo... — Puso una mano en mi pecho. Parpadeó, sus ojos estaban tan arrugados que parecían estar cerrados siempre. — Tienes un alma muy noble y tú, Jolene Montgomery... Ya eres inmortal en mi corazón.

Llegué a la entrada de la escuela, cómo despertándome de un trance, aventé la mochila al piso, se empezaba a nublar, pero no me importaba. No me importaba llegar tarde a clase, había perdido a mi mejor y único amigo, a la persona que podía confiar realmente.

Pateé la mochila haciendo berrinche pareciendo una niña tonta, me jalé el cabello mientras las lágrimas escurrían de mi rostro. Ahora había empezado a llover, me tiré al suelo abrazando mis rodillas... Llorando, mis lágrimas se confundían con las gotas de lluvia por toda mi cara, pero la sentía como si estuviera quemándome a su paso.

¿Por qué? ¿Quién hubiera tenido el alma tan negra para matar a alguien cómo Tom?

Hace unas horas yo estaba aquí llorando de la misma manera, él llegó enfermo, anciano y bajó la lluvia me abrazó y me dijo "Vales la pena".

Pero ya no había abrazos, no había nadie... Nadie iba a venir a decirme que todo iba a estar bien, porque no lo iba a estar.

Tom se había ido y una parte de mi corazón con él.


Mientras entraba a la escuela, secaba mis lágrimas, mis ojos ya no estaban llorosos, recordé la frase que me dijo hace unos meses "Está bien, no estar bien":



Cuando entré al salón, todos me observaron, la noticia se había esparcido obviamente. Tragué saliva y caminé hacia mi lugar preferido. La chava que estaba ahí quitó sus cosas y se fue rápidamente dejándome mi lugar.

— ¿Cómo estás? — Preguntó alguien junto a mí. Reí, no les importas realmente, sólo quieren enterarse. Me volví hacia él y sonreí.

—Perfectamente.

Entonces; la puerta se abrió con la directora y la maestra guardó silencio. Me solicitó y salí, no se molestó en regañarme por mi uniforme desarreglado.

— ¿Cómo estás?

—Perfectamente. — Contesté.

—Tienes terapia. — Me dijo en tono suave y yo volteé a verla confundida.

—No me toca hasta tarde. — Murmuré y ella asintió y me miró. — No me mire así — Reclamé — No sienta lástima por mí — Tragué saliva. — Sé donde está el camino.

Caminé por el enorme pasillo, la música de la lluvia me acompañaba y era tan... inspirador. Toqué la perilla y muchos recuerdos vinieron a mi mente... Desde la primera vez que vine hasta... hasta el último día.

Sentía miedo. ¿Qué iba a hacer ahora? Tom era mi única familia.

Abrí la oficina y todo estaba exactamente igual, no habían movido nada de Tom. Entonces la silla detrás del escritorio se volteó y lo vi, al de antes... el idiota. ¿Cómo se atreven a reemplazarlo con eso?

—Increíble — Se rió parándose — Esto será interesante.

— ¿Qué haces tú aquí? — Reclamé queriendo despertar ya de este horrible sueño.

—Soy tu nuevo psicólogo, amor — Sonrió. Odio amar su sonrisa.

—Deja de engañarme. No eres ni dos años mayor que yo — Acusé — Imposible que hayas cursado una carrera. ¿Quién eres?

Él rió de nuevo y con un ademán me invitó a tomar asiento de nuevo. No le hice caso. — ¿Eras muy cercana al Sr. Waldorf?

Fruncí los labios cruzándome de brazos. — Lo necesario — Contesté.

— ¿Cómo estás?

Volteé los ojos exasperada. — Parece que esta es la pregunta del día. ¿¡Cómo coños voy a estar?! — Grité sintiéndome furiosa. — Acabo sólo hace unas horas de ver a mi psicólogo muerto con la cabeza destrozada. ¡¡¿¿Y a la gente se le ocurre sólo eso??!!

Él asintió. — ¿Lo extrañas? — Murmuró observándome. — De seguro lloraste su muerte ¿lo hiciste? — Preguntó calmadamente, mi corazón latía muy fuerte. — ¿Quisieras morir? — La última pregunta me hizo arquear las cejas. — Dame tu brazo. — Extendió la mano y yo bajé la manga de mi blusa. Negó con la cabeza, caminó hacia mí, alzó la manga y observó los cortes. — Esto es de cobardes — Dijo inusualmente enojado. Fruncí el ceño sintiéndome avergonzada. ¿Se habrá dado cuenta en la mañana? — Cuando tengas ganas de morirte, no alborotes tanto: Muérete y ya.

Yo abrí los ojos como platos, por primera vez, no sabía que decir.

Me miró a través de sus lentes para ver, los cuales no traía esta mañana. Lo veía realmente afectado. Junté mis manos y lo observé. Se dio la vuelta y se recargó en su escritorio dándome la espalda.

Dudé, pero me acerqué a él, dudando puse una mano en su hombro e incliné la cabeza para ver sus ojos, no estaban llorosos, pero a punto. Dios mío...

— ¿Qué pasa? — Pregunté — ¿Quién eres? — Ahora estaba curiosa.

Él tragó saliva y suspiró recuperando su compostura. — No me pagan para hablar de mí, Jolene. — Susurró volviendo a la silla. — Pero supongo que me puedes llamar Michael.

EUPHORIAWhere stories live. Discover now