Capítulo 1: Tiempos Oscuros

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 El Rey estaba sumamente preocupado y angustiado. Su amada esposa estaba dando a luz. En otros momentos hubiese estado eufórico, exultante, iba a ser padre por primera vez. Su hijo o hija que estaba a punto  de nacer, llevaría la pesada carga, pero al mismo tiempo el enorme privilegio de portar la corona del Reino, cuando llegara su debido momento.

    Tenía el honor de ser el Rey de un pueblo, noble, leal, trabajador e industrioso. Recordaba los tiempos gloriosos de prosperidad y paz que hubo durante muchos años de su reinado. Tiempos donde nadie pasaba escasez, donde reinaba la armonía, cuando eran un pueblo admirado y respetado por todos los Reinos vecinos.

   Pero ahora, tal cómo le advirtió su padre muchos años atrás antes de morir, el mal llegaría.

La ambición, el orgullo, las ansias de poder, de dominio sobre otros, de riquezas, de placeres y tantas otras debilidades humanas, harían que algún día en su amado reino, llegaran tiempos sombríos.

Ni siquiera, los  que siempre habían protegido el Reino, los Dragones blancos, fueron capaces de contener el mal.

   Los guerreros del lejano Reino de Morgh, eran implacables en la destrucción y conquista de otros Reinos.

   Ahora, estaban atacando las afueras de la fortaleza, pero pronto llegarían hasta el mismísimo Castillo del Reino de Ehazur.

Los enemigos contaban con una fuerza formidable de destrucción, una raza de dragones feroces y destructivos, los conocidos Dragones negros de lomo rojo. Estos les abrían el camino arrasando lo que se encontraba a su paso.

     Los sonidos de la batalla eran cada vez más intensos, los nobles guerreros de Ehazur, no podrían resistir mucho tiempo más.

     Los dragones blancos también estaban librando su propia batalla contra los dragones enemigos, pero estaban en desventaja debido a que los superaban en número y ferocidad.

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     Ajena a lo que sucedía alrededor, y protegida momentáneamente por el cobijo que le ofrecía el   vientre de su madre, una criatura humana, intentaba con todas sus fuerzas salir al mundo exterior.

  Poco tiempo después, desde la sala contigua donde las mujeres atendían el parto de la esposa del Rey se oyó el llanto de un bebé.

— Felicidades, majestad es usted padre de una preciosa niña — le dijo una de las mujeres que habían ayudado en el parto, al salir de la habitación.— Pronto podrá ver a su mujer y a su hija.  Ha sido un parto largo y difícil, pero por fortuna al final todo ha salido bien. Estamos aseando a la niña y atendiendo a su esposa.

    De repente un gran silbido se oyó por encima del castillo, seguido de un gran estruendo. El muro de la parte norte del castillo se desplomó en segundos, invadiendo todo de una gran polvareda, que avanzaba a gran velocidad. La gran piedra lanzada desde una de las catapultas de los invasores, había impactado con un golpe certero.
    Seguidamente un fuego se empezó a propagarse con rapidez. Los chorros de fuego lanzados por los dragones negros, completaban el trabajo de las fuerzas enemigas.

    No había tiempo que perder. El Rey entró rápidamente en la estancia donde estaban su mujer y su hija recién nacida. Allí se encontró con la Reina, visiblemente débil y agotada. Agarrada a su pecho estaba la pequeña, intentando succionar su alimento.
Las mujeres que la acompañaban estaban aterradas por lo que estaba sucediendo y ahora que el Rey había entrado allí, ellas huyeron despavoridas intentando salvar su propia vida,  y abandonando a su  Reina.
Al ver a su esposo, la madre retiró a la niña de su pecho y se la entregó con cuidado. El Rey cogió a su pequeña con mucha delicadeza con sus fuertes manos  y se la acurrucó entre su pecho y su hombro.

— Vamos, rápido, hay que marcharse, el Castillo no aguantará mucho más en pie —Instó angustiado el Rey a su mujer.
—¡Sálvate, tú y salva a nuestra hija!,  yo estoy demasiado débil y solo seré un lastre para vosotros.
— No, no te abandonaré, vamos levanta, yo te ayudaré a...— Antes de que pudiera acabar la frase el Rey, empezó a temblar todo, otra de las grandes piedras había hecho impacto mucho más cerca de donde se encontraban ellos. Ahora, una parte del techo se derrumbó, cayendo sobre el cuerpo ya  debilitado de la Reina, antes de que su amado pudiera hacer nada para impedirlo. Intentó en vano sacar a su esposa de entre los escombros con la mano que le quedaba libre, pero el suelo sobre el que estaba se estaba abriendo, y si no salía de allí rápido, moriría también el y la niña.

Con lágrimas en el rostro, arrodillado  suplicó a su amada esposa que le perdonara por abandonarla, aunque él sabía que muy probablemente ella ya no estuviera con vida.
Se levantó y corrió lo más rápido que pudo, protegiendo con su cuerpo a su pequeña de los escombros que caían a su alrededor,  y que estaban lastimando su espalda, con cortes profundos que empezaban a sangrar.
Entre una gran nube de polvo  rojiza y caliente por el fuego, sin apenas ver nada,  logró salir del castillo haciendo un esfuerzo casi sobrehumano, corriendo hacia el bosque para salvar a su pequeña.

Después de haber recorrido unos cientos de metros adentrándose en el bosque, donde también se estaba libraba una atroz batalla, una flecha perdida se incrustó en un costado de la espalda  del Rey. Este continuó caminando mientras  sus fuerzas le acompañaron, hasta salir a un claro del bosque, y allí detrás de una gran roca, se escondió con su pequeña. Entonces puso sobre la ropa de ella, la insignia que indicaba que pertenecía a la realeza, para cualquiera que la encontrara, (en caso de que la niña lograra sobrevivir) lo supiera y a su debido tiempo llegara a recuperar el trono que le correspondía como Reina de Ehazur. Después de eso, el Rey acurrucándose al lado de ella, se puso a cantarle una bella canción de nana, con el hilo de voz que le quedaba hasta que la vida gradualmente le abandonó.

Dragones Blancos (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora