— Me sentía un poco mareada—miento esperando que no siga haciendo preguntas que me incomodan.

— Vaya...¿qué ocurrió en el armario con Mikhail Janssen?—pregunta en tono aniñado y emocionado a la vez mientras sus ojos se apartan de la carretera para mirarme.

¿Por qué tenía que ser tan preguntona?

— Nada que me interese recordar—digo sientiendo una sensación amarga en mi boca.

Me gustaría decir que lo que sucedió en el armario con Mikhail había sido algo digno de recordar, quizás una comoda y alegre conversación sobre algunos de nuestros gustos o quizás un silencio pasmoso pero a la vez reconfortante, pero lo que realmente había sucedido esa noche, en el armario, había despertado el miedo en mí. No entendía su comportamiento tan repentino, esa drástica ruptura entre una emoción tan distinta a otra, ese cosquilleo que me producía en el estómago.

Jessica deja salir un suspiro ahogado de su boca a la vez que deja de preguntar. Agradezco el silencio que se ha generado, me permite apaciguar mis pensamientos adentro de mi cabeza.

No tardamos en llegar a la cafetería. Como lo predije, el estacionamiento estaba abarrotado de vehículos. Por suerte, logramos encontrar un puesto cercano gracias a un amigo de Katherine, el cual trabajaba en el lugar. La caminata por el camino pedregoso hasta la entrada es silenciosa, sin embargo todo cambia cuando Eduardo se acerca a nosotras con una resplandeciente sonrisa en su rostro.

— ¿Qué cuentas, basura?—Jess codea su brazo con diversión.

Eduardo le dedica una sonrisa de boca cerrada, haciéndome levantar mis cejas.

— ¡Wardo!—le saludo con una sonrisa. El me estrecha entre sus brazos y me permito oler su aroma a perfume masculino.

— ¿Entramos?

El lugar está tal y como lo recuerdo. Es un pequeño lugar con un suelo adornado en blanco y negro, paredes azules y sillas rojas, lo cual me sorprende, son colores que en ningún universo combinarian pero que en esta simple cafetería lucen perfectos. Eduardo nos acerca a su mesa, decido sentarme al lado de Jess mientras ella permanece en completo silencio, observando a nuestro castaño amigo.

Por alguna razón me siento excluida del círculo...triángulo en realidad, pareciera que entre Wardo y Jess ocurrió algo que nadie me ha dicho.

— ¿Qué van a ordenar?—la chica pelirroja con su rostro pecoso nos observa con desinterés, sosteniendo una pequeña libreta entre sus manos.

— Frappuccino para mí—se apresura en responder Eduardo mientras sus dedos traviesos juegan con el servilletero azul sobre la mesa.

Jess y yo compartimos miradas con cierta emoción. Tenemos una tradición, cada sábado después de nuestra práctica de tenis, venimos a tomar un café caliente recorriendo toda la variedad de cafés en el menú. Hoy era día de Latte Vainilla.

— ¡Latte Vainilla!

La chica pelirroja hace una mueca con sus labios y lo anota en la libreta, dándose la vuelta.

Mientras esperamos los cafés un silencio ensordecedor e insoportable se instala en la mesa. Observo curiosa a mis dos amigos.

¿No piensan decirse nada?

En el fondo de mi sabía que me estaban ocultando algo pero prefería que me lo dijeran por voluntad propia y no porque yo se los pregunté. Cansada de esperar el café con esos dos bipolares, decido salir a tomar aire fresco. Mis amigos se encuentran tan ocupados ignorando la existencia el uno del otro que ni se fijan en que me he levantado de la mesa. Salgo del pequeño local, se ha hecho de noche tan de pronto que me asombra la cantidad de tiempo que llevamos allá adentro. El viento es frío y me congela hasta los huesos, afuera no hay muchas personas. Una mujer mayor con una pequeña colgada a su vestido y una pareja besándose contra la pared del local. El humo se escapa de mi boca al respirar, hace frío.

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