Capítulo diecinueve

Start from the beginning
                                    

Pasan minutos o quizás no, quizás el tiempo se detuvo junto con nosotros y no lo notamos. Poético, lo sé, muy poético.

—Espero que ahora le haya quedado claro que no deseo jugar con usted o solo usarla, quiero más... La quiero completa y con eso me refiero a sus sentimientos, emociones y si es posible, su alma —Abro los ojos al oír su confesión y, en ese instante, los ojos grises oscurecidos del árabe se abren y me observan atentos.

Oh, sí, Gabriel, obvio que me quedo claro que quieres algo conmigo, la pregunta del millón es... ¿Será algo serio? Me relamo los labios y juro que el sabor de ese hombre esta por encima de cualquier otro.

El magnate quita sus manos de mi cuerpo, lo que provoca que me tambalee un poco, como una muñeca de porcelana sin apoyo.

Bajo la mirada al suelo de madera oscura, ¿qué tipo de madera será? Es reluciente y oscura, logro ver con claridad mi reflejo en el piso, mejillas coloradas, labios rojizos y un brillo más llamativo que la luna en mis ojos verdes. Sí, no exagero, puedo ver todo eso en unas simples maderas.

—La chimenea está encendida.... —informa, pero estoy segura de que lo hace para que levante la mirada y lo vea.

Okey, ahora me siento tímida, aunque, cualquier chica estaría igual que yo después de un beso como aquel y con un hombre como él.

—Esta bien —musito. Ya no necesito ese calor, mi piel ha aumentado unos cuantos grados, ella sola.

Por supuesto que lo último solo lo pienso o eso creo, una baja, fina y traviesa risa me hace dudar.

—Y puede seguir aumentando algunos grados más sí usted me deja hacer de este día uno más largo y placentero —Subo la mirada ante su insinuante comentario y la desvío enseguida, avergonzada.

Mierda, ¿de verdad pensé aquello en voz alta? Por el amor de dios y el de los canguros, ¡tierra tragame! Muerdo mi labio con fuerza para no aceptar su... Digo, para no insultarlo en todos los idiomas en que sé hacerlo.

Él se va a la sala con cara de haber firmado un contrato por miles de miles de millones o de haber conseguido vivo un dinosaurio, quien sabe. Estúpido arrogante, si no fuera por su sonrisita petulante tal vez pensaría en quitarle esa chaqueta y compartir nuestro calor, pero no, ahora solo quiero... Quiero, ah, quiero un bol de ensalada de frutas con bastante chocolate.

Suspiro y cuando las rodillas dejan de temblarme, abro la pequeña nevera negra y busco algunas frutas aparte de las fresas. Dije que quiero ensalada de frutas y eso voy a hacer, sin pedirle permiso al árabe, ya que según él soy una mal educada. Pico un kiwi y... Otro kiwi, esta nevera no está muy surtida, le pongo fresas y le agrego sirope de chocolate. Y listo.

Voy a la sala y me freno al ver a Gabriel quitándose la chaqueta y quedando en una camisa gris de mangas largas. Camisa que se ajusta muy bien en sus músculos y en unos brazos que parecen hechos de acero.

Ah, creo que estoy babeando o un kiwi se pego en mi mentón. Llevo mi mano a mi cara y descubro que sí, es un kiwi.

Bendita sangre árabe. Si sus hijos van a ser tan hermosos como él, yo quiero uno y concebido de manera natural.

—¿Porque te quitas la chaqueta? —La pregunta sale de mi boca antes de poder retenerla en mi garganta. El árabe me regala una perfecta imagen de perfil de su figura y una sonrisa ladeada—. Digo... No nos vamos a quedar todo el día aquí.

—Eso se lo debo preguntar a usted, que no tiene puesta ni su bufanda, guantes o chaqueta y hasta algo de comer se ha preparado —Oh, golpe bajo.

Chasqueo la lengua y me siento al frente de la chimenea.

—¿Porqué me trajiste a esta casa? —indago mientras saboreo un poco de fresa con chocolate.

—La traje porque quería mostrarle mi taller y algunas de mis obras privadas, y tal vez, sí usted lo permitiese, dibujarla —Sonríe con picardia y se sienta a mi lado, rozando nuestros brazos vestidos por las mangas largas de nuestras camisas—. Pero esos planes cambiaron al verle degustar con tanto placer de esa fresa y escuchar ese sonido tan incitante salir de sus labios... Ahora prefiero verle allí sentada comiendo frutas con chocolate, que merodeando por mi taller.

Limpio la comisura de mis labios que se manchó de chocolate y los ojos de Gabriel observan mis movimientos con tanta atención como si yo estuviera operando a un mosquito.

—Ese sonido siempre lo hago cuando algo me gusta... Es más, estoy segura de que muchas personas lo hacen. Y no hice nada incitante, solo comer una fresa inocentemente sin darme cuenta que me vigilabas —protesto y chupo la punta de mis dedos que están llenos de chocolate.

Él respira profundo y no despega la mirada de mi boca, mientras saboreo el chocolate de mis dedos. Se remueve en el asiento y vuelve a respirar profundo.

—Ese es el problema —Hace una pausa para tragar saliva y relamer sus labios—. Sus acciones inocentes, son peligrosamente sensuales —acota con voz dulce y ronca.

Dejo de masticar al oír su afirmación, y, sin poder evitarlo, mis mejillas se tiñen de rojo.

Oh, dios mío. Agacho la cabeza y observo mis uñas, que están pintadas de azul cielo. Este hombre sí que sabe como incomodarme y acelerar mi corazón.

—¿Te gusta participar en carreras de obstáculos? —espeto después de unos minutos de silencio, más que todo para romper la tensión que no sé de que tipo es, pero que me provoca un cosquilleo en el vientre.

—¿Y esa pregunta? —cuestiona y me roba una fresa, juro que después de hoy no volveré a ver una fresa como una simple fruta.

—Los primeros de diciembre habrá una carrera de obstáculos, llamada...

—Corre por tu vida —termina la frase por mí. Asiento con la misma cara que pongo al ver algún ejercicio de álgebra—. Soy amigo del que organiza esa carrera en el país.

—Ah, ¿te gustaría participar este año? —propongo. Recuerdo hace algunos meses la visión de un Gabriel sudado y agitado después de trotar, algo muy sensual que anhelo volver a ver y prometo está vez tomarle algunas fotos y hasta hacer un video.

—No puedo. Estaré fuera del país —rechaza mi propuesta y me siento demasiado decepcionada; tonta, seria la mejor definición a como me siento.

—Bueno. Gabriel. Espero la pases bien. Sea lo que sea que vas a hacer —Mi tono de voz es gélido y duro.

Él siempre es el que molesta para estar conmigo, ¡hasta me obliga o no me avisa!, y cuando tomo la iniciativa y lo invito yo, él lo rechaza.

Imbécil. Imbécil. Imbécil.

Monserrate rueda los ojos, agarra mi mano y la envuelve entre las suyas.

—Hablaré con Durangell para que la carrera sea después que llegué de viaje —masculla con una voz tan suave como una pluma.

Sonrío, una auténtica sonrisa de agradecimiento nace en mi rostro.

¿Caprichosa? ¿Qué, dónde?

Luego de ese momento, me quedo absorta viendo las llamas de la chimenea, y recuerdo tantas cosas que debo de preguntarle a Gabriel, pero que no había podido porque desaparecen de mi mente cuando él está conmigo, ¿es eso normal o tengo que preocuparme de algo grave?

—¿Porqué Luciano y tú se llevan tan mal, si se supone que son hermanos? —espeto y arqueo una ceja, esperando su respuesta.

Convénceme ©Where stories live. Discover now