Capítulo 33

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 El teléfono de Verónica vibró al tiempo que se lo sacaba del bolsillo. Su madre le dirigió una mirada iracunda a la vez que dolida. Era una mirada de profundo dolor por el estado de su marido y de profunda decepción porque su hija mayor, su única hija, le hubiese mentido una vez mas. Violeta recordó la pelea que mantuvieron en el coche. Verónica jamás le había respondido mal, jamás hasta ese día. Era como si todo en su mundo se estuviese desvaneciendo.

-¡No puedo creerme que me hayas mentido una vez mas!

-Mamá lo siento, pero tienes que dejar de controlar todo lo que hago. En cuanto cumpla los diecisiete me faltará un sólo año para cumplir los dieciocho e irme. ¡Me iré! ¿me oyes?

Aquello fue como una jarra de agua fría para Violeta. Su niña pequeña se iba a ir de su vida en un año. No sabía que era lo que había hecho mal a lo largo de esos casi diecisiete años para que su hija quisiese irse del nido nada más cumplir los dieciocho. Se mantuvieron en silencio unos minutos, los suficientes para que Violeta fuese capaz de recuperarse de aquellas palabras y le dijese, sumamente dolida, tan dolida que las lágrimas comenzaron a deslizarse en silencio por las mejillas de Verónica el oír su tono, como una llamada de auxilio.

-Estas cambiando, y no sé en que te estás convirtiendo, pero no me gusta.

Verónica no respondió, simplemente se limitó a secarse las lagrimas y el maquillaje que tenía corrido por el rostro. Se sentía tan mal que ya nada podía ir peor. O eso creía. No volvieron a intercambiar palabra hasta que el móvil de Verónica cimbreó en aquella sala de espera.

-¿Quien te escribe a las dos y media de la mañana?

Verónica no pudo evitar sentir esa alegría recorrerle el pecho al reconocer el número.

"¿En que planta estas? Estoy aquí. En cuanto puedas avísame por favor."

Verónica movió los dedos mientras le contestaba a David, sin saber que contestarle a su madre.

-Es un amigo mamá.

Su madre la miró con recelo.

-¿Qué amigo? ¿Es por el qué estás tan rara? ¿Lo conozco?

Verónica puso los ojos en blanco y aquella actitud tampoco era típica de ella.

-Voy a bajar un momento mamá. Quédate aquí por si dicen algo de papá.

Su madre la observó con la boca abierta mientras salía. Verónica sólo quería llorar. Llorar y ver a David. Aún no sabían nada de su padre pero había entrado en el hospital aún inconsciente.

No quería esperar el ascensor, estaba demasiado nerviosa así que bajo corriendo las escaleras desde el cuarto piso. La natación le daba una buena forma física para no cansarse facilmente. Aunque estuviese castigadísima sin ninguna actividad extraescolar.

Vio a David esperándola en la planta baja, con una gabardina oscura empapada y el pelo mojado, pero no le importó. Se lanzó a sus brazos como si fuesen el mejor refugio del mundo. Como si no hubiese otro lugar en el que quisiese estar salvo en ese hueco de su hombro. David la abrazó con fuerza y con cariño al mismo tiempo, sintiéndose feliz por primera vez desde hacía demasiado tiempo. Se descubrió a si mismo sonriendo al tiempo que le olía el suave cabello con olor a melocotón.

-Te he echado de menos.-le dijo él, sin ni tan siquiera ser consciente de que esas palabras salían de verdad de sus labios.

-Gracias por venir.-dijo ella, aún en su pecho y sin querer despegarse de él ni un sólo centímetro.

David le agarró la cabeza con suavidad y le dio un beso en la frente. Ese beso que era solo suyo y que ella sintió como un recargo de energía. Verónica le sonrió, a pesar de que todo estaba patas arriba, y esa sonrisa logró reconfortar al alma de David.

Ciudad de niebla© |TERMINADA| (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora