Capítulo 30

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 La casa no era mejor por dentro que por fuera. Todo estaba en tan mal estado que a David le daba la sensación de hallarse en una película de terror, dentro de una de esas casas abandonadas donde suceden cosas extrañas. Trató de alejar ese hilo de pensamientos mientras esquivaba una silla rota tirada en el suelo. Contempló como el segundo hombre levantaba la mano, indicándole que esperase ahí. No hizo falta que lo dijese dos veces, David frenó en seco. Vio la brillante calva del hombre brillar en medio de toda aquella oscuridad mientras llamaba a una puerta, que se abrió en menos de un segundo ante él.

-Mi señor, ha llegado vuestro invitado.

Una voz aguda habló en un tono demasiado neutral mientras arrastraba las palabras. David sonrió al pensar que le pesaba la lengua.

-Hazle pasar ahora mismo.

-A sus órdenes mi señor.

David no se hizo esperar y antes de que el guardia se diese la vuelta comenzó a avanzar hacia la única sala perfectamente iluminada y amueblada. Entró sin la menor dilación, encontrándose con un gran sofá de cuero negro, una mesa de madera de roble y unas lujosas lámparas. Un hombre vestido con gabardina negra de piel y sombrero a juego llamó su atención. Aunque llevaba un rolex de oro que llamaría la atención de cualquiera a juego con unos gemelos que parecían tallados por un Dios. Tenía una leve barba grisácea, a juego con el corto cabello que sobresalía del sombrero, justo abajo de unos arrugados ojos negros, marcados por el paso del tiempo. A su lado había unos cuatro hombres, dos a cada lado, de aspecto verdaderamente peligroso. Tres de ellos eran de cabello oscuro. David calibró la situación en cuestión de una fracción de segundo, tiempo suficiente para saber cómo actuar. Sabia que aquellos hombres eran mucho más peligrosos que los dos de la entrada, y a pesar de eso, no le preocupó en absoluto.

-Buenas tardes, señor Don Giovín. Espero haber sido puntual y no haber hecho esperar a un importante hombre como usted.

Ignoró totalmente a los otros cuatro hombres al tiempo que Don Giovín frunció las cejas disgustado.

-¿Es así de serio como se toma tu jefe mis encargos? ¿Se atreve a presentar ante mí a un simple crío? ¿Con quién se cree que está tratando?

David no le dejó seguir.

-Con uno de los hombres más importantes de todo el planeta Tierra.-afirmó con rotundidad acercándose decidido hasta una de las sillas que se encontraban delante del sofá. - Precisamente por eso mi jefe me ha mandado a mí. Seré joven, pero he participado en más robos y atracos que la mayoría de mis compañeros. El motivo por el que mi jefe no se ha presentado aquí es porque os considera tan sumamente importante que él mismo se está encargando de vuestro pedido, mi señor.-añadió eso al tiempo que se sentaba en la silla, sin permiso.

No quería parecer un pelota, así que puso las piernas sobre la mesa ante la atenta mirada de los cinco peligrosos hombres. Aquellos eran pequeños riesgos que debería de correr, y sí quería demostrarle a Don Giovín que no era un simple crío tenía que actuar con naturalidad, como si estuviese acostumbrado a tratar con gente poderosa y dispuesta a matar a diario. Pasase lo que pasase debía de parecer decidido. La más simple sombra de duda podría significar la muerte para él, y dado el tamaño de las escopetas y las ametralladoras de aquellos hombres no podría llegar a la salida vivo. Si daba demasiada información parecería que ocultaba algo, que tenía un diálogo preparado para soltarlo en el momento oportuno, así que por eso simplemente apretó los labios, y se mostró relajado atreviéndose a sostenerle la mirada a aquellos ojos negros que habían sido los responsables de miles de muertes en Oriente Medio y en otros países, a la espera de la lluvia de preguntas.

Don Giovín le escrutó con la mirada, sopesándolo. Con una leve inclinación de cabeza, David intuyó que le había dado una oportunidad.

-Creía que el pedido ya estaba en vuestras manos.- dijo con voz peligrosamente neutra.

David se mantuvo serio, sin cambiar la posición se llevó una mano a la cabeza, revolviéndose el pelo, despreocupado a simple vista al mismo tiempo que intentaba aparentar ser sincero. Curiosa combinación.

-Y así sería de no ser porque el cuadro estaba siendo trasladado al museo del Prado para una exposición. Es culpa nuestra sin duda, ha sido una equivocación que a usted no le costará ni un céntimo. Probablemente en estos momentos el cuadro ya se encuentre en manos de mi jefe.

Evitaba pronunciar el nombre de su jefe. Este le había enseñado desde pequeño que las paredes tenían oídos y que en cualquier parte podrían haber personas que pertenezcan a la brigada secreta de la policía al acecho de nuevos datos que dar a sus superiores.

-El cuadro debería de estar ya en mis manos.

Don Giovín juntó las manos de tal forma que a David le pareció uno de los personajes animados de Los Simpsons.

Reprimió la más leve muestra de sonrisa en sus labios y lo miró, serio y con acritud. De nada servía negarlo.

-Tiene toda la razón. Precisamente por eso esta misma noche tendrá el cuadro que nos ha pedido más otros dos que corren de nuestra cuenta. He oído que en una de sus mansiones tiene una réplica exacta de "El coloso" de Francisco de Goya y Lucientes. -Se detuvo unos instantes, para darle más énfasis a la frase que diría a continuación. Elevó la cabeza, en señal de que no tenía nada que temer pues todo lo que decía era cierto.- Le entregaremos el cuadro original. Y el segundo cuadro, será el que usted mismo desee. Sólo tiene que pedirlo y se lo conseguiremos.

Dicho eso, sacó un bolso con polvo blanco de su bolsillo. Se las había apañado para hacerse con un poco de polvo de ángel, una de las drogas favoritas de Don Giovín. Tras eso, sacó una bolsa de cocaína rosa, una de las drogas mas caras del mundo y difíciles de conseguir, a pesar de que sabía que no había nada difícil para ese hombre, se las entregó en señal de paz, aunque tan solo fuese por esa noche.

Salió de allí dirigiéndole una mirada de soslayo al guardia de la entrada. Algún día iban a ajustar cuentas, pero hoy no sería ese día.

David caminaba con seguridad pero demasiado dolorido como para querer mantener el porte. Cualquiera que lo hubiese visto habría encontrado una mezcla extraña en él. Mitad desgarbado mitad comiéndose el mundo. Tan sólo esperaba que aquella noche todo saliese tal lo previsto, si no era así, su jefe tendría problemas con Don Giovín, y eso solo podía significar que él tendría problemas con Don Giovín. Arrancó la moto que tenía aparcada unas manzanas más alejadas de aquel barrio. Llevaba casi veinticuatro horas sin saber nada de Verónica, pero aún así sentía como que había pasado un siglo. Y lo peor era que quería volver a verla. Alejó aquellas ideas de la cabeza. Aquel no era el momento. Y en eso era en lo único en lo que tenía que centrarse.

Cogió el teléfono y se lo colocó en el oído, como si no le importase nada en ese momento. De hecho, si no iba a volver a ver a aquella chica, nada mas importaba.

-Jota, nos vemos en diez minutos.

Fue lo único que dijo antes de colgar. Aquella noche iba a darle una paliza a Darren. Iba a encontrarlo y a convertirlo en polvo. Le daba igual el dolor que le invadía, la ira que casi no podía controlar era más fuerte. Su mundo estaba patas arriba desde que sus padres murieron y desde que su hermano fue a esa maldita cárcel a cumplir cadena perpetua. Estaba solo, y ahora que había decidido no volver a ver a aquella chica, cualquier cosa que lo distrajese de aquel sentimiento sería lo correcto. Algo que odiaba sentir. Él se consideraba fuerte, y la mera idea de necesitar a alguien le hacía tener arcadas.

Dio puño a la moto y comenzó a deslizarse por las calles, rey de la carretera y señor del momento. A su lado se colocaron otras cuatro motos que iban demasiado rápidas, como si no les importase la lluvia que les golpeaba de forma incesante.

Muchas gracias por leer, ¿os ha gustado? Un besoooo!!! :) 

Instagram: itssarahmey


Ciudad de niebla© |TERMINADA| (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora