Luciano se detiene, yo me detengo y el tiempo también lo hace... Eh, mentira, el tiempo sigue transcurriendo. El de ojos esmeraldas agarra la manilla de la puerta y la abre, asoma la cabeza y luego la saca.

—Pasa —dice y abre la puerta para que yo entre.

Caballeroso como Gabriel y su padre, como su familia.

Paso sin hacer ruido.

Gabriel está acostado con los ojos cerrados. El pobre no tiene camisa, pero sí una venda cubriendo parte de su torso y también una vía intravenosa conectada en su brazo que descansa sobre su costado. Esta pálido, demasiado, lo que lo hace ver enfermo, aunque eso no lo hace menos atractivo; parece un pálido y mortecino ángel de mármol.

Gabriel es el único ser viviente que estando en estas condiciones puedes lucir atractivo; a pesar de que su palidez y su expresión de dolor lo hacen ver indefenso.

Ay, mi dios.

Hago una mueca de dolor y me acerco a él, tanto que con solo inclinarme puedo tocar con mis labios su mejilla. Mi mirada cae, sorprendida y curiosa, sobre su hombro donde se puede apreciar un tatuaje que llega hasta su pecho y desaparece debajo de las vendas. Levanto la mano y la dirijo hacia esa parte donde la tinta cubre su piel. Es una especie de reloj, entrelazado y rodeado con algunas plumas y cadenas; es un tatuaje extenso, me atrevo a decir que le cubre gran parte de su torso.

El primogénito de Rhamil Monserrate con un tatuaje, me lo cuentan y juro que no lo creo.

—Hay cosas que uno hace sin pensar cuando es adolescente... Aunque esta es una de las pocas cosas que no me arrepiento —articula con los ojos aún cerrados.

Pego un brinco y dejo caer mi mano a un lado de mi cuerpo. Gabriel abre poco a poco los ojos, como si la opaca luz le hiciera daño.

—Hola —pronuncio con suavidad.

Me siento alegre por una extraña razón de ojos grises.

—Hola —Su voz es rasposa y ronca, tose un poco y se lleva la mano que descansaba libre sobre el colchón a las costillas haciéndole compañía a la otra, mientras su rostro se frunce en una expresión de dolor.

Un nudo se forma en mi garganta y tengo que parpadear varías veces para desaparecer las ganas de llorar. Nunca lloro, suelo ser fuerte; entonces, ¿por qué ver a Gabriel sufriendo o lastimado me causa tanta opresión, dolor y angustia?

—¿Te duele mucho? — pregunto y siento como mis manos pican por no poder hacer nada.

Muerdo mi labio.

Él se toma su tiempo para responder. Ladea la cabeza y observa por la ventana que muestra un día sin color y helado. Abre la boca y la vuelve a cerrar; sus labios están resecos y yo siento ganas de solucionar eso.

—Pero ya pasará, hace media hora me inyectaron un sedante —informa y vuelve a poner su atención en mí.

Calidez.

Eso es lo que su mirada provoca en mí.

Le regalo una pobre y pequeña sonrisa. Levanto mis manos y las poso en sus mejillas, acunando su rostro con dulzura y observando sus ojos grises.

—Disculpen —interrumpe alguien a mis espaldas.

Retiro mis manos con rapidez y me giro, sintiendo mi corazón martillar en mi pecho. Apenas mi mirada se encuentra con los peculiares ojos esmeraldas de él, los dos desviamos las miradas en una combinación entre enojados y avergonzados; muy extraña la sensación si me preguntan.

—Bianca solo te venía a avisar que está nevando y los taxis pronto ya no pasaran. Y Tomás te está buscando —avisa usando un tono brusco.

No me gusta su tono altanero. No, no me gusta para nada.

Levanto una ceja indignada, aunque mi expresión cambia al momento que él me regala una mirada de disculpas.

Miro por la ventana y veo pequeños copos de nieve caer y bailar con el viento. Voy y me pego al vidrio, Luciano se posiciona a mis espaldas y se inclina sobre mí para también ver el bello espectáculo que la naturaleza nos regala.

Giro la cabeza hacía donde se encuentra Gabriel, el cual tiene las manos cerradas en puños, el ceño fruncido y unas pequeñas arrugas se hacen presente en la esquina de sus ojos. Está enojado, muy enojado.

Me separo de su hermano como un rayo y me siento a un lado de él.

El de ojos esmeraldas sale de la habitación sin decir una sola palabra, por lo que supongo que también notó el enojo de su hermano.

Gabriel toma mi mano entre las suyas, que están terriblemente frías. Miro su torso desnudo y me imagino el frío que siente. Oh. Me pego más a él intentando que su cuerpo absorba mi calor. Sus labios están agrietados y pálidos y yo siento unas ganas infinitas de remojarlos con los míos.

—Bianca. Haga el favor, aléjese de él. Luciano no es bueno para una joven tan inocente como usted —murmura con rostro serio y voz carente de cualquier emoción.

—Entonces también me tengo que alejar de ti —replico.

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Oresmin Sivira Monsalve
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