—No te preocupes, voy a tomarme un café... —Da media vuelta y se va por el pasillo.

Su expresión me acuerda a los perros cuando bajan las orejas y esconden la cola entre las patas. Está celoso. A él nunca le ha gustado que yo tenga más amigos... Masculinos. Igual que mi padre. Si fuera por ellos terminaría sola como una piña.

—Llévame a ver a tu hermano... A Gabriel —titubeo. Sé que su relación no es la mejor. Luciano alza los hombros y mueve las manos restándole importancia.

—Vamos pelirroja —expresa el castaño cuando empieza a caminar.

Nos metemos en el ascensor. En las paredes tipo espejo de la caja de metal, veo mi imagen completa. Rostro pálido, mejillas, nariz y boca rojas, el cabello siendo controlado por un gorro morado y una chaqueta gruesa beige, con un mono color negro y unas botas marrones. Las manos las tengo rojas y entumecidas; debí ponerme guantes.

—Según escuché en las noticias entre mañana y el lunes comienza a nevar, también se dice que será uno de los inviernos más fríos —relata sin observar nada en concreto.

—Con este frío yo pensé que hoy comenzaría la nevada —le espeto y me froto las manos—. ¿No hay calefacción en este lugar? —pregunto disgustada. Hace el mismo frío que en la calle.

—Sí. Pero recuerda que los hospitales suelen ser ambientes fríos para evitar la proliferación de bacterias y esas cosas —Se pasa la mano por la nariz y luego por el cabello, su largo, indomable y alborotado cabello.

Y este individuo sin un gorro, ¿es que no se le congelan las neuronas? Ah, creo que no tiene.

Apenas se abren las puertas los dos nos apresuramos a salir. Sexto piso. Los pasillos están desolados, solo con un enfermero de piel aceituna que acaba de salir de una habitación y nos saluda con la cabeza antes de ingresar al ascensor. Las incómodas butacas que están pegadas a la pared y que son pobremente iluminadas por la tenue luz de unos bombillos, le dan al lugar un aspecto lúgubre, que unas plantas y cuadros coloridos tratan de alegrar.

—Esto da miedo —confieso.

Tal vez todo se ve normal, pero le tengo alergia a las clínicas y doctores. Lo sé, no es algo muy normal, pero esos lugares me causan escalofríos.

—No hay sol. El sol lo alegra todo —exclama con aire infantil.

Concuerdo con él.

El invierno deprime, trae recuerdos, sofoca y asfixia. Es la estación que más me desagrada.

Luciano me lleva arrastra por el pasillo al notar que mis pies se quedaron pegados al piso de baldosas blancas y negras. Hasta el suelo me parece siniestro. El olor a medicamentos y a desinfectante también me resulta espeluznante.

—Veo que no te gustan muchos los hospitales —se burla y me brinda una sonrisa gatuna.

—Los aborrezco —reconozco.

El pasillo se me hace terriblemente largo. No le veo un final. Ni una salida. ¡Ya quiero llegar a la habitación donde esta Gabriel! Bufo y trato de tranquilizarme.

Soy una chica relajada.

Siento una mirada clavada en mi nuca y giro un poco la cabeza; no hay absolutamente nada. La sensación de ser observada, sigue. Muevo la cabeza y camino más de prisa.

Convénceme ©Where stories live. Discover now