-No sabe cuanto deseo besarla -susurra con voz ronca y suave; esas palabras logran que mi pulso salte y mi sangre bombee con rapidez por mi cuerpo.

-Pues hazlo -siseo en voz muy baja. Me sorprendo de mis atrevidas palabras, pero no me retracto.

Y, poco a poco, una sonrisa arrogante y presumida aparece en sus labios. Retira sus manos de mis mejillas y las deja caer a ambos lados de su cuerpo y después se inclina un poco más hacia adelante, casi rozando mis labios.

-Es usted, señorita Torres, una apasionante y encantadora distracción; pero, recuerde: su limonada debe estar tibia, no fría -murmura y se aleja de mí.

Ay Gabriel, ahora sí te voy a dar un sartenazo, ¡lo juro!

El árabe al ver mi enojada y desconcertada reacción por dejarme... Así, sonríe como un gato, el gato de Alicia, con una sonrisa burlona y de maldad.

Idiota, arrogante, presumido y otra vez idiota.

-¡Verdammte Scheiße!-suelto de repente, esa mala palabra ha escapado de mi boca sin ni siquiera notarlo.

Gabriel arquea una ceja y, cuando creo que se va a enojar, hecha la cabeza para atrás, se toma del estómago y lanza una sonora carcajada.

Frunzo el ceño.

Oh no, ahora sí que se ha vuelto loco este individuo. Loco, loco; pero un loco muy sexy.

Comienza a calmarse después de lo que parecen unos tres minutos, su rostro está rojo y unas pequeñas y solitarias lágrimas cuelgan del rabillo de sus ojos. El castaño se limpia las diminutas lágrimas y ladea la cabeza observándome.

-¿Cómo sabe decir aquella palabra en alemán? -pregunta con aires juguetones.

Se ve muy tierno y adorable con esa pose infantil.

-Mi abuela por parte de papá es alemana. De vacaciones con ella, algo tenía que aprender -replico y me encojo de hombros-. Schwachkopf -Le sonrío con inocencia a pronunciar lo último.

-Me encanta lo provocativa que se ve su boca al hablar en alemán; debería hacerlo más seguido, aunque solo sea para insultarme.

-Oh claro, Gabriel, eso de insultarte lo tomaré muy, muy en cuenta -Él niega con la cabeza mientras sonríe.

Da media vuelta y entra en la cocina, luego sale con una taza entre sus manos. Camina hacia mí y me la entrega.

-No tiene casi azúcar, pero si bastante limón y se lo tiene que tomar todo.

Frunzo los labios y arrugo la nariz. Poca azúcar y mucho limón, parece su descripción. Me siento en el sofá y tomo el primer trago.

Amargo.

Pongo cara de desagrado. No me gustan las cosas amargas, no. Coloco la taza con el líquido amarillo y con sabor ácido sobre la pequeña mesa de la sala. Levanto el rostro y elevo una ceja.

-¡Gabriel, eso sabe terriblemente amargo! ¡No lo quiero! ¡¡Ponle más azúcar!! -protesto con voz de niña caprichosa.

-No me importa. Tiene que tomarlo o se lo daré yo -advierte.

-¿Y cómo me lo vas a dar? -le pregunto y lo miro fijamente, retándolo.

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