Capítulo 50: No soy una bruja.

551 45 0
                                    

El agua tibia recorría mi piel  mientras mis dedos se ocupaban de desenredar los nudos de mi cabello enmarañado por la lluvia y la velocidad

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

El agua tibia recorría mi piel  mientras mis dedos se ocupaban de desenredar los nudos de mi cabello enmarañado por la lluvia y la velocidad. Mientras me duchaba, repasé en mi mente la última hora y no pude evitar sonreír como tonta al pensar en Matthew y en la forma en la que habíamos bailado bajo la lluvia. Evoqué sus caricias, sus besos y la manera en la cual me sujetaba, y me sentí liviana y feliz. 

—Permiso. —La voz de Aurora llegó a mis oídos y me hizo despabilar de mis ensoñaciones—. Te traje un vestido que era mío. Espero no te moleste.

—No, claro que no —contesté cerrando el grifo—. Gracias.

—De nada —replicó—. Cuando salgas puedes poner tu ropa en la lavadora. Mañana por la mañana ya estará limpia y podrás volver a colocártela.

—De acuerdo.

—Bien, te dejaré terminar —comentó y acto seguido oí la puerta deslizarse antes de cerrarse con un click.

Unos quince minutos después me encontraba alisando el vestido rosa a lunares blancos que Aurora amablemente me había prestado con una sola cosa que decir: me quedaba a la medida. A pesar de no ser mío, el entallado se acentuaba a mis curvas y el largo rozaba mis rodillas al andar. Mis pies descalzos, por su parte, se acostumbraron al frío de la cerámica, pues mis tacones del trabajo estaban mojados al igual que el resto de mi ropa.

Tras mirarme por última vez en el espejo, abrí la puerta para llevarme un susto de muerte —aunque quizá exageraba—: el mismo niño de minutos atrás se encontraba sosteniendo una pistola de agua y me miraba con curiosidad.

—Hola —le saludé dulcemente, aunque mantenido la distancia.

—No pareces una bruja ahora —comentó bajando el arma. La contradicción brilló en sus almendrados ojos verdes—. En realidad... eres bonita.

—Quizá es porque no soy una bruja —respondí en tono condescendiente mientras le sonreía—. Y gracias.

—Eso fue lo que dijo Matt, pero no le creí porque quizá le habías hechizado.

—¿Para eso era el arma? —pregunté divertida—. ¿Ibas  derretirme?

—Sí —contestó enorgullecido de su inteligencia—. Las brujas se derriten con el agua. —Si hubiese sido una bruja ya no quedaría nada de mí, niño. Pensé recordando la lluvia al tiempo que el infante continuó hablado—. Y mamá tenía una botella de agua bendita en su recamara. —Esto último lo dijo en un susurro, como si me confesase un secreto.

—¿Tenía?

—Sí, la vertí toda aquí —me explicó señalando el contenedor azul donde se colocaba el agua en la pistola.

Me reí antes de agacharme a su altura y acercarme a él, pretendiendo una confesión.

—Yo creo que... —comencé a decir en su oído—, deberías ir de inmediato a colocar esa agua en su lugar.

—¿Por qué? —Se alejó unos centímetros con una expresión de desentendimiento.

—¿Tu mamá no te castigara si se entera?

Los ojos del niño se abrieron como platos ante la idea de ser castigado y prácticamente salió corriendo hacia la puerta que suponía yo daba a la habitación de Aurora. Cuando llegó detuvo su arrebato de energía, me miró y sonrió mostrando su brillante dentadura, y a su vez, el pequeño espacio vacío que seguro había provocado la caída de una paleta de leche.

—¡Gracias, Hada! —gritó con entusiasmo antes de ingresar por la puerta.

—Creo que alguien me robó el apodo —comentó una voz encantadora a mis espaldas.

Sonriendo me volteé en su dirección. 

—Sí, una verdadera lástima —repliqué encogiéndome de hombros con dramatismo—. Aunque me gusta más como él lo dice.

—¿Segura... —Matthew acercó su boca a mi oído y un aire caliente me provocó un escalofrío—, Hada?

La pronunciación de mi apodo en aquel tono bajo y seductor me llevó a morderme el labio. Realmente me gustaba escucharlo, aunque más me gustaba estar con él, así que, cuando sus manos se apoyaron en mis caderas y su rostro se acercó al mío, no dudé en besarlo suavemente. Él me atrajo hacía su cuerpo y yo deslicé mis manos por sus cabellos mojados. Matthew olía a coco y vainilla.

—¡Está la cena! —La voz de su madre nos hizo dar un salto.

En ese momento fue como si ambos hubiésemos recordado que estábamos en compañía de su familia. Matthew se separó de mí con torpe rapidez e hice el mayor esfuerzo para quitar cualquier idea impropia de la cabeza.

—¡La cena! —El niño del cual aún no sabía su nombre pasó corriendo a nuestro lado con su arma vacía levantada—. ¡A comeeeerrrrr!

Me reí siguiéndole con la mirada porque parecía un mini-rebelde listo para la guerra.

—Espero te guste la lasaña —comentó mi compañero mientras regresábamos por el angosto pasillo, encaminando al comedor.

—Es mi comida favorita —admití.

Frente a mí una mesa de color tabaco y de forma rectangular estaba en el centro de la sala. Sobre ella había una bandeja traslucida de lasaña, cinco platos distribuidos frente a cada silla junto a sus cubiertos correspondientes y servilletas. Los pisos de caoba estaban lustrados y unas preciosas cortinas de lino amarillas ocultaban unos grandes ventanales. 

—Te ves preciosa. —Aurora me sonrió. Luego, miró a Matthew e hizo un gesto con sus manos—. Vengan a sentarse, que la comida se enfría. 

Ambos asentimos y nos sentamos uno al lado del otro. Desde mi lugar observé a todos y por primera vez en mucho tiempo me sentí en un verdadero hogar.

Escondiendo mi otro yo. [COMPLETA. EN EDICIÓN]Where stories live. Discover now