Capítulo 12: No soy tan perra.

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La cocina era amplia y se encontraría vacía de no ser por la pareja que se besaba contra la isla construida en el centro de la habitación

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La cocina era amplia y se encontraría vacía de no ser por la pareja que se besaba contra la isla construida en el centro de la habitación. Pisé fuerte al entrar, pero ninguno de los dos pareció percatarse de nuestra presencia. Ante ello, rodé los ojos y  me acerqué con el resto de simpatía que me quedaba después de lo ocurrido para pedirles amablemente que se apartaran. No obstante, me ignoraron de tal manera que me atrevería a decir que ni siquiera me habían escuchado. Molesta les hablé dos veces más, pero nada fue diferente. 

Me mordí el labio sin rastro de paciencia y miré a mi compañero, quien me observaba con confusa diversión. Contuve las ganas de enseñarle mi dedo medio y caminé hacia él.

—En verdad no es necesario conseguir hielo —comentó—. Estoy bien. 

—Cállate —le dije y tomé el sifón que había recogido del suelo luego de su pelea con David.

—Hada... —pronunció al darse cuenta de lo que haría, pero cuando avanzó hacia mí para detenerme, era tarde. Ya había apretado la pequeña palanca y el agua estaba sobre los jóvenes amantes.

Ambos se separaron con un gemido ahogado mientras el agua se resbalaba desde sus rostros hacia el suelo de parqué. Inevitablemente, sonreí satisfecha cuando ambos me miraron. Ella con absoluta molestia y él con desconcierto.

—¿¡Estás loca!? —me gruñó ella al tiempo que se apartaba los mechones castaños del rostro empapado.

—Lo suficiente para volver a mojarlos si no se consiguen un cuarto —amenacé elevando el sifón. No estaba de humor y no los conocía de nada, así que mi reputación ahora estaba en un segundo plano—. Ahora, ¡largo! —les espeté señalando el marco que conducía a la sala.

Ella estrechó los parpados y amagó para lanzarse sobre mí, no obstante, quien estaba con ella la sujetó. 

—Déjalo —le susurró.

—Pero...

Él negó con la cabeza y la jaló como un padre que intenta evitar una pelea entre su hija y otra niña. Ella asintió a regañadientes y se alejó con él. No sin antes claro lanzarme una mirada que irradiaba furia.

—¡Mojigata! —me gruñó enseñándome el dedo medio, para luego desaparecer entre los alumnos que seguían bailando fuera.

—Zorra —mascullé en voz baja y abrí la heladera.

Al hacerlo, pensé que tal vez me había pasado del límite, pero siendo honesta, no me interesaba. En primera lugar, yo ni siquiera había querido estar allí. Además, estaba de mal humor por causa de David y su ebriedad, y también, no iba a esconderlo, no me gustaba para nada recordar todo lo que yo había sido en ambientes como aquellos. 

—Vaya carácter —comentó Matthew apoyándose contra la pared.

Ignoré el comentario de mi golpeado compañero y rebusqué entre los variados alimentos que ocupaban la heladera una bolsa con hielo. Luego de encontrarla, la envolví en un repasador a cuadros que estaba sobre la mesada y me giré hacia Matthew que me observaba con dulzura.

—Siéntate —le pedí señalando un taburete de madera que se hallaba a un lado de la isla.

Él asintió y se sentó con sumisión. Sin agregar más nada, me acerqué y le observé con atención. Su mejilla se veía mal, pero no era grave y saberlo me tranquilizó. No quería pensar en que él resultara herido por mí causa. 

—Gracias por esto, Hada.

No supe qué responder. Él me había ayudado, y me gustara o no, no era tan perra para irme sin siquiera haber intentado agradecerle, así que me limité a asentir ligeramente y coloqué el trapo helado sobre su mejilla con cuidado. Matthew se estremeció bajo el contacto frío y sonrió como un niño pequeño después. Sus ojos estaban sobre los míos e inevitablemente, me perdí en los suyos que, bajo la tenue luz, lucían un tono más oscuros y provocadores mientras recorrían mi expresión.

Me habría gustado, en aquel momento, preguntarle qué era lo que pensaba. Preguntarle por qué actuaba cómo actuaba y por qué me miraba como si pudiera ver más allá de todo lo que yo había armado a mi alrededor. Estaba convencida, mientras sentía el frío llegar a mi mano, que esa noche no se borraría del análisis que él parecía hacerme.

El silencio entre nosotros no parecía gobernar al bullicio de la fiesta y por un instante, sentí que él esperaba que dijera algo, pero ¿qué se suponía que dijera?

—¿Aylin? —La inconfundible voz de Melody se escuchó sobre la música—. ¡Aylin! ¿Qué... —Giré mi rostro sin apartarme de Matthew para encontrarme con mi amiga—. No sabía que estabas con Matt.

—Está bien, no importa —dije y me aparté de Matthew cuando él agarró el trapo—. ¿Ethan? 

—El auto se le quedó de camino —me informó indignada—. La primera vez que tengo una fiesta en meses y pasa esto —masculló más para ella que para mí—. Te buscaba para decirte que debo ir a buscarle, y probablemente tengamos que esperar un remolque para llevarlo al garaje y bla bla bla. —Hizo un ademán con la mano para quitarle interés.

—¿Crees que demore mucho?

—No lo sé. Los servicios esos son un desastre. Pueden llegar en menos de media hora como te pueden hacer esperar la segunda venida de Cristo —bromeó para esconder las ganas de golpear algo que le iluminaban el rostro.

—Ve, yo puedo esperarlos, no creo que Liz se moleste.

O que lo note. Me dije a mi misma recordando que la pelirroja estaba bajo el efecto del alcohol.

—No —rechazó la idea como si fuera algo sumamente atroz—. No voy a dejar a mi amiga sola con un montón de borrachos. —Le lanzó una mirada a Matthew por encima de mi hombro—. Sin incluirte, claro.

No giré para ver a mi compañero, pero podría asegurar que se había encogido de hombros.

—¿Entones?

—Entonces... —Cerró los ojos unos segundos, y en cuanto los abrió, no mentiría si dijera que brillaban como en los dibujos animados cuando tienen una idea que meterá al otro en problemas—. ¿Matt?

—¿Qué sucede, Melody? —preguntó él con simpatía.

—¿Llevarías a Aylu hasta su casa?

Me di la vuelta rápidamente y le dediqué una mirada que decía: Juró que si llegas a aceptar lo menos que te dolerá será esa mejilla, no obstante, él solo me ignoró completamente, sonrió de esa forma inocente que me molestaba y dijo:

—Sería un honor llevarla a casa.  

Escondiendo mi otro yo. [COMPLETA. EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora