Capítulo 30: El cosmos.

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Una fastidiosa melodía me arrebató del sueño y me hizo gruñir malhumorada

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Una fastidiosa melodía me arrebató del sueño y me hizo gruñir malhumorada. ¿Qué estaba pasando? Tardé un segundo en reconocer que aquella era la alarma de mi móvil y otro en juntar valor para moverme. Abrí mis ojos y giré hacia la mesa de noche en busca del aparato, sin embargo, al hacerlo, no me encontré cara a cara con las sabanas, sino que, en su lugar, dormido y apacible, estaba Matthew.

No escapé de mi asombro hasta que recordé la noche anterior, y con ello, mi corazón se acobijo. Matthew se había quedado. Él había dormido conmigo porque yo así lo había querido.

Tragué saliva sin poder dejar de mirarle. Matthew lucía sereno, perdido en las inmensidades de sus propios sueños con una expresión adorable en su atractivo rostro. Lo observé pensando en que aquel no era el chico al que estaba acostumbrada a ver a diario, ese que podía ser irritante y molesto y odioso..., pero que también era atento y dulce, y me hacía sentir fuera de mi mentira.

Bufé al darme cuenta que estaba sonriendo no solo por pensar en el como la posible reencarnación de un ángel dormido, sino que, al ver sus labios había recordado con sutiles detalles el sabor de su boca sobre la mía y así, había evocado toda aquella gama de emociones que habían poseído mi cuerpo.

Me apresuré a negar con la cabeza. Era demasiado temprano para pensar en ello.

Cuestionando cómo era posible qué no se percatara del ruido insoportable de la alarma, me levanté un poco de la cama -evitando moverme mucho para no despertar al chico junto a mí- y tendí la mano sobre su cabeza para tomar mi móvil. Al hacerlo, detuve la tortura y me dejé caer contra la almohada nuevamente.

Sin saber por qué, volteé hacia Matthew en busca contemplarle un momento más, no obstante, él se había despertado y me observaba con somnolienta curiosidad. Al verle, no pude evitar preguntarme hasta que hora él se habría quedado despierto luego de acostarse junto a mí.

-¿Por qué tu alarma suena tan temprano? -preguntó en un tono ronco.

-Porque soy una de esas personas que prefieren llegar temprano a llegar tarde -expliqué sentándome en la cama y recogiendo mi cabello en un moño improvisado-. Además, tengo una hora más o menos de viaje, por lo que debo estar a tiempo en la parada de autobús.

Matthew bostezó como si fuese un niño pequeño antes de responder.

-Lo sé, pero hoy me tienes a mí -observó colocando sus dos manos por detrás de su cuello-. Yo te llevo.

Le miré en silencio. Matthew se veía como siempre, con sus cabellos estaban desarreglados y una mirada inocente que se acentuaba en su dulce expresión de niño bueno. Rodé los ojos ante la idea de ir nuevamente con él al instituto y me puse de pie. Evité el espejo del cuarto. Debía verme horrible, con la melena rubia enredada y los ojos hinchados por el llanto.

Matthew recuperó mi atención al sentarse.

-Piénsalo, tú saldrás ganando -insistió-. Ahorraras el boleto y podrás desayunar bien.

¡Diablos! Había dado en mis dos puntos débiles: la tacañearía y la comida, pero si era objetiva, podría decirle que me dejara un par de cuadras antes y así nadie vería que llegamos juntos. Nadie pensaría nada sobre nosotros. Nada más que la realidad de que éramos compañeros.

-Bien. No voy a discutir eso -contesté rendida y encaminé hacia el armario.

Los colores de cada una de mis prendas formaban un arcoíris de ropa. Me gustaba ser ordenada cuando se trataba de mi apariencia, tristemente no podía decir lo mismo de mi habitación. Formé una mueca y examiné lo que me pondría. La mayoría de mi ropa era de ofertas y rebajas, sin embargo, a pesar de usar ropa de temporadas pasadas, lograba ingeniármelas con una vieja maquina de coser que pertenecía a mi madre para que se vieran como nuevas. Así que, siendo positiva, tomé una bonita blusa blanca cuya espalda se trenzaba con el diseño de unas moñas negras y un jean. Los tacones los recogería de la sala antes de irme.

Con eso en mano, giré sobre mi propio eje y señalé a Matthew con el dedo índice.

-Tú -le llamé en un tono demandante.

-¿Qué sucede, Hada?

-Prepara el desayuno.

-¡A las ordenes! -contestó antes de que me retirara en dirección al cuarto de baño.

***

Una media hora después estaba lista y hermosamente preparada para un nuevo día de escuela. Echando una última mirada a mi reflejo, abrí la puerta y salí a la sala. Un hipnotizador aroma a panqueques inundó mis fosas nasales al hacerlo y me hizo tragar saliva. Con pasos rápidos avancé hacia la cocina para encontrarme con la peculiar imagen de mi compañero de arte cocinando. Matthew me daba la espalda y movía sus brazos con destreza y agilidad frente a la cocina.

Fascinada, me percaté de que vestía la misma ropa que ayer y de que iba descalzo. De haber sido cualquier otro chico, aquella imagen me hubiera parecido sexy -después de todo, me estaba fijando en un bonito trasero-, sin embargo, en Matthew la impresión era distinta. Preferí desviar mis pensamientos y me detuve en que podía haberle ofrecido el baño. Aún así, suponía, por el perfume de sus cabellos que se había duchado antes de venir, y si no, bueno, su olor natural no era para nada desagradable.

En silencio me apoyé contra el marco de la entrada y observé la mesa. Allí, dos platos se hallaban servidos -uno con seis y otro con siete- con panqueques perfectamente colocados en dos torres. Con solo verlos, se me hizo agua la boca. ¡Qué hambre!

Elevé la mirada hacia Matthew en el preciso instante en el que él volteaba para dejar un último panqueque sobre el plato que estaba frente a mí.

Al verme, se quedó inmóvil un momento. Luego dejó el panqueque y me sonrió a modo de buenos días.

-Espero que te gusten -dijo y no fue capaz de ocultar la emoción en su voz.

Le devolví la sonrisa y vi mi plato por segunda vez. Una profunda añoranza por mi madre y sus famosos domingos de panqueques me abordó. Días en los que me levantaba atraída por el delicioso aroma dulce que desprendía la cocina y me sentaba en la silla de madera color blanco que daba al gigantesco ventanal. Desde allí se veía la intensidad del cielo y del clima. Todo mientras mi padre preparaba café con su pereza matutina y mi madre le daba pequeños golpecitos con la espátula en la espalda para que se moviera más rápido. Jugando me regalaban, ambos, al verme una sonrisa que mostraba todo el cariño que me tenían... o al menos, eso era lo que yo creía siendo una niña estúpida.

-¿Hada? -La voz de Matthew me trajo de vuelta. Me fijé en sus ojos y noté cierta preocupación, me recompuse al verla-. Si quieres puedo hacer otra cosa... -Estiró su mano para coger mi plato, pero le detuve antes de que pudiera.

-No, me encantan -confesé y me senté en una de las dos sillas que conformaban mi juego de comedor-. En serio, así que siéntate conmigo.

Compresivo él tomó asiento frente a mí y se apresuró a tomar la jalea que estaba sobre la mesa para derramarla sobre su desayuno. Cuando le imité, me sonrió; y cuando di una primer probada, su sonrisa se ensanchó ante mi expresión realizada.

-¡Está delicioso, Matthew!

-Lo tendré en cuenta para una próxima vez.

Levanté la mirada hacia sus iris de color plata y él me dedicó una guiñada coqueta. Tuve que apretar los labios al sentir que una sonrisa quería apoderarse de ellos y tragué la comida para contestarle en tono burlón:

-¿Disculpa?, ¿quién dijo que habrá próxima vez?

-El cosmos me lo ha hecho saber -bromeó con una mirada seria.

-Yo nunca desconfió de lo que pronostica el cosmos -repliqué antes de llevarme otro bocado a la boca, intentando ocultar la confesión que había escapado de mis labios.

Escondiendo mi otro yo. [COMPLETA. EN EDICIÓN]Where stories live. Discover now