Capítulo 4

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Jamás salía el sol sobre Karkya. Ningún rayo de luz podía iluminar aquel lugar en el que lo único que se podía encontrar era maldad en abundancia. Era el lugar más oscuro de toda la vasta tierra de Lykanna que ni siquiera los seres más iluminados sentían el poder suficiente como para adentrarse en aquel tétrico lugar. Hasta los mismos Guardianes temían de lo que en aquel oscuro lugar se alojaba.

Para Ghrim, no existía lugar más hermoso que ese, no existía poder más perfecto que el suyo, tampoco existía belleza mayor a la de la chica que recién se incorporaba en el Templo Oscuro, como la siguiente Código; Nayra.

Tenerla ahí, le generaba un poco de ventaja sobre los Guardianes, aunque la misma no fuese tanto como él hubiese querido. La situación lo favorecería aún más si Nayra se hubiese purificado en Lykanna e incrementado la magnitud de sus poderes elementales. No le favorecía en lo absoluto el hecho de que sus poderes continuaran con la limitación.

Dentro del Templo Oscuro le sería imposible que la joven se purificara, pues no había manera en la cual la luz se pudiese adentrar ahí. Ni siquiera otro de los dioses, fingiendo ser Kanna podría ayudar a Nayra a purificarse.

Tenía que pensar bien cómo haría para incrementar los poderes de la elegida de Kanna para poder llevar a cabo los planes que tenía.

A Nayra le maravillaba estar ahí, encontrarse rodeada de personas que pensaban como ella le resultaba fascinante. Más cuando recibía atención lo suficientemente agradable de parte de aquel que la había considerado como un Código. Ghrim había sido amable con ella desde el primer instante, y mostraba más que interés en ella que cualquier otro Código.

Sin embargo, habían quienes consideraban que Nayra no pertenecía a aquel grupo. Siendo que en realidad se sentían incómodos por el afecto que mostraba su líder por la recién llegada y carente de conocimiento sobre lo que era ser un Código. Tal era el caso de uno de los "cofres secretos" de Ghrim, Alaia.

—¿Crees que realmente pertenece a nosotros, Ghrim? —preguntó Alaia mientras se cruzaba de brazos. El líder de los Códigos le daba la espalda, pero al escuchar aquella pregunta, la vio sobre su hombro y rió inevitablemente.

—Sí que pertenece aquí, Alaia. No quiero que cuestiones ninguna de órdenes. Ya sabes lo que sucede si no. —respondió aquel de los ojos negros y cabello del mismo color. Se dio la vuelta para ver de frente a aquella joven y ella pudo ver aquella cicatriz que empezaba en su frente y terminaba en su mejilla, aquella cicatriz que casi le hizo perder el ojo. Esa cicatriz marcó el inicio de lo conocido como Códigos. —Vas a enseñarle lo que ella necesita saber. Y te guste o no, cuando ella progrese, deberás obedecerla. Es a quien quiero a mi lado al mando. ¿Me comprendes? —agregó mientras una de sus manos iba al cabello de Alaia, aquel cabello casi tan dorado como el oro, que se formaba en ondas que resaltaban lo hermosa que ella era. Pudiese ser la elegida de Ghrim, pero por alguna razón decidió escoger a la de cabello castaño y ojos color miel.

—Yo he estado aquí desde el comienzo... —mencionó ella apartando la mano de Ghrim de su mejilla, hacia donde había proseguido a ir luego de acariciar el cabello de la chica.

—Y eso te lo agradezco, pero ya no me sirves como lo hacías antes. Dejaste de servirme cuando Nayra vino, ¿celos? —preguntó mientras tomaba a la rubia de las mejillas con un poco de fuerza, y acercaba sus labios a los de ella para rozarlos y luego echarse a reír. Alaia lo apartó con bastante molestia.

—Me solías mirar como la miras a ella. Solamente cambias de zorra, eso es lo que haces. Pronto te vas a aburrir de ella y necesitarás a otra más. —respondió la rubia luego de varios segundos callando y se dispuso a caminar a la puerta para salir cuanto antes de aquella habitación en la que solamente la irían a herir sus propios recuerdos.

Sueños entre flores marchitasWhere stories live. Discover now