Capítulo 1

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Los alrededores de la tierra de Lykanna mostraban una paz que no podría ser interrumpida por nada, ni siquiera por las propias fuerzas oscuras que intentaban amenazar la paz de los habitantes de aquel enorme pueblo.

La paz era posible desde el inicio de aquella tierra gracias a los siete Guardianes que se encargaban de la protección de aquel lugar y cada ser que pusiera pie en él.

Cada uno de los Guardianes dominaría algún elemento y cualquiera de sus variaciones, y si la diosa Kanna lo permitía, podrían dominar más allá de los elementos, al menos eso era lo que las leyendas de Lykanna decían.

Pasados tres siglos de la existencia de aquel vasto pueblo, el duque Mykael Barlow gozaba de la dicha de que sus dos hijos mayores, Cataline y Brenn fueran el segundo y tercer Guardián respectivamente. La dicha también visitaba a sus dos hijas menores, las gemelas Lyanna y Nayra, quienes habían despertado los poderes elementales que solo se le otorgaban a los guardianes.

Los cuatro hermanos compartían características similares. Todos tenían el cabello castaño que caracterizaba a su madre, Farora, quien había fallecido a manos de los únicos enemigos de los Guardianes, ellos mismos se hacían llamar Códigos. Cataline, la mayor de los cuatro, al ser purificada en el templo al cumplir los diecisiete años, recibió como regalo de Kanna un lobo de pelaje grisáceo que la acompañaba como su propio guardián. En ese momento, el cabello de Cataline, al igual que sus ojos, cambiaron al color del pelaje del lobo. Era la manera en la que sellaba un pacto con Kanna. Brenn recibió como guardián a un zorro pelirrojo, y, al igual que Cataline, su cabello y ojos cambiaron de color al pelaje de su guardián. Eso era parte de lo que todos los Guardianes debían pasar al purificarse para empezar a servirle a Kanna y proteger Lykanna. Las siguientes en recibir su guardián de Kanna serían Lyanna y Nayra, si es que la segunda quería realmente seguir su único destino.

Nadie en la familia Barlow sabía con exactitud el motivo por el cual la diosa Kanna había decidido otorgarle los poderes a las gemelas. Ella ya había escogido a sus siete Guardianes, y no había mayor razón para que se añadieran dos más a la línea de los elegidos.

Conforme el tiempo pasaba, la capacidad que las gemelas tenían debía permanecer en secreto para el resto de los habitantes de Lykanna, y solamente la familia Barlow y los Guardianes podrían conocer sobre el misterio de los poderes de ambas.

Para Lyanna era una bendición y una señal. Nunca se había escrito ni contado sobre alguien aparte de los siete que tuviese la capacidad completa de manipular los elementos y sus variantes de alguna manera. Si Kanna había decidido entregarle aquel don a las gemelas, tenía que significar algo mucho más que un fallo. Ella estaba segura que tenía un propósito más que el de ser la hija del duque y la hermana de dos Guardianes. Sin embargo, para Nayra las cosas no eran así. Estaba segura que era temporal, que sus poderes no pasarían de la prueba de purificación en el templo y que seguramente, alguno de los otros dioses les otorgó aquellos poderes para hacer enfadar a Kanna y que eso llevara a la destrucción de Lykanna. Si eso llegaba a ser lo correcto, ella y Lyanna serían las llaves de la destrucción del pueblo y por ende, todos en él las odiarían por llevar la maldición en la palma de sus manos.

Por años trató de convencer a su padre de enviarlas lejos para evitar que Lykanna fuese destruida, pero el mismísimo duque sabía que no era ninguna maldición, y que Kanna las había escogido para verse envueltas en la misión de sus vidas. 

Ni siquiera los Guardianes sabían el motivo por el cual Kanna había decidido entregarles las capacidades, pero no podían cuestionar a la diosa. Si ella mandaba a Lyanna y Nayra a unirse a ellos, ellos deberían aceptarlas.

Y aunque todos concordaran con que eso era una bendición de Kanna, Nayra jamás lo tomaría como tal. Si su propósito en verdad era destruir a Lykanna, en su retorcida teoría, buscaría la manera de hacerlo, sin ninguna duda.

Cada noche, Lyanna intentaba descubrir lo que pasaba por la mente de Nayra, aunque evidentemente, solo podría hacer especulaciones.

—¿Por qué crees que Kanna puso la pluma azul en este lugar y no en otro? —preguntó Lyanna mientras mantenía la mirada fija en el cielo nocturno y se acomodaba entre las finas sábanas de su cama.

—No lo sé. —respondió Nayra con una mirada fría hacia su hermana, que no despegaba la mirada de aquel hermoso cielo. —Lo que sé es que algún otro dios quiere destruir Lykanna y por eso nos dio los poderes que Kanna le da a los Guardianes. —agregó mientras apartaba la mirada de su hermana y se acomodaba en su cama al otro lado de la habitación que compartía con Lyanna.

—Eso no es verdad, Nayra. Fue Kanna quien nos dejó tener los poderes de sus elegidos. No sé porqué, pero nos escogió. —reclamó la mayor de las dos mientras se sentaba en el borde de la cama y dirigía su mirada a su gemela. No podía creer lo que Nayra pensaba, era absurdo, pero la tomaba en serio y temía por cualquier cosa que ella quisiera hacer.

—Ella no nos escogió, fue otro dios que quiere ver Lykanna destruido. Y ahí es donde entramos nosotras dos. Somos el instrumento de la destrucción de este mundo. No es tan difícil de entender, Lyanna. —dijo Nayra con una expresión molesta en el rostro, sin ver a Lyanna.

—Esta es la última luna que queda para la luna de nuestra purificación en el templo. No quiero que lo arruines con tus ideas fuera de lugar. Debes entender que somos parte de los Guardianes, Nayra. —pidió Lyanna mientras volvía a adentrarse a sus sábanas y se acomodaba de manera en la que no podía ver a su hermana. Ya no pensaba seguir hablando del tema. Prefería dormir y descansar lo suficiente para la purificación en la siguiente luna. 

La manera en la que Nayra pensaba resultaba ser bastante hiriente para su hermana, quien estaba segura que ellas debían servir a la Guardia de Kanna.

Debatió con sus propios pensamientos hasta caer dormida, intentando que su hermana no se adentrara en sus sueños, donde era el único lugar en el que ella se sentía segura.

Del otro lado de la habitación, Nayra meditaba si lo que estaba a punto de hacer era justamente lo correcto, o si debía seguir a su hermana en lo que ella consideraba correcto. Se sentía segura de que su teoría sobre tener los poderes de un Guardián eran solamente el intento de un dios de destruir el paraíso que Kanna creó para los mortales siglos atrás. Quería pensar que aquellas ideas que un día aparecieron simplemente en su cabeza eran completamente ciertas.

No quería atribuirlas a la semilla de los Códigos que se había plantado en ella la noche en la que asesinaron a Farora, cuando habló por horas con Ghrim, el Código 1. Quería pensar que su destino en verdad era el de destruir Lykanna y pertenecer al lado opuesto al que sus hermanos juraron lealtad.

Las palabras de Ghrim se repitieron en su mente desde el segundo en el que él se fue, luego de que su mano derecha asesinara a Farora esa noche. "Estás hecha como nosotros, fabricados en el molde de los despreciados, de los que tienen más fuerza que millones de Guardianes. Tú, Nayra Barlow, eres un Código." 

¿Y si en verdad era un Código?

Antes de que cualquier señal de arrepentimiento se pasara por su mente, decidió que debía hacerlo y huir de aquello que Lyanna pensaba que era correcto, para correr a lo que ella sentía que era correcto.

Saltó de la cama intentando no despertar a Lyanna y se alistó para salir por la ventana. Se colocó la ropa que se suponía que utilizaría en la purificación, tomó el resto de sus cosas, abrió la ventana y saltó de ella, agradeciendo luego que su habitación no estaba en un nivel elevado.

Sabía que no debía mirar atrás, o de alguna manera, eso mismo la haría querer volver. Corrió hacia los campos que la llevarían donde ella sabía que los Códigos se alojaban, intentando que nadie del pueblo que por casualidad estuviese rondando de noche la viera. 

Respiró profundamente antes de caminar por el sendero que la alejaba de los campos de Lykanna Norte, para adentrarse a la parte "prohibida" de aquel vasto lugar. Lo llamaban Karkya, algo que el mismísimo Ghrim había denominado como "maldad".

Estaba segura que nada iba a impedir que estuviese cerca de su verdadero destino. Estaría bien, o eso quería pensar. 

Supo que no había vuelta atrás al encontrarse frente a frente con la entrada del Templo Oscuro, donde sabía que se alojaban los Códigos.

Dentro, el líder de todos ellos sabía que la suerte había llegado. Pues tenían a uno de los pilares de Kanna fuera, una de las dos elegidas; Nayra Barlow.

Sueños entre flores marchitasWhere stories live. Discover now