Capítulo 23: ¿Cómo llegaste a ésa conclusión?

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— ¿Por qué siempre justo en los días que yo no voy, hacen tantas cosas? Ésto es demasiado para mis manos. ¡Me las voy a quebrar de tanto copiar! Porque ¿cómo voy a copiar tanto? —se quejó y se sonó la nariz, para luego mirarme con sus rojos, vidriosos e irritados ojos—. Ésto hace que me sienta más enfermo de lo que estoy.

Miquéas recostó su cabeza sobre la mesa cubierta de sus hojas vacías, haciendo que aquél montón que contenía cada actividad y concepto que yo había copiado en el colegio, se desordenara y se esparciera hasta el borde de la mesa.

Mi mejor amigo, mi muy enfermo mejor amigo, había ido con la única intención de copiar las clases que había faltado. Pero viéndolo en ése momento, después de haber copiado solo las clases del lunes y el martes, me parecía que todavía faltaba mucho para que lograra copiarlas a todas. El montón que se había desplazado de la mesa hizo que extendiera el brazo y las reacomodara, para así poder crear la ilusión óptica de que no había tantas cosas para hacer.

—Dale Miqué, falta poco —lo animé como pude—. Copiá la clase de hoy y te tomás un descanso.

—Ya —expresó mientras repasaba su frente sobre la superficie de la mesa—, no puedo. Es demasiado para mis pobres manos de bebé...

Rodé los ojos y pensé que Miquéas estaba siendo un exagerado. Bueno, no tanto. Vamos a aceptar que sí eran bastantes clases las que él tenía que copiar. Pero si quería podía. Así que lo miré y busqué un incentivo para que siguiera copiando.

—Mirá que mi mamá te hizo un bizcochuelo...

Él, cuando hice la mención del postre que mamá le había preparado, levantó la cabeza y me sonrió con todo y su cara demacrada por la enfermedad. Tenía que hacer una nota mental; si quería que Miquéas me hiciera caso, le tenía que mencionar los postres que mi mamá hacía... sería mucho mejor que insistir e insistir cuando el chico enfermo no me quería seguir la corriente.

—Éso hace que mis ganas de terminar de copiar todas éstas feas clases, vaya en aumento —soltó y se enderezó en su asiento—. Bueno, vamos por ése bizcochuelo.

Acomodó las hojas blancas que tenia frente a él, tomó una lapicera, buscó una de las hojas del montón y comenzó a copiar. Al cabo de cuarenta minutos, Miqués ya iba por la clase del viernes; lo que también significaba que iba por la clase de ése día.

Como fue viernes, tuvimos literatura y justamente, el profesor había pedido que le comentáramos cómo íbamos con nuestros trabajos. Cuando había llegado mi turno me pidió ver lo que tenía hasta el momento y le mostré los pocos capítulos que tenía explayados en el cutre cuaderno desgastado en que los había dejado. A pesar de la mala presentación de mi obra, al profesor le gustó mucho y me felicitó por el progreso que había tenido desde la última vez que me había pedido el trabajo y yo todavía no había escrito ni una sola palabra.

Ojos color primavera.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora