Capítulo 20: "¿Me enseñarías a leer, papá?"

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Bajé las escaleras con cuidado de no caerme en el camino hacia la cocina

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Bajé las escaleras con cuidado de no caerme en el camino hacia la cocina. Tenía que ser algo más cuidadoso que de costumbre, todavía no manejaba muy bien aquél arte de leer mientras bajaba las escaleras de la casa. Podría agregar que también estaba sosteniendo una mochila con el codo derecho que cuando pasaba las páginas con la mano derecha, se sacudía haciendo que mi equilibrio se desestabilizara un poco.

Los quince escalones a los que estaba obligado a bajar se convertían, mientras seguía la lectura con atención, en una especie de cuerda floja. Cuando bajaba un escalón me quedaba como un minuto en el mismo leyendo una página y descendía cuando pasaba a la otra. Me parecía que si yo seguía bajando a ésa velocidad iba a llegar muy tarde a la cocina y por consiguiente también iba a llegar muy tarde a la casa de mi amiga. Y era una ironía que la principal culpable de mis pasos de tortuga fuera la misma persona que seguramente iba a volver a ver en el día.

El libro que estaba leyendo con tanta atención era el que Isabella me había prestado en el colegio. Y como no había tenido tiempo de comenzar a leerlo, por motivos escolares que me habían causado dolor de cabeza, estaba aprovechando la mañana del sábado. Apenas iba por el primer capítulo, pero me había enganchado al instante. Por alguna razón las palabras que iba descubriendo con el paso de las páginas me eran muy sensoriales.

El autor de aquélla obra tenía una clara visión del arte, parecía que quería expresarlo con todas las palabras necesarias para que el lector lograra entender sus puntos de vista y comprender con verdadera consciencia cada afirmación que planteaba con palabras. Me hizo pensar en cosas que no me había planteado nunca y disentía en otras. No las comprendía con totalidad.

El autor afirmaba que el artista no debe reflejar su esencia en las obras que realizaba, que éso no era arte. ¿Pero, me pregunté, cómo crear algo sin demostrar que nosotros estamos ahí? ¿Nosotros, a pesar de estar entre libros, lienzos y música…, no existimos en cada obra que creamos? ¿Dónde está la belleza de la vida si no demostramos que la persona que lo realiza también tiene vida? Porque no somos máquinas, no somos de metal; tenemos sentimientos que a veces ni siquiera podemos manejar.

Los sentimientos son el motor de nuestras vidas. Caminamos, no porque debamos hacerlo, sino porque queremos hacerlo. Queremos realizar cosas y experimentar la vida. Somos buscadores de sentimientos, buscamos promesas e intentamos cumplirlas a cada momento del día. Intentamos ser mejores, nos esforzamos para encontrar aquél sentimiento de libertad que nos brinda la realización. ¿Qué pasa si cuando hacemos algo ligado al arte no le colocamos algo de nosotros mismos? Me parecía que el arte era el reflejo no físico del ser humano; se supone que debemos estar ahí pegados en cada trazo, cada nota y palabra.

Ojos color primavera.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora