Capítulo 12: Antes de comenzar.

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Me giré para encontrarme con la puerta del colegio. A pesar de que el frío se había instalado desde abril la temperatura rozaba lo que podría describirse como templado. Antes de entrar miré las nubes grises que había en el cielo, el día señalaba que iba a llover y yo no había llevado el paraguas. La culpa sólo la tenía yo porque mi mamá me había dejado el paraguas en la mesa, advirtiéndome que durante todo el día de hoy se pronosticaban lluvias y tormentas. Realmente no pensé que eso sería cierto y no sabía muy bien por qué no le creí a mi mamá. Esto último probaba que yo era una persona poco inteligente que además de no haber notado las señales ambientales como la humedad que se encontraba en el ambiente, no le había creido a la mujer que me dio la vida.

Momento de negar con decepción.

Subí los escalones y me encontré con el preceptor más adorado del colegio; Jean. El año pasado había sido nuestro profesor de historia, pero ese año nos había tocado una profesora nueva. Todos adoraban a Jean por ser tan bueno y tan "familiar" con los alumnos del colegio. Cuando le hablabas, te olvidabas de que era un preceptor, porque él te trataba como si fueses parte de su familia. Y aunque ya lo cargaron varias veces con su nombre, él nunca se ofendió con ésos chistes de mala calidad; hasta se reía de ellos. De todas formas, a veces yo lo llamaba Juan —que sería Jean en castellano—.

—Hola Juan —lo saludé junto con una sonrisa.

Jean, o Juan, me devolvió la sonrisa mientras me dirigía hacia la entrada del patio.

—Buen día, Isa.

Le dirigí una última sonrisa y luego giré la cabeza para ver el camino que estaba frente a mí. Mientras daba los primeros pasos, miré hacia ambos lados para ver si ya había alguna cara conocida en algún otro sector, para poder dirigirme directamente hacia ellos. Pero como no encontré a ninguno de mis amigos, seguí caminando hacia el sector de siempre.

Aunque sabía que todavía no había mucha gente en el patio, se me hacía medio incómodo caminar sola hacia mi lugar. Era consciente de que tenía actitudes dependientes, pero no sabía interactuar mucho con la gente. Mejor dicho, no me salía hablar con la gente.

Se supone que todos los seres humanos tenemos incorporado ése ingrediente que nos garantiza una buena capacidad social. Pero, al parecer, Dios no me había regalado ese ingrediente fundamental. La facilidad al hablar debería ser para todos, pero yo no podía... interactuar bien con las personas. No era tan tímida, ni tan antisocial como para ser catalogada como "la chica que nunca habla". Pero lamentablemente, las personas —obviamente— no me conocían lo suficiente.

Ellos preferían juzgar a los demás y evadian que las personas que ellos criticaban, también tenían sentimientos. Me parecía tan injusto que creyeran que tenían el derecho de hablar mal de la gente, ¿no sabían que eso no los hacia mejores, sino todo lo contrario? Me enojaba mucho. Me frustraba ser consciente de eso y no tener la capacidad de defender a los demás..., de defenderme a mí misma de las injusticias. Cómo me habría gustado ser como Eva. Que si pensaba algo, lo decía. Que si tenía una idea, lo expresaba; que si estaba con amigos, se comunicaba, hablaba, se reía y compartía sus opiniones con ellos. Tenía una facilidad al hablar, de la que yo carecía completamente. Eva y yo éramos contrarias. Si ella sabía hablar, yo sabía escribir. Y eso era lo único bueno que podía rescatar.

Ojos color primavera.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora