41. Damien

7.4K 809 302
                                    


Si quieren bajar de peso, no dejen las harinas. Prueben dejar a la persona que más aman en el mundo, después me dicen.

Al principio era la apatía lo que me impedía comer, ahora es mi propio organismo. De tantos días de sólo masticar un par de bocados, se me cerró el estómago. Casi todo me hace vomitar.

Con mi ánimo por el piso y mi cuerpo en el mismo estado, doy una imagen patética.

Así me encontró Tamara.

—Hijo, vinieron a saludarte —escucho la voz de mi papá; suena feliz y eso es preocupante. Por un momento temí que fuesen Mariano y Lautaro que venían a hacer leña del árbol caído. Afortunadamente, no.

Tamara sonríe como si nada, le hace chistes a mi viejo como cuando éramos novios y hasta le tira un «suegrito» jocoso. Yo no estoy de humor para estas cosas, no estoy de humor para nada. Me apoyo en la pared para no tambalearme, creo que me bajó la presión.

Tomo un trago de coca, me hace doler la panza, pero al menos me levanta un poco.

—Vení —me dice ella y me abraza—, vamos a mojar los pies en la pile. Como una boluda, no traje la malla.

La sigo, no tengo fuerzas para resistir ni para contestar. Mi viejo me regala una mirada de advertencia: «no la cagues».

—Tamara... —me quejo.

—Pah, estás peor que Alejo, boludo. Sentate que te vas a caer a la pile y no creo que pueda sacarte.

—Alejo —digo su nombre y estoy por volver a llorar.

—Lo vi en casa de Sebas, él está.... Iba a decir bien, pero no, no está bien. Aunque está mejor que vos. Me mandó a verte, sabía que tu papá me iba a dejar pasar.

—No puedo llorar frente a él o se va a dar cuenta de que hablamos de Alejo. —La voz me sale cortada.

—Primero, lo primero. Vamos a comer. ¡Dios, Damien! Se te notan las costillas —me reta.

—No puedo comer.

—Estoy acá para cuidarte, me mandó tu novio —remarca las palabras, recordándome que él sigue ahí para mí—. Si me voy habiéndote dejado mal, me va a matar. Ya le debo la limpieza del baño, ¿qué querés? ¿qué sea su esclava de por vida? —bromea y a mí se me llenan los ojos de lágrimas.

Se da cuenta de que, en mi estado, no puede pretender que coma algo pesado. Así que prepara mate —dulce— y unas tostadas. Cuando mi viejo le sugiere algo más suculento, finge que está a dieta.

—No, «suegrito», que no terminé con navidad y ya viene año nuevo, voy a rodar. —Le regala una sonrisa tan falsa como las que le brinda a Rita y, por primera vez en más de una semana, me río—. ¿Por qué no vamos a tu pieza? —pregunta en tono inocente.

Me levanto y llevo el mate. No sé si voy a poder tolerar muchos más, pero hoy tengo ganas de intentarlo al menos.

Cuando cierro la puerta, me abraza y se le caen un par de lágrimas. A mí también.

—Casi no lo creo cuando me contó Alejo —dice.

—¿Cómo está? Necesito saber cómo está. Me deja mensajes, pero si... si... Dios, si me deja, si se va...

—Damien ¡No seas boludo! Alejo no te va a dejar. Está desesperado por vos, imaginate, me pidió ayuda a mí.

Sonrío.

—¿Te ganó la apuesta? —Hablar de él me acelera el pecho. Recordar cómo se siente su nombre en mi boca, poder mencionarlo sin miedo a represalias.

Entonces, me besó (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora