17. Damien

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Lo primero que pienso es que me quedé dormido en el sillón de mi casa.

Estoy algo incómodo. Mi colchón no se siente blando y mi almohada está demasiado alta. Abro los ojos y siento la luz darme de lleno en la cara.

Me llega el perfume de Alejo. Estoy respirando sobre su cuello. Un gemido, que parece demasiado un ronroneo, me sale de la garganta.

No quiero levantarme nunca.

Estoy medio acostado sobre el pecho de Alejo, con un brazo encima de él y una de mis piernas entre las suyas. Mi cabeza pegada a la suya y su brazo haciendo de almohada.

Me muevo despacio, intentando no despertarlo. Al igual que yo, se quedó dormido sin querer.

Tiene los auriculares puestos; en realidad, sólo uno, el otro está enredado en mi brazo. Su celular descansa en su panza y aún lleva los lentes.

Me desenredo y me deslizo fuera de la cama, pasando por encima de él.

Le saco los anteojos y los auriculares y los dejo sobre la mesa. Su celu está tan muerto como el dueño, así que lo pongo a cargar.

Miro la hora en el mío. Las 7 AM.

Tengo un reloj biológico que me empuja fuera de la cama antes siquiera de que suene el despertador.

Voy al baño y preparo el desayuno intentando hacer el menor ruido posible. Cuando vuelvo a mirar a la cama, veo a Alejo desparramado y mucho más cómodo que hace un rato. Bocabajo, con la cabeza escondida en la almohada y apenas cubierto por las sábanas.

Es realmente hermoso.

Anoche fue fantástico. Me siento algo avergonzado por lo rápido que acabé. Sí, lo sé, es cliché, pero tengo que decirlo: es la primera vez que me pasa.

En general me cuesta llegar, porque claro, no me gustan las mujeres y hasta el momento sólo lo había intentado con ellas. Voy a tener que aprender a contenerme como si fuese un preadolescente de nuevo.

Antes de sorber mi café, recuerdo algo más de la noche anterior. Nuestra charla sobre cuidados.

No nos cuidamos. No soy tan ignorante como para no saber que hay riesgos incluso en el sexo oral, aunque sean menos. Sé que él no tiene nada, porque se hace los estudios con frecuencia, pero ¿y yo?

Yo no me los hice nunca, ni siquiera en las campañas del día de acción contra el SIDA.

Dejo la taza, porque no sé si el estudio se hace en ayunas o no, y busco la información en internet. Elijo el hospital Centenario entre los centros que hacen el test rápido y me visto.

Miro a Alejo una vez más y siento cosquillas en el estómago.

Escribo una nota en una hoja y dejo una copia de mis llaves por si se levanta y se quiere ir —espero que no, pero no puedo dejarlo encerrado— y me voy.

Como era de esperar, el Centenario es un mundo de gente. Sin embargo, me atienden rápido.

Ni bien pongo un pie en el consultorio, me pongo a temblar. El médico, un chico que no parece mucho más grande que yo, me calma enseguida.

Me hace un par de preguntas, con un tono de total profesionalismo y me aclara los pormenores del test. Me explica algunas cosas que no sabía, como por ejemplo que hay que esperar un par de semanas desde el momento en que estás en contacto con un factor de riesgo para obtener resultados confiables y que es preferible repetirlos más tarde —tal y como hizo Alejo—, que la prueba que me voy a hacer tiene resultados inmediatos, pero puede no ser definitiva y que, si no me hice nunca los estudios y no me cuidé en algún momento, es mejor hacerme un análisis completo que incluya otras enfermedades de transmisión sexual además del HIV.

Entonces, me besó (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora