10. Damien

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Me siento fatal.

Lo llamo, no atiende. Le mando mensajes, me deja el visto.

Soy un imbécil.

Si hay algo que me aterra más que admitir que soy gay, es parecerme a mi viejo. Y eso fue exactamente lo que hice, me comporté como él.

Le pegué a Alejo.

Golpeo mi almohada con frustración. Vuelvo a entrar a Facebook y miro la foto en la que se lo ve con Gastón. Siento la misma bronca que sentí esa noche. Siento celos.

Esa tarde me cansé de negar lo evidente: me gusta Alejo.

Creo que no se trata ya de si me gustan los hombres o las mujeres en general; se trata de Alejo.

Porque aquella noche, mientras hablaba con Diego —así se llama—, no sentí más que curiosidad, la misma curiosidad que siempre sentí respecto a la idea de estar con un hombre. No hubo nada de ese fuego, de ese nudo en la boca del estómago, de esas cosquillas en todos lados, de esa corriente...

Hasta que conocí a Alejo, me manejaba con la duda, con la sensación de insatisfacción. Pero desde que lo besé, la historia es muy distinta. Ya no hay dudas de lo que él despierta en mí, y es hombre, por lo tanto... soy gay. Punto. Final.

Cuando llegué a esa conclusión, junté coraje. Abrí mi cuenta y le di aceptar a su solicitud. Empecé a revisar su muro mientras pensaba en cómo contestar a su mensaje y entonces vi la foto.

Todo se me vino abajo.

Después no fui consciente de lo que hice. Sólo pensé en salir, en demostrarle y demostrarme que no me afectaba. Que todo esto no se trataba de él. Iluso.

La cagué.

Ahora tengo que solucionarlo. Si tan sólo se me ocurriese cómo.

Encima, este fin de semana me toca viajar a Pergamino.

Preparo el bolso con ropa sucia y tuppers vacíos y voy para la terminal. No conseguí pasaje temprano, así que estoy en el medio de un centenar de personas revisando mi boleto.

Me tocó el Pullman de las 19:22. Eso viene a ser el tercer refuerzo. Me colgué en la semana, tan ensimismado con Alejo, que no caí en la falta de pasaje hasta que mi mamá me llamó.

Alzo la vista para ver cuál de los micros es el mío y lo veo a él. Está unos pasos más allá, hablando con Emanuel. Lleva un bolso chico y, en la mano, una carpeta de dibujo.

Tengo ganas de hojear sus trabajos. Son tan buenos. Quiero uno para mí.

—Hola ¿Podemos hablar?

Se sobresalta cuando escucha mi voz a sus espaldas. Ema arquea las cejas, pero después me saluda con un asentimiento de cabeza. En cambio, Alejo me mira enojado.

No se le pasó.

«¿Y qué esperabas? Le pegaste una trompada».

—Ya tengo que subir al cole. Nos vemos —contesta cortante y se pone en la fila para subir.

A él no le tocó el refuerzo. Se nota que fue más precavido que yo. Supongo que eso también me entristece un poco, porque quiere decir que no estuvo toda la semana dando vueltas en la cama pensando en lo imbécil que soy.

Ya me gustaría.

Cuando ve que no me muevo, me clava la mirada, desafiándome a hacer una escena.

No la hago, tampoco me voy a mi fila. Hasta enojado me parece hermoso.

Sus ojos azules lanzas chispas por debajo de los lentes. La bronca lo hace sonrojarse y su boca se pone tan tensa que parece una línea, una línea de lo más besable.

Se da cuenta de que me lo estoy comiendo con la mirada. No se apiada de mí. En cambio, hace ese encogimiento de hombros tan típico de él, ese que me memoricé en una noche, y me da la espalda.

Cuando le toca subirse, no me queda otra que ir a mi cole y hacer lo mismo.

Emanuel me ve marchar y me parece que niega con la cabeza, resignado.

Me siento en mi butaca y saco el celular. Me debato entre mandarle un WhatsApp o no. Lo veo en línea, en un momento me aparece «escribiendo...», pero luego desaparece y no me llega ningún mensaje.

Yo: Buen viaje.

Alejo: Es pullman...

Me río y siento el nudo en mi pecho se deshacerse un poco. Es cierto, viajar en estos micros es la muerte. Apostar por una avería es más seguro que las acciones de Google.

Le contesto con emoticón y ahí queda todo. De momento. No pienso rendirme. 

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Entonces, me besó (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora