33. Damien

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Tengo un nudo en la garganta.

Estoy sensible, lo admito. Es que ayer recibí la llamada que esperaba y hoy, en el almuerzo en casa de Alejo, su hermano tiró la bomba: «voy a ser papá».

No puedo creer compartir un momento así con una familia que no es la mía. Bueno, supongo que ahora soy un poco parte de ella, ¿no? Ok. Estoy demasiado emocionado.

Analía está que no puede dejar de llorar, y mi suegro tiene una expresión de felicidad que he visto antes en su hijo.

—¡Por fin voy a ser abuela!

—Lo decís como si tuvieses mil años... —bromea Lucía un poco a la defensiva, ella tiene más de treinta, según su madre, ya está en edad más que suficiente para darle más nietos.

—A mis sesenta...

—¿Sesenta, ma? Se te quedaron un par en la cartera, me parece —pincha su hija.

Todos nos reímos, inclusive Analía que esta tan contenta que no se ofende con el chiste.

—Dame la foto de mi sobrina —pide Alejo a su hermana y le quita la impresión blanco y negro de la ecografía. Se ve solo un poroto en el medio de un manchón; él me lo muestra con el corazón rebosante de orgullo de tío.

—Sobrino —corrige su hermana—, va a ser nene.

—Nena. Y yo voy a ser su tío preferido. —Le saca la lengua.

—Yo soy la maestra jardinera, me va a querer más a mí.

—Por eso, porque sos la maestra, sos la tía educadora, yo, el tío malcriador. Me va a querer más a mí. Además, las nenas prefieren a los familiares varones...

—Va a ser nene... ¿Y de dónde sacás eso de las nenas?

—Vos sos la preferida de papá.

—Ahí empezamos —dice Roberto—. Ya me parecía raro.

—Vos sos el preferidooooo, si sos el bebote de la casa —contradice Lucía.

—Vos la nena, todo el mundo quiere a las nenas, por eso mi sobrina va a ser nena.

—Yo no corto ni pincho —se ríe Juan Pablo, es el único no interesado en a quién quieren más sus padres.

—Basta, todos saben que mi preferido era el Pepe, que en paz descanse —se burla Roberto.

—El Pepe era un perro que teníamos cuando yo era chico, se escondía debajo de la mesa a tirarse pedos —me explica Alejo y todos se ríen recordando al chucho.

—Y así y todo se portaba mejor que estos tres —agrega mi suegro—. Mucho sobrino y sobrina, pero los quiero ver cambiando pañales.

—Eso te lo dejamos a vos, pa, que ya tenés cancha —lo carga Alejo.

—Ya lo creo, ahora cualquiera cambia pañales, pero los quiero ver a ustedes, sobre todo ustedes dos —Señala a Lucía y Juan Pablo—, que usaban los de tela. Alejo ya me agarró cansado y con descartables.

—Cansado para pañales, pero no para otras cosas, ¿eh?

—¡Alejo, por Dios! —se queja Analía, tan roja que parece un tomate. Todos los demás no podemos aguantar la risa. Para colmo, Roberto le guiña el ojo a su esposa que se pone aún más colorada.

A esta altura, me duelen las mejillas de tanto sonreír.

Juan Pablo y su esposa están como yo, en silencio y algo más acostumbrados a este alboroto. Por lo que comentan después, estaban esperando a que el médico les dijera que estaba todo bien antes de dar la noticia. En las primeras semanas hubo algo de pérdida y recién ahora le confirmaron que no había riesgo. Eso desató una avalancha de sobreprotección.

Entonces, me besó (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora