38. Damien

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Nunca fui creyente, la religión no es lo mío. Pero ahora sé que existe el cielo y el infierno; estuve en ambos.

Ya no puedo llorar. De tanto fingir frente a mi familia, frente a mi viejo, me quedé sin lágrimas.

Soy lo más parecido a un zombie que existe. Alejo tenía razón, mi papá cortó todos los medios de comunicación; ni siquiera me deja ver a mis amigos. Sebas y Esteban se acercaron cuando mi estado en Face volvió a ser el de soltero y mi foto de perfil pasó a celeste. Mi viejo no los dejó pasar, los puteó como si hubiesen sido los responsables de mi homosexualidad.

Por lo menos, ellos me pueden mandar mensajes.

—Si volvés a escribirle al maricón ese, te vas a la calle —sentenció mi papá al revisar mi teléfono. Vi el momento en que palideció con el último audio sobre la línea 144.

Ojalá pudiese hacer algo, ojalá pudiera convencer a mi mamá de dejarlo, ojalá me quedasen fuerzas.

Me levanto otra mañana más, los chillidos de mi hermana me sorprenden. Es nochebuena y a mí me importa una mierda.

—Damien ¿un café? —pregunta mi mamá. Son las diez, nunca me levanto después de las ocho, pero ahora lo único que hago es dormir.

—¿Te volvió a pegar? —pregunto yo en cambio, como cada puta mañana.

—No.

Me siento horrible. Por un momento espero que la respuesta sea «sí». Un «sí» que me permita irme sin sentirme culpable, un «sí» que diga que él rompió la promesa, no yo.

—Tenés que desayunar —dice mi vieja y pone el café con leche frente a mí. También trae tostadas, manteca y dulce de leche. Doy un sorbo al café y siento náuseas.

No puedo mirar a mi vieja a la cara, no puedo hablarle. No tolero que pretenda que todo está bien, que juegue el rol de madre abnegada conmigo. Sé que tengo que apoyarla, ayudarla, darle confianza para que deje a mi papá, pero ¿cómo?

Siento bronca de que ella no pueda abandonar a un hombre que le pega y tenga que ser yo quien deja a quien ama y lo ama. ¿Dónde está el sentido en esto?

Cada día, desde entonces, mi mamá intenta hablarme como antes y yo la esquivo. No puedo seguir haciendo como si nada, bastante ciego fui todos estos años. Tampoco puedo dejar que ella siga haciendo como si nada.

¿Y mi tía Helena? Se peleó con su propia hermana por mi viejo. Quiero saber su versión, pero también quiero putearla. ¿Por qué se fue? ¿Por qué nos abandonó si sabía lo que pasaba? ¿Cómo no hizo nada?

Irse es de cobardes. O quizás, eso me repito para darle un poco de fuerza a una decisión que me hace miserable.

Me levanto, tiro el contenido de mi taza en la bacha y me voy a mi cuarto. Me prendo un cigarrillo —sí, fumo en mi cuarto ahora— y me quedo mirando la nada hasta que me llaman a almorzar.

Tengo que bajar, si no, mi viejo me viene a buscar. Ya lo intenté.

No como más que dos bocados.

Mi hermana habla como si nada hubiese pasado, como si su familia no estuviese completamente golpeada y con moretones que van del violeta al amarillo. Mi papá le sigue la corriente, simular que todo está bien es su pasatiempo. Mi mamá, en cambio, intenta que yo coma.

Vuelvo a mi habitación y me ovillo en la cama con mi celular en las manos y sin moverme. Mi papá borró todo mi chat de WhatsApp, me hizo bloquearlo en Face y eliminar su número de mis contactos. Revisa que siga así, todos los días. Sin embargo, me sé su teléfono de memoria y me martirizo toda la tarde marcando y borrando los números en mi pantalla.

Entonces, me besó (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora