XXXV: Take my hand.

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Habían pasado cuatro días desde su regreso a Brighton. Vitto había estado tan ocupado con la clínica como Ethan con el regreso a las clases, por lo que no habían podido verse desde el domingo anterior. Habían hablado, sin embargo, cada día, y Vitto terminó por preocuparse ante la cantidad de veces que los dolores de cabeza de Ethan aparecían en la conversación.

Le resultaba curioso. Curioso y preocupante, y había llegado de consultar a Angelo sobre las posibles causas. Su amigo se había mostrado tranquilo. Ethan llevaba tanto tiempo sin ver que el proceso podía haber provocado en él jaquecas similares a las que ocurrían cuando una persona pasaba demasiado tiempo al sol. Su cerebro no estaba acostumbrado a la repentina claridad, podía saturarse y responder al estímulo de esa forma. Estaba convencido de que se le pasaría en unos días y Vitto decidió confiar en su criterio médico.

Aquella tarde de jueves sus sesiones habían pasado a ser las del doctor Kinney, lo que significaba que Ethan iría a ver a la doctora Janis. Había acabado asimilando aquellos cambios tan bien que ni siquiera se molestaba en preguntar al chico los horarios de sus consultas. Sólo tenía que esperar un par de días y la propia doctora le especificaba qué día debía ir a la consulta de su compañero.

El doctor Kinney le gustaba. Como Janis, estaba especializado en niños y adolescentes y la mayoría de sus pacientes tenían una edad comprendida entre los cuatro y los dieciseis años. No tenía ningún caso especialmente interesante, o al menos no tanto como el de Ethan. Sin embargo, tenía un paciente que pronto despertó un gran interés en Vitto: Elliot, un chico de catorce años que sufría acoso escolar y ansiedad social grave. Era un caso interesante que hizo nacer en él las ganas de realizar su tesis de magistrale sobre las consecuencias que podía tener en las personas una situación de acoso en la escuela con el paso de los años.

La sesión de Elliot de aquella semana terminó con algunos avances en el caso del chico. Cuando el pequeño salió de la consulta, tanto Vitto como el doctor Kinney estaban convencidos de que sus problemas iban más allá de la institución escolar. El inconveniente era que no llegaban a vislumbrar la magnitud de sus problemas.

—Sé que hay algo de lo que no quiere hablar —comentó el doctor mientras guardaba el historial del chico—. Algo que le afecta tanto que cree que será una catástrofe si habla de ello.

Vitto asintió en silencio, convencido, y se giró hacia la puerta. Hacía varios minutos que Elliot había salido, pero el siguiente paciente no había entrado. El doctor Kinney le hizo un gesto con la cabeza. No era la primera vez que la recepcionista desaparecía para ir al baño y el paciente permanecía esperando, retrasando las consultas, de modo que el italiano cruzó la habitación y salió al pasillo, carpeta en mano, para llamar a su paciente.

Estaba a punto de pronunciar el nombre cuando Sophie pasó por su lado pidiéndole disculpas y se apresuró a buscar en a la agenda el nombre de su paciente. Vitto se giró, esperando para acompañar al chico hacia la consulta a la vez que la recepcionista pulsaba el botón que abría la puerta de entrada.

—Buenas tardes.

El italiano se volvió hacia la puerta al escuchar la voz de Christian. Miró la hora confundido y le hizo un gesto con la cabeza al chico. La doctora Janis tenía las consultas de hora en hora y el reloj marcaba las y veinte. Entonces, ¿qué hacía allí?

—¿Qué haces aquí? —preguntó confundido mientras Sophie llamaba al siguiente paciente de doctor Kinney antes de salir corriendo hacia la consulta de la doctora Janis—. ¿Va todo bien?

El rubio negó con la cabeza.

—La psicóloga de Ethan me ha llamado. —Vitto hizo una mueca molesta cuando el chico se crujió los dedos—. Dice que no se encuentra bien.

The light behind his eyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora