XXII: Amores imposibles.

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Fin de año siempre había formado parte de ese conjunto de fiestas que no entendía. Quizás fuese la única persona que se lo plantease, aunque esperaba y sabía que no era así, pero durante mucho tiempo se había preguntado cuál era exactamente la finalidad de montar una fiesta porque el año hubiese llegado a su fin. ¿O era la felicidad de que comenzase otro y ellos siguieran vivos? Fuera lo que fuese, había tardado dieciocho años en decidir que intentaría silenciar sus preguntas filosóficas con ensordecedora música e ingentes cantidades de alcohol. Por eso se aseguraba de tener una fiesta todos los años.

La mañana del treinta y uno fue todo lo estresante que habían resultado no ser el resto de los días de aquellas vacaciones. Al parecer por el pueblo se extendió una extraña enfermedad que hacía que aquellos que la padecían experimentaran una imperiosa necesidad de acudir a casa de los Giordano para felicitarles el año antes de que pasaran las doce de la noche. O al menos esa fue la única teoría que se le ocurrió para que no dejase de aparecer gente en la vivienda desde apenas las diez de la mañana. Y, por supuesto, todos querían verle y hacerle una intensa entrevista sobre su vida en Brighton. Faltaría más.

Durante las primeras visitas su madre contestó amablemente las preguntas dirigidas a Vitto y le permitió permanecer en la cama mientras ella atendía a esas visitas que le gustaban tan poco como a su hijo, pero fue una suerte que no le duró demasiado. Apenas eran las once cuando la puerta de su habitación se abrió y Lucrecia zarandeó el hombro de su primogénito hasta conseguir despertarle y obligarle a dar la cara con sus vecinos. Su mayor pena fue que Giancarlo pudo seguir durmiendo.


Pasó la mayor parte de la mañana ayudando a sus padres con los preparativos para la cena y la consecuente fiesta. Incluso tuvo que hablar con algunos de los socios de su padre. Fue durante una conversación con uno de ellos, un señor de mediana edad que pretendía vender al patriarca de los Giordano unos terrenos, cuando decidió desconectar y enviar a Ethan el primer mensaje pidiendo ayuda, excusándose en realizar un pequeño cálculo con la aplicación del teléfono.

« Giordano »

Socorro. Sálvame.

Permaneció con el teléfono en la mano, moviéndolo distraído mientras continuaba una nada interesante conversación sobre cifras y hectáreas por la que se aseguraría que su padre sufriese una buena reprimenda. Cuando el móvil vibró se apresuró a murmurar un "disculpe" y fijar su atención en la pantalla.

« Ethan K. »

Justo iba a pedirte lo mismo.

¿Qué pasa?

Sonrió. Seguramente Chris y Matt estarían en modo amor y cariñitos por toda la casa y Ethan tuviese un pequeño ataque de nervios. Más o menos.

« Giordano »

Mi padre me ha tendido una emboscada.

Necesito ayuda para dejar de hablar de arbolitos y poder dormir hasta septiembre.

¿Y a ti? ¿Demasiado amor en esa casa? ;)

La repentina aparición de su padre fue como un bálsamo, y su huida al salón más rápida de lo que él mismo había esperado. Cuando se tiró sobre el sofá desbloqueó el teléfono para leer la respuesta mientras acariciaba la cabeza de su mascota, que se había echado a dormir a su lado.

« Ethan K. »

¿Amor?

Ahhhh. No. Matt no está.

Pero me han sacado de la cama para que ayude con lo de esta noche :(

Era una estupidez, pero el hecho de que Ethan estuviese en la misma situación que él le animaba.

The light behind his eyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora