XXVII: Kiss the girl.

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El sábado llegó tan rápido que apenas le dio tiempo a asimilarlo y, cuando quiso darse cuenta, estaba en la esquina de su calle, recogiendo a Ethan. Le había prometido que verían su película favorita en compensación por haber visto Moulin Rouge aquel día. Y a pesar del nudo en su estómago y la incapacidad para controlar los latidos de su corazón cada vez que Ethan reía y le cogía la mano tumbados en la cama, cumplió su promesa.

Giancarlo aterrizó en Londres el miércoles por la mañana. Vitto había pedido el día libre en la clínica para poder ir a recogerle y pasar el día en la capital con él y regresar el jueves por la mañana a Brighton. El pelirrojo llegó de bastante buen humor. No le habían puesto ningún tipo de problema con llevar a Haribo en la bodega, y aunque había tenido que sedarlo, algo que no le gustaba, el animalito había ido cómodo y no tuvo ningún tipo de problema debido al viaje.

El jueves, cuando llegaron a Brighton, decidieron ir dando un paseo hasta casa aprovechando que la maleta de Giancarlo no era demasiado grande. Vitto llevaba el trasportín de Haribo en la mano y días antes había recibido una jaula, algo más pequeña que la que el hurón utilizaba en Roma, que Giancarlo se había encargado de comprar en Praga para asegurarse de que su mascota tenía donde dormir.

Por la tarde, mientras dejaba que Giancarlo enseñase a su mascota la habitación y el animalito se habituase a la que sería su casa durante los siguientes días, Vitto fue a cumplir con sus horas de consulta. A raíz de la conversación con la doctora Janis, en lugar de tomar parte en la sesión de Ethan el italiano acudió esa hora a la consulta del doctor Kinney, que no resultó ni por asomo tan interesante, pero que le permitió a Vitto poder tener un gesto cariñoso con Ethan cuando se cruzó con él en el pasillo.


El viernes por la tarde, una vez acabó sus consultas a las seis, se encontró con Giancarlo en la puerta de la clínica. Había enviado un mensaje a Ethan aquella misma tarde, preguntándole si podía pasarse en unas horas por su casa para enseñarle algo. El chico le había dado vía libre y él le había pedido a su amigo que llevase el trasportín de Haribo para evitar problemas en los autobuses de camino a casa del chico.

Tardaron aproximadamente treinta y cinco minutos en estar frente a la puerta del piso de los Keighley. Giancarlo empezaba a impacientarse cuando tocaron el timbre. No le gustaba tener a Haribo encerrado tanto tiempo en aquel trasportín.

—Relájate, no van a tenernos una hora en la puerta, tío —apenas acababa de terminar la frase cuando la puerta se abrió con un chasquido. Vitto sonrió al ver a Ethan y se apresuró a abrazar al chico por la cintura y alzarlo en volandas, caminando con él hacia el salón—. Topi, bonito, ¿cómo estás?

—Hola, Ethan —saludó el pelirrojo siguiendo a ambos al interior de la vivienda, no sin antes cerrar la puerta tras él.

—Hola, Giancarlo —saludó el chico—. Bienvenido otra vez —Vitto sintió las manos del chico aferrarse a él—. Va a empezar a acomplejarme que puedas conmigo con esa facilidad.

—Es para que comas más —bromeó el italiano, dejándole en el suelo, junto al sofá—. Anda, siéntate, que te voy a enseñar eso. ¿Dónde está tu hermano?

—Está en su habitación, intentando dejar de parecer un adefesio —Vitto rió ante las palabras de Ethan, pero Giancarlo se limitó a girarse hacia la habitación del mayor con curiosidad—. Giancarlo, siéntate, estás en tu casa.

El pelirrojo miró al chico, que ya se había sentado, y suspiró.

—Gracias —dijo, rodeando el sofá y sentándose a su lado. Colocó el trasportín de su mascota en sus rodillas y abrió con cuidado la puerta, dejando el animalito se asomase—. A ver, te lo pongo en el regazo, ten mucho cuidado ¿vale?

The light behind his eyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora