22.

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Al asomarme por la puerta de la habitación de mi padre, lo vi a él terminando de adecentarse para ir a trabajar, aunque realmente no tenía que hacer mucho para eso, ya que se pasaría el día en coche yendo de una granja a otra para ojear animales, en especial vacas, y curarlas.

—Papá, ¿podrías llevarme a casa de Karen?

—Claro, ¿para qué irás allí? —preguntó ceñudo.

—Voy a recoger a Katy. Hoy son las audiciones y ella me pidió que la llevara. ¿Recuerdas que te lo mencioné hace unos días?

—Eh, sí, sí, claro —afirmó distraído a la vez que alisaba las arrugas de su camisa frente al espejo del baño.

—Así no vas a conseguir nada —dije señalando su camisa de botones—. Anda, déjame a mí.

Me acerqué y me coloqué frente a él. Decidí probar con un truco que me había enseñado mi madre cuando era pequeña para ese tipo de imprevistos de última hora.

Desde que ella se había ido, yo era la única que sacaba tiempo para realizar las labores de la casa, lavar los platos, la ropa, hacer las camas, fregar el suelo, barrer... Pero como yo no era superwoman, siempre se me quedaba algo pendiente, y en este caso había sido la plancha.

—Perfecto —me alejé de él observando mi gran logro—, parece recién planchada.

Mi padre me sonrió y su mirada se tornó melancólica de un momento a otro.

—Me acabas de recordar mucho a tu madre cuando era joven —admitió apesadumbrado. Yo lo miré sorprendida de que hubiera sacado aquel tema, ya que últimamente era algo que tratábamos de no mencionar—. Lo mismo que acabas de hacer ahora lo hizo ella hace veintidós años, el mismo día de nuestra boda. Yo por aquel entonces era un completo desastre...

—Y ahora también —le aseguré riendo.

—Ja, ja —fingió estar molesto burlándose de mí.

Después de una pausa en la que volvió adoptar la seriedad que le caracterizaba, continuó.

—Ese día, tu tío Eduardo perdió nuestros anillos. Sabía que tu madre me mataría si llegaba al altar sin ellos, por lo que no dudé en hacer hasta lo imposible por encontrarlos antes de tiempo. Me recorrí el pueblo entero de punta a punta. Miré en la casa de los abuelos, en la de los primos... hasta en el bar —dijo haciendo énfasis—, ya sabes que ese es lugar favorito de tu tío.

Los dos reímos mientras salíamos de casa.

—Cuando ya había perdido todas las esperanzas y me preparaba para recibir un buen sermón por parte de tu madre, me fijé en que tu tío había estado llevando los dos anillos puestos en su dedo índice durante todo el día.

—¿De verdad? —pregunté impresionada mientras nos montábamos en el coche y él comenzaba a conducir.

—Sí. Me entraron muchísimas ganas de matarlo ese día... —reconoció negando con la cabeza divertido—. Después de eso, tu madre me vio muy agitado y con la ropa hecha un desastre y no permitió que nadie más que ella fuera la que me terminara de arreglar para el gran momento.

Por primera vez lo veía feliz contando algo, aunque sólo fueran recuerdos, pero él estaba feliz y eso me hacía estar tranquila por algún motivo.

—¿Querías a mamá?

—Mucho, la amaba con toda mi alma. Ella lo era todo para mí, pero...

—¿Pero? —quise saber intrigada.

—Pero las cosas cambian, hija —dijo quitando la atención de la carretera por unos segundos y mirándome—. Yo aún la quiero si te soy sincero, pero no de la misma forma que antes. Realmente me duele que se haya marchado, pero ella ya no era feliz conmigo, y yo no podía retenerla por más tiempo.

Te NecesitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora