Aunque eso último salió de sus labios en un tono más bajo del normal, llegué a comprenderlo perfectamente. Ahora la sonrojada era yo, que había quedado bastante impactada al darme cuenta de lo rápido que mi mente asociaba los conceptos y me hacía entender los piropos hechos tanto desintencionadamente como indirectamente, una de dos.

—Oh, lo siento, n-no pretendía decir eso, bueno sí, pero no de forma tan directa... definitivamente soy idiota —murmuró más para si mismo que para mí. Él negó con la cabeza con efusividad a la vez que se rascaba la nuca, pero más que eso parecía que lo que hacía era agarrar su corto pelo en mechones y tirar de él hacia arriba queriendo arrancarlo. Si alguien en esos momentos me aseguraba que él no estaba nervioso, le mandaría inmediatamente a revisar su vista, ya que con sólo observar su expresion facial y sus exagerados gestos aquello se hacía obvio para cualquier persona sin alteraciones en los sentidos—. Mejor me voy. Te dejaré sola para que te cambies.

Liam, después de dar un par de vueltas por la habitación cogiendo lo que pensé que era su pijama y de darme algunas instrucciones por si quería usar su cuarto de baño, salió por la puerta dejándome intimidad.

En un principio le insistí con mucha veracidad en que no gastara tiempo indicándome donde se encontraban las toallas y los jabones de ducha, puesto que no quería causar demasiadas molestias ni abusar de su confianza, pero todavía podía sentir las sucias manos de Javier rozándose de forma repugnante por cada milímetro de mi piel, y aquella era una sensación con la que no podía aguantar ni un segundo más. Así que, pretendiendo ser rápida en ello, me despojé de mis prendas y de la sudadera de Liam, las doblé dejándolas sobre su cama y me metí en la ducha.

Al salir, seguí el mismo proceso pero a la inversa. Pensé en no ponerme sujetador como cada noche hacía para dormir, pero más tarde, tras meditarlo detenidamente, me di cuenta de que tenía bastante material en mi delantera, y si no era discreta con ello podía dar una mala imagen ante él. Aunque para un hombre eso nunca es un problema, cuanto más puedan ver o notar de una mujer, mejor para ellos —o para sus fantasías sexuales—. Dudaba que Liam fuera de esos, pero aun así preferí prevenirme de lo que pudiera pasar.

Ya con el camisón/camiseta de Batman de Liam cubriéndome hasta la mitad del muslo, caminé titubeante hasta el salón, sin saber con exactitud que me iba a encontrar allí. Quizá no había terminado de ponerse cómodo y lo pillaba in fraganti, quién sabía. Pero no, por suerte —o por desgracia, según se mirara— él ya estaba completamente vestido, con la misma camiseta blanca sin mangas que antes llevaba y con unos pantalones cortos grises, de espaldas a mí y asomado en la ventana de la habitación mirando hacia a fuera.

Tragando saliva con dificultad, acorté la distancia sigilosamente hasta llegar a él. Había tratado de ser lo más silenciosa posible, pero en cuanto se giró con una gran sonrisa plantada en sus labios y me escrutó con la mirada, supe que no había funcionado del todo bien.

—Ven. Te quiero enseñar una cosa —dijo tendiéndome la mano.

Después de mirarlo con los ojos entrecerrados e intrigada por unos segundos, me decanté por hacerle caso y dejar que me guiara. Resguardó mi mano derecha entre la suya y, tras hacerme dar un gracioso giro sobre mí misma, quedé de frente a la ventana abierta con él a mi espalda muy cerca de mí.

La refrescante brisa marina que corría a esas horas de la noche impactando de golpe en mi rostro y la respiración pausada y cálida de Liam chocando en un lateral de mi cuello me provocó un escalofrío de lo más placentero, que me hizo estremecer y suspirar discretamente de gusto. Distraída por tal sensación no me di cuenta de que se había alejado de mí hasta que no escuché el sonido de muebles arrastrarse detrás mía.

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