-Capítulo 27-

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Los días sin ellos pasaban lentos y aburridos, como un libro de esos que se te hacen interminable y lo único que quieres es llegar al final de una vez. Eso quería exactamente: terminar con esto. Con todo, a decir verdad. No solo esta semana, sino también con mi asunto con Nathan. Esta absurda pelea debía terminar, pero eso no estaba en mis manos. Era la decisión suya perdonarme o no y lo que más me fastidiaba es que ni siquiera sabía qué había hecho mal.

"Cuatro días más y podrás deshacerte de ella, tan solo cuatro días más" las palabras de Jay resonaban en mi cabeza una y otra vez, con la esperanza de conseguir algo de paciencia con esta chica.

-¿Qué tanto me miras, es que tan guapa soy? -me miró Dionne con asco.

-No, me estaba fijando en ese grano horrible que te ha salido en la nariz. Carai, y yo que pensaba que el sol era grande.

-¡¿Grano?! ¡¿Dónde?! ¡Aaaaaaaaaah! -y en un visto y no visto salió disparada hacia su habitación. Comencé a reír sin ton ni son. Bueno, por lo menos me entretenía metiéndome con ella. Me resultaba divertidísimo. -Muy graciosa -rió sarcástica.

-Ya, no sigas que me sonrojo -le respondí en el mismo modo-.

-Aunque parezca mentira, hoy necesito un favor suyo.

-¿Dionne Bomfrield, querer algo de mí? ¡No! ¿Es que acaso te has dado cuenta de que por fin no eres aquí la Doña perfecta ni cosas como el estilo y quieres pedirme disculpas por no haberme escuchado antes?

-Más quisieras, bonita -sonrió con autosuficiencia-. En realidad, quería que arreglases mi ordenador. No consigo encenderlo.

-¿Me has visto cara de informática? ¡Ni en tus mayores sueñ...! -Paré de hablar cuando, por un momento, la idea me pareció apetecible y todo. Así podría aprovechar para husmear en su ordenador- Bueno, creo que podía ceder.

-Bueno, en ese caso iré a la tienda de al... ¡Espera! ¿Qué has dicho?

-Que quizá, por un módico precio, podría solucionar tu problemilla.

-suspiró- ¿Cuánto? -sonreí para mis adentros.

-Con veinte libras creo que me apañaría.

Se me quedó mirando con una expresión que no sabía muy bien de qué era.

-¿Por qué tú te ofrecerías a hacerlo? Seamos realistas: ni tú me soportas ni yo te soporto. ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?

-No lo he hecho, sigo odiándote. Es porque me siento una buena persona hoy y me apetece ayudar a disminuídas mentales como tú -sonreí con ternura, tratando de aguantarme la risa.

-Si no fuera porque tu reparación me sale más barata, ahora mismo ya estaría en cualquier parte menos humillándome de esta manera -rodó los ojos y sacó de su cartera unos cuantos billetes.

"¡Bien!" exclamó una vocecita dentro de mí mientra los aceptaba.

-Es un placer hacer negocios contigo.

-Anda, lárgate antes de que cambie de opinión -señaló las escaleras, refiriéndose a su cuarto-. Lo quiero listo cuando llegue, en unas tres horas estaré aquí.

-¿Y adónde vas? Es la segunda vez que sales hoy -hice una mueca.

-No te importa -me fulminó con la mirada mientras cerraba la puerta del piso. Había olvidado que mantener una conversación normal con esta chica era más complicado que pellizcar cristales.

Antes de ponerme manos a la obra, me aseguré de que se había marchado y subí a toda pastilla a la habitación de la morena. Me senté frente a su escritorio, donde se encontraba aquel aparato. "Por fin solos" sonreí, observando el portátil. Me dediqué por un rato a examinarlo detenidamente. "No, no puede ser tan tonta como para no ocurrírsele que quizá no tenía batería, ¿no?"

We're drunk on love (Nathan Sykes y tú) TERMINADAWhere stories live. Discover now