Parte 7. Narración de los hechos de la mañana del 27 de octubre

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Que con estas credenciales, con esa sentida traición, razonable o no, Samuel Rot me dijera que debíamos consultar con Isaac Ribawn, mi preocupación fue máxima. Por un instante pensé en que era una excusa perfecta para retomar aquella relación, algo así como que Rot había pasado página, perdonando a Ribawn o, al menos, comprendiendo que no pudo hacer otra cosa.

Tardamos unos 40 minutos en llegar a la cabaña, y decidimos, motu propio, invertir los últimos diez en un silencio que se podía cortar con un cuchillo. Por la cabeza de Rot estaría pasando toda esa historia con Ribawn, Turlington y Livi, pero también, conociéndole, estaría repasando notas mentales, indicios, frases de la dedicatoria, etc. Por mi cabeza... no sé por qué razón, recordé las cartas de Rot. Traté de centrarme en El Gorrión Rojo, pero sus frases tristes y palabras rotas me impidieron enfocar mis pensamientos. Aquellas palabras encubiertas por pistas y preguntas de un detective obsesionado, reflejaban una espiral destructiva en la que Sam se estaba enredando. Sentía su dolor, su odio y su rabia, emociones que solían estar alejadas del detective que yo admiraba. Rot era un tipo recto, concienzudo y reflexivo, y esas emociones te llevan al otro lado. Si el amor tiene estos efectos secundarios cuando pierdes a alguien, puede que sea mejor no amar a nadie, o por lo menos, no con esa intensidad.

Sinceramente, ahora lo veo con claridad, pero en aquellos días evitaba pensar en eso. Sabía que Rot no iba a mejor. De tratarse de un caso sencillo, la cosa habría sido diferente, pero El Gorrión Rojo era sal en su herida, y yo lo sabía, cada día que pasaba lo tenía más claro, pero... era como esa astilla que tienes en el dedo, la sientes, de vez en cuando la tratas de sacar, pero sin demasiado interés, y lo que consigues es todo lo contrario, que la astilla profundice y se vuelva más complicado extraerla.

Estábamos en mitad de un camino de tierra, rodeados de árboles, cuando de pronto Rot se detuvo.

—¿Qué ocurre, Sam? —pregunté.

—El navegador nos lleva por ese camino —dijo señalando a la izquierda de una bifurcación—, pero según veo, da un rodeo muy grande. Creo que vamos más directos por la derecha... —dijo.

—¿Has venido alguna vez? —le pregunté. Rot negó con la cabeza—. Entonces...

—Mira el camino de la izquierda, por ahí no ha pasado un coche en meses. En cambio, el de la derecha está desbrozado y mucho más usado.

—Llámale —propuse. Rot pareció reticente en un instante, pero terminó por sacar el móvil.

—Nada. Fuera de cobertura —me dijo. Yo miré mi móvil y constaté que la cobertura era muy mala. No se lo pensó más, arrancó y fue por la derecha. Poco después confirmamos que Rot había tenido un buen instinto.

—Debe ser aquella —dijo Rot rompiendo el silencio al divisar una sencilla cabaña de madera a lo lejos. Circulábamos por una carretera de tercera, de esas que la falta de interés y paso, terminan por agrietar y bachear. Todas las salidas que habíamos encontrado desde el último pueblo eran de tierra y, a pocos metros de divisar la cabaña entre los árboles, encontramos una de ellas que se adentraba entre los pinos, perdiéndose brevemente en el bosque para reaparecer poco después bordeando un lago. El camino terminaba en la cabaña.

Cinco minutos después estábamos llamando al timbre de la casa.

—¡Por detrás! —nos gritó una voz.

Rodeamos la cabaña y llegamos a un porche de madera vieja pero arreglada. Ofrecía vistas a un pequeño jardín y al lago. En un sencillo embarcadero esperaba una barca con un motor de dudosa funcionalidad. Ribawn nos esperaba en un balancín en el porche. Se había dejado barba, no mucha, algo descuidada. Conservaba sus viejas gafas de pasta y se había rendido a las canas. Estaba delgado, su mirada era intensa, pero parecía apagada o huidiza. Sonreía, no era una novedad, pero las arrugas que le adornaban el rostro si dejaban patente que la jubilación le habría dado tiempo para escribir, pero también para envejecer. Ribawn no tendría los 60 años, pero sí aparentaba alguno más.

Palomas y GorrionesWhere stories live. Discover now