Un Gorrión Revoloteando

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[ADJUNTO: Tercera entrada del Blog "Palomas y Gorriones"]

Viernes 25 de octubre. 23:50h. Un gorrión revoloteando.

Un gorrión anda revoloteando por mi cabeza esta noche. No me deja dormir. Una y otra vez, su mirada triste, sus pequeñas alas atrofiadas, su andar torpón...

Después de mi simpático relato de La Rubia, he cenado algo y me he ido a la cama. Creía que ya había escrito todo lo que tenía que escribir, pero al apagar la luz...

Gorrión, gorrión... ¿Qué quieres de mí?

Y así, en la cama, con los ojos abiertos, sin poder cerrarlos por culpa de un aleteo, viendo como las luces de neón de los edificios contiguos parpadean y provocan reflejos rojos, azules, morados sobre la manta, sintiendo el chasquido de las bombillas al encenderse y apagarse como el ritmo de un viejo reloj, escuchando los lejanos gritos de maltrato de alguna paloma con la que me gustaría hablar...., con un perro ladrando en un ahogado callejón (¿serás tú, Toby, Cuchi, Lulú...?), así me llega el recuerdo de mi triste gorrión.

Gorrión, gorrión... ¿Qué quieres de mí?

De una manera extraña, sé que nos llevaremos bien. Apenas te conozco, pero... Tus ojos pardos, grandes, de mirada apagada, rodeados de huellas de una pasada felicidad, ahora me hablan de dolor. Tu frente despejada, marcada con los surcos del que escucha al prójimo, me dibujan tu humildad. Tus labios grandes, incapaces de borrar una imperceptible sonrisa amable, ahora... ahora me susurran tu soledad.

Cuando te vi por televisión, me intrigaste. Pero hoy, cuando he ido a visitarte después de resolver el asunto de nuestra Miss Vacía, me has gustado... Ahora que lo pienso, sonrío. Sonrío igual que cuando uno de mis pequeños gorriones flacuchos del parque consigue atrapar una miga de pan adelantándose a la asquerosa paloma.

Sí, he ido a verte al trabajo. Tenía que conocerte. He sentido la necesidad de saber quién y cómo eras, por qué tu mirada es triste y por qué tu sonrisa se desdibuja. No sabía bien cómo reaccionaría al entrar en tu oficina, suelen haber palomas, creo que lo sabes. El gordo de la recepción, por ejemplo.

<<No está>> Eso es todo lo que me ha dicho cuando he preguntado por ti.

<<No soy su secretaria. A demás, parece que tiene alergia a la comisaría>> Me ha contestado cuando he insistido. Y no sé si me ha molestado más su sarcasmo o el comentario sobre ti.

<<Prueba en la cafetería de la esquina, suele pasarse por ahí>> Menos mal que ha contestado, no me gustaba su actitud.

Y allí he ido. Al acercarme, cruzando el paso de cebra, ya te he visto. Me he apoyado en una farola y te he espiado. Tú tras el cristal, yo en la realidad. Creo que es lo único que nos diferencia. Tras la ventana de la cafetería, ajeno a la gente que pasaba por fuera y por dentro, en tu silencio, lejos de este mundo... removías lento el café. ¿En qué pensabas, gorrión? ¿En mí? ¿En tus tristezas? Puede que en todo... Me ha gustado ver que eres pudoroso con tu tristeza. Me ponen de los nervios los que van, mártires por la vida, creyendo que su apariencia descuidada y sus ojos lánguidos provocarán lástima. No eres presumido, pero tampoco dejado. Te quitas la americana para no arrugarla, te aflojas un poco el nudo de la corbata, pero guardas cuidado de tu camisa blanca. Tus ademanes son lentos, pausados, pensativos quizás. De vez en cuando, como un gesto reflejo, te revuelves el pelo y, al darte cuenta, vuelves a peinarte con la mano. No te afeitas todos los días, pero tu barba de pocos días no es pereza, es costumbre.

Me ha gustado espiarte, gorrión. Ver como tomabas tu café con sorbos lentos. Te gusta alargar el tiempo del café, se nota. Eso es bueno. Y por la hora en que lo tomabas... casi medio día... Eso es que duermes poco y mal, gorrión. Trasnochas, como yo.

Has ojeado con desprecio un periódico, uno de esos que sólo hablan de estúpidas palomas y sus estúpidos líos con otras estúpidas palomas. Portada y poco más. La has echado a un lado. Eso es bueno. Poco después, mirando tu reloj, has mirado a la calle. Esperabas a alguien. ¿A mí, gorrión? Creo que has visto que tenías tiempo y has sacado un pequeño portátil de tu bolsa de piel vieja. Lo has encendido y te has puesto a trastear. Leías, y eso me ha intrigado, por eso elegí ese momento para entrar.

He estado casi un minuto detrás de ti, a poco más de 1 metro, observándote, respirándote, estudiándote. Jugueteando en mi bolsillo con la amiga del yuppie. Podría haberla sacado... podría haber, incluso, abierto mi mochila y buscar la amiga de La Rubia. Podría haberme acercado aún más y... Pero tu tristeza te ha salvado.

Hemos pasado un rato agradable, ¿verdad? Nada, unos minutos... tú con tu ignorancia, yo con mi intriga. Ha sido un día completo, la verdad. Cumplí la promesa que le hice a Job, limpié un poco el jardín —esa mala hierba era mala de verdad— y he charlado contigo. No me has prestado demasiada atención, pero ya lo harás, no te preocupes.

Al dejarte allí, con tu guapa compañera hilando hilos que no existen, tu mirada triste se ha quedado revoloteando en mi cabeza. Un poco de hemeroteca lo ha esclarecido todo, pero el trabajo de campo me ha dejado más preguntas. Decidí volver por la tarde a tu cafetería favorita. Me senté en tu mesa favorita, saqué mi portátil, escribí la historia de la Rubia y te esperé. En el punto final, apareciste. Poco después, tras algunos semáforos y giros, me llegaron las preguntas.

Me encantan las historias que dejan preguntas, y la tuya deja varias que son interesantes. La primera fue:

¿Gorrión, Gorrión, por qué duermes en esa fría rama?

Creo que esta va a ser una gran historia, querido gorrión

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