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42 años después...

Cada vez que la miro a ella, recuerdo a mi madre. Carter Columbus, si hablara como un adolescente, diría que fue una chica preciosa, amable y de gran corazón. Si hablara como el adulto que soy ahora, definitivamente diría que fue la mejor madre que me pudo tocar, atenta, cariñosa, flexible y trabajadora. Nunca le pregunté el por qué abandonamos a papá o por que fuimos a vivir con el tío Deniel a Australia al comenzar la secundaria.

Es probable que en ese entonces yo le hubiera odiado, pero con sólo ver la expresión en su cara cuando estábamos ya en el avión a Sydney, lo entendí.

Nunca conocí al abuelo o a la abuela, solo a la tía Fanny y a su esposo Morgan. Los Hammer eran una familia muy rara y mis primos, tres en total, eran chicos muy... Extravagantes.

Recuerdo cuando tenía seis años y mamá me tenía cargando mientras dábamos un paseo por la ciudad de San Diego. Yo le platicaba sobre un dibujo que había hecho en el jardín de niños y ella reía con mi descripción. Los mejores momentos los pasaba con ella.

Papá.... Su nombre fue Collin Bloom, un hombre alto, fornido, castaño, de ojos color miel y carácter algo fuerte. Yo me parecía a él. A excepción de los ojos, esos los había sacado de mamá.

Cuando entré a la primaria, tuve una maestra encantadora, su nombre era Katherine Hammer y era esposa del arquitecto Dylan Tomlinson. Muy buenas personas. Su funeral había sido muy conmovedor, el color blanco abarcaba cualquier espacio. Como si fuera una boda. Su muerte fue muy dolorosa para mamá, aunque nunca supe porqué. Siempre murmuraba que era injusto el que les asesinaran.

Ese día conocí a mi maestro de piano, Willmer Hudson. Lo único que no me gustaba de él era que tenía el cabello rojo y que parecía tenerle afecto a mi madre. No sé cómo murió, había oído que a los cincuenta y cinco años sufrió un paro cardíaco, pero no estoy seguro. Nunca se casó, aunque dicen que tuvo un amorío cuando estaba en la preparatoria.

Suspiro y río, aún con cuarenta y dos años ese tipo de cosas siguen haciendo que mi corazón se encoga y me den ganas de llorar. No sé ni por que estoy así, recordando todo esto.

Oh, ahora reacciono. El funeral de mamá fue hace tres días apenas, el luto termina en unos días y yo todavía no acepto que la mujer que fue mi primer amor se haya ido para siempre de mi lado.

Mi primer palabra, mi primer abrazo, mi primer paso, mi primer amor, mi primer noviazgo, mi primer corazón roto, mi graduación, mi boda, mi primer hijo. Todos esos recuerdos los compartí con ella y ahora descansarán en paz a su lado.

Vuelvo a reír y siento lágrimas caer por mis mejillas, Carter, mi hijo de tres años, me mira sonriendo y se acerca a abrazarme.

-La abuela nos dejó lindos recuerdos- dice con voz suave.

-Tu que sabes, apenas la conociste tres años- Justin, quien tiene quince años, está parado en el marco de la puerta, aguantándose las ganas de llorar otra vez.

Sonrió y tomó a Carter en brazos- La abuela fue una gran mujer-.

-¿Y el abuelo?- Justin mira por la ventana. Papá está sentado en una banca, con cigarrillo en mano y contemplando una foto de mamá.

-No lo sé...- le pido a Justin que se ocupe de Carter y salgo al jardín, sentándome a un lado de mi padre.

-Michael....- la voz de papá se corta y veo como las lágrimas salen de sus ojos como cascada.- Se que no fuí el mejor padre del mundo, que por eso me abandonaste. Pero quiero que sepas que tenerte fue lo mejor que me pudo pasar. Yo si estaba enamorado de tu madre, solo que ciertas cosas pasaron y le obligué a quedarse a mi lado arruinado su futuro.

Complaciendo a Papá. EN EDICIÓN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora