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Pero no pasó nada, no tenía tanta suerte. Habíamos logrado esquivarla.

Will lo había hecho.

Estacionó el auto, metros delante fuera de la carretera. Toqué mi cuerpo, intacto y miré a mi lado. Will estaba sosteniendo el volante con fuerza y respiraba rápidamente.

Nos habíamos asustado, como no. Y no había sido culpa suya, íbamos en el carril correcto. Aunque nunca debió quitar los ojos del camino. El problema era que la otra camioneta se había metido en nuestro carril sin fijarse si estaba libre por eso Willmer había girado tan violentamente el volante. Giré sobre mi misma para observar que había pasado con la Dodge. Mordí mi labio al percatarme que había chocado con el auto que venía detrás de nosotros.

—Puedes sentirte mal, pero esos pudimos ser nosotros.­

—Lo sé.

—¿Estás bien?

Me miró miedoso y asentí. Coloqué mi mano sobre la suya y la apreté, suspiró y alzó su mano, iba a quitar la mía, pero la tomó rápidamente y la besó. —Será mejor que avancemos.

—Intenta mantener tu mirada en la carretera. —el calor subió a mis mejillas y liberé mi mano de la suya. Aunque ese tipo de demostraciones de afecto eran normales con él, no podía evitar sentirme cohibida.

El resto del camino fue silencioso, Will se dedicó a ver atentamente al frente mientras yo contaba los árboles. La música seguía sonando, pero ahora solo era la radio, la misma música comercial de siempre, la que nunca cambiaba. Cuando llegamos a los límites de la ciudad, Will estacionó el auto en frente de un supermercado anexo a una plaza.

—No me tardaré, ¿irás a algún lugar en específico?

—Quiero buscar unas cosas y entrar a la tienda de discos.

Desabrochamos los cinturones de seguridad y ambos bajamos del auto.

—¿De nuevo insistes con aquel álbum? —preguntó mientras salíamos del estacionamiento.

—La última vez que vine estaba agotado, espero que Tamara haya guardado uno para mí esta vez. —alcé mi cabello en una coleta y Will me pasó una gorra. Me la puse y me despedí de él, la tienda de calzado y de discos se encontraba del otro lado de la plaza.

Entré a Wakkie's y saludé a Michael, el encargado, un chico simpático cuatro años mayor que yo. Me acerqué al mostrador y él me sonrió. —Bienvenida a Wakkie's. ¿En qué te puedo ayudar, linda? ¿Zapatos, ropa, accesorios, tal vez una pieza de septum? —se inclinó levemente en el mostrador y sonreí.

—¿Tienes cera o grasa para calzado? —asintió y se dió media vuelta para alcanzar un bote de grasa con esponja que se encontraba en una encimera, se giró de nuevo y puso el bote en frente de mí.

—El precio de siempre, ya sabes.

Metí mi mano en el bolsillo trasero de mi pantalón y saqué el dinero, tendiéndoselo en su palma manchada de azul.

—Muchas gracias por tu compra. —guardó el dinero en la caja y me entregó mi recibo. Volvió a sonreír, guiñando un ojo.

—¿Tamara trabaja hoy? —pregunté, era su hermana, así que no era extraño que tuviera esa información.

—Sí, entró hace unas horas a turno. Dijo que debía encargarse de algo antes de abrir la tienda. —me miró, esperando una respuesta a una pregunta que no realizó.

Complaciendo a Papá. EN EDICIÓN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora