Capítulo Especial.

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—Mamá, ¿cuándo va a volver mi hermanito? —Le pregunté un día. Siempre que surgían este tipo de dudas respecto a ti, ella respondía que ya no tardabas, que regresarías pronto, mientras miraba triste hacia la nada. Con el tiempo dejó inclusive de responder, quedándose largos periodos de tiempo mirando un punto fijo cada que se tocaba el tema; había perdido la esperanza. Me pregunté por años qué habrá sido de ti, ¿a dónde fuiste?, ¿qué te sucedió? Recuerdo haber oído a mis tíos hablar, decir que te habían secuestrado, que probablemente te habrían vendido o estarías muerto por ahí, ¿es cierto? Realmente espero que no, que mínimo hayas encontrado un mejor hogar que esta casa que se cae a pedazos al mínimo toque. A este punto no recuerdo ni tu nombre, se ha vuelto un tema tabú en la familia, y yo era muy pequeña como para acordarme al crecer.

Teníamos cuatro y cinco años respectivamente, y mamá estaba sana y cuerda del todo. Mi hermano mayor, mi héroe, aquel que creció más rápido que los demás; quien me leía cuentos y me enseñaba las letras para que pudiese adentrarme en el maravilloso mundo de la literatura por mi cuenta. Justo, sonriente, inteligente y cariñoso, eras quien me enseñó a ver la vida con ojos de niño, con ilusión, sueños y esperanza. Éramos de apariencia similar, con el cabello negro como el carbón, los ojos grises y la piel blanca como la nueve; mamá siempre odió como lucíamos por parecernos a papá, aquel hombre que nos dejó tan pronto nací y que nunca fue participe en nuestras vidas. El abandono de papá nunca me dolió, a diferencia del tuyo, ya que eras todo lo que tenía. Crecí sola, con una madre cada vez más inestable y violenta, a la vez que nuestra familia nos alejaba, dejándonos a nuestra suerte.

Nuestra situación de pobreza empeoró desde que mamá enfermó y comenzó a tener arrebatos espontáneos de violencia y llanto. Sé que fue por la tristeza de haberte perdido, y aunque a mí también me duele de sobremanera la incertidumbre de tu partida, debo hacer un esfuerzo en cuidarla para que no me deje sola como, sin querer, lo has hecho tú. El último recuerdo que me quedaba de ti desapareció junto a tus demás pertenencias en uno de los arranques de tristeza de mamá, destruyendo aquel poema que me entregaste un día antes de la fatídica fecha, lo único que logré salvar fueron nuestros peluches, Kat y Riley. Aquella canción que amabas escuchar de sus labios dejó de sonar con el tiempo, me pregunto si aún la recuerdas, si puedes descifrar su ritmo, su letra. Espero que la recuerdes y, donde sea que estés, pienses en nosotras cuando la cantes.

Esperé tantos años tu regreso. Mi único escape de mi horrenda realidad fueron los libros, el único y mejor legado que pudiste dejarme. No importaba que pasara a mi alrededor, mientras mi mente estuviese sumergida en la historia podía pretender que la vida era diferente a la adversidad diaria que vivía en la escuela y en casa; trabajando desde mis once años para poder darle de comer a mamá y a mí, estudiando duro para poder sobresalir y, si era posible, conseguir una beca en alguna universidad para obtener mi título y empezar de cero. Me gustaba pensar que has logrado entrar al mundo de los libros, y ahora vivías una buena vida con un final feliz. Oh, hermanito, dime, ¿cuál era tu nombre?

Repentinamente mamá perdió la esperanza junto a su último aliento y quedé completamente sola, teniendo que cuidar de mí misma. Toda la familia me dio la espalda, ninguno estaba dispuesto a ayudarme, pensando que estarían mucho mejor si moría de hambre por ahí que dándole problemas en sus hogares casi tan en ruinas como el mío.

Con mucho esfuerzo salí adelante, entrando a estudiar pedagogía en lenguaje y literatura. Quería ser profesora y motivar a los niños a indagar y conocer el maravilloso mundo que las letras aguardan, tanto para los lectores como para los escritores. Me gradué con honores, siendo la mejor de mi promoción, como mamá hubiese querido, como tú hubieses querido. En mi graduación dediqué mi título a ti y a mi progenitora, pero nadie estuvo ahí para verlo. No tenía muchos amigos ni personas cercanas a causa de mi obsesión por trabajar y estudiar para surgir y ser alguien en la vida.

Ahora tengo cuarenta y tres años, me alejé de aquella casa hecha pedazos para mudarme a una ciudad un poco más grande, a unas horas de la capital. Era lo suficientemente grande para tener las oportunidades necesarias y lo suficientemente pequeño para que fuese un lugar tranquilo y pacífico. Un día me encontraba camino a mi trabajo en la escuela, pensando en los informes que quería escribir y en la feria de literatura a la cual fui invitada, cuando una persona llamó mi atención, deteniéndome en seco. Estaba apurada, por lo que iba a continuar mi camino sin siquiera voltear, pero un pensamiento intrusivo me obligó a hacerlo. Al inicio no entendía el por qué siquiera me había molestado en mirarle, hasta que capté bien qué le hacía a ese hombre diferente de los demás. Me petrifiqué de la sorpresa.

Sus facciones, su cabello oscuro y piel pálida, iguales a los míos, eran inconfundibles, inclusive después de años. Se veía más joven que yo, por lo que tal vez solo era una confusión, pero mi corazón me decía lo contrario. Ese joven, parado a escasos metros de mí, observando los alrededores, era mi hermano. Por más joven que se viese se notaba que había madurado, incluso más de lo que ella esperaba. Su traje estaba pulcro, su cabello bien peinado y su cara no mostraba signos de haber sido maltratado alguna vez, lo que le daba un gran alivio en el corazón. Quería acercarme, hablarte, abrazarte, preguntarte qué te había pasado; oh, hermanito mío. ¿Cuál era tu nombre? Debía ser lo primero que preguntara, tal vez así no quedaría como lunática si no la reconocía o resultaba verdaderamente ser un extraño.

Mis ojos estaban preparándose para llorar y mis pies para alcanzarte, hasta que me detuve en seco. Una mujer de cabello castaño por debajo de los hombres salió a tu encuentro, llamándote por un extraño nombre, y tú la recibiste con gran alegría y tus brazos abiertos. De la mano de la joven se encontraba una niña, muy similar a nosotros a su edad, con el cabello corto y liso y unos llamativos ojos violeta, quién sonrió con el rostro iluminado al verte; tú la tomaste entre tus brazos y la alzaste, con la misma expresión de alegría en tu cara. Entonces entendí por qué no podía acercarme, y es que tú ya tenías una familia. Habían pasado tantos años, y tú creciste lejos de nosotras, probablemente ni siquiera nos recuerdas. Ya no era necesaria mi aparición en tu vida, probablemente solo te traería recuerdos amargos.

Me iba a girar a continuar mi camino cuando la niña me miró con sus intensos orbes púrpura, como si me conociera de otro lado, provocando que tanto tú como tu mujer volteasen a verme. Pude ver tu sonrisa nuevamente dirigida a mí, asintiendo en señal de saludo. Imité el gesto, tal y como te imitaba cuando intentaba leer por mi cuenta, antes de darte la espalda y caminar en dirección contraria, retomando mi vida. Me hubiese gustado que mamá hubiese estado aquí para conocer a su adorable nieta de peculiar vista y a su nuera, la hermosa mujer de ojos dorados y encantadora figura. Pero sobre todo hubiese deseado que te viese así, vivo, feliz, con una familia que te ama de la misma forma que nosotras lo hicimos, y que te cuida probablemente más de lo que podríamos haberlo hecho en nuestra casucha. Yo no tengo ninguna utilidad en esa familia, para el conocimiento que tienen yo solo soy una extraña más en esta bonita cuidad, pero aun así me alegro de que estés bien, y seguro mamá se siente igual por ti.

Ya puedes descansar, mamá. Mi hermano ha vuelto a casa sano y salvo.

La agonía del NarradorKde žijí příběhy. Začni objevovat