Capítulo 5

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Desde ese momento Violet y El Narrador se hicieron más cercanos. Ella llevaba consigo su libreta a donde quiera que fuera, describiéndole al narrador las maravillas y desdichas del mundo que le rodeaba, contándole sobre los paisajes, la gente y su día a día. Gracias a su narración, él era capaz de divisar, como una ilusión, aquel mundo que tanto anhelaba. Podía observar a Violet cocinando, limpiando, estudiando, escribiendo y observando juntos a la gente pasar. Violet no podía verle, ya que solo era una imagen basada en los eventos descritos y pasados, pero se sentía menos solo al poder pararse a su lado y mirar como todo ocurría. Su amiga era una habida escritora, podía describir a la perfección no solo su entorno, sino que también lo que transmitía y su propia percepción de la situación. Su forma de ver el mundo era muy poética y encantadora, podía sentirla desalentadora en ocasiones, para luego describir lo mucho que adoraba el bosque que rodeaba su hogar. Podía conocer el mundo real a través de sus palabras, ya no necesitaba ningún escrito de ficción, las palabras de su amiga le transportaban a la vida que siempre soñó. Él se encargó de estar para ella en los momentos más difíciles, dándole palabras de apoyo que Violet decía atesorar con su alma. Se complementaban el uno al otro, él mantenía viva la llama de la esperanza de la joven con sus palabras, mientras ella le brindaba su compañía y le mostraba aquello que siempre anheló.

Conversaban a diario, contrastando sus realidades tan distintas como similares. Él le contó cómo estaba atrapado en un vacío acromático, descolorido, destinado a narrar todos los días. Le contó las cosas maravillosas que había experimentado en aquellas historias, desde historias de amor tan desgarradoras que harían llorar al más fuerte, hasta historias fantásticas, llenas de magia y aventuras. Se entendían perfectamente, eran la única compañía de ambos, su único cómplice y espectador en la vida. Todo iría de maravilla hasta un fatídico día.

Estaban hablando como normalmente lo hacían, ella le contaba como había sido su día.

«Hoy Leslie le dijo a Bonnie que se confesaría al chico que le gusta. Sonaba emocionada, pero noté algo de nerviosismo en su voz y en su lenguaje corporal, temblaba levemente.» Escribía con calma, mientras el narrador observaba frente a sus ojos a dos chicas de dieciséis años, sentadas en sus bancos, mientras una le susurraba al oído a la otra. Podía notar los pequeños espasmos descritos por Violet, inclusive su sonrisa nerviosa. «El profesor detuvo de sopetón la clase para regañarles, tenía el ceño fruncido pero su voz no denotaba verdadero enojo, probablemente entendía el motivo de la distracción, pero deseaba que le prestasen la atención requerida.» Continuó describiendo su día escolar, todo lo que había visto y escuchado. Pudo ver el salón de clases, a cada uno de sus compañeros, algunos poniendo atención, otros riendo entre sí, otros garabateando dibujos en sus cuadernos. Entre ellos se encontraba Violet, con un oído concentrado en la clase, escribiendo lo que el profesor explicaba con pasión, y el otro escuchando lo que a su alrededor pasaba, las conversaciones de sus compañeros y compañeras. Observó todas sus clases, su hora de almuerzo, y finalmente su recorrido a casa, donde describió cada planta que se cruzaba en su camino, pareciera que la flora crecía donde ella pisara.

Ya había llegado a su casa, se había tomado un pequeño descanso de la escritura, haciendo las tareas del hogar, ya que su padre no se dignaba a mover un solo dedo, solo dormía borracho junto a la chimenea. El narrador se había dedicado a narrar cada vez que su amiga debía alejarse de la libreta, lo cual no era demasiado tiempo a sus ojos. Narrar había quedado en el pasado para él, prefería aprovechar este poder que le había sido otorgado para observar aquello con lo que soñaba y acompañar a su amiga en los sinsabores de la vida que, a sus ojos, tenían tanto encanto como los momentos felices. Su voz profunda narraba de forma calmada pero sorpresivamente distraída aquel cuento que se encontraba frente a él. Una dulce princesa disfrutaba de la vida lejos del castillo, sin necesitar un príncipe, describiendo una y otra vez lo hermosa que era la vida, pero por más que los ojos del narrador la observasen, su mente estaba en otro lugar. La narración había perdido su encanto una vez conoció todo aquello a través de los ojos de Violet. Ni la escritura más antigua, más alabada y más poética se compararía jamás a todo lo que su narrativa le transmitía. Se había vuelto su mundo entero.

Violet regresó en menos tiempo de lo que él esperaba, lo que le hizo abandonar nuevamente el Libro para sumergirse en la conversación.

«Regresaste bastante pronto, ¿sucedió algo?»

«¿Pronto?» Cuestionó ella. «Han pasado tres horas, dormí una siesta. Realmente tienes una extraña percepción del tiempo» Una carcajada salió de sus labios, era cierto, el tiempo no pasaba con la misma rapidez para ambos, pero no era su culpa.

Él jamás había experimentado aquello conocido como "sueños", simplemente todo se iba a negro por unos segundos mientras descansaba, por lo que le intrigaba bastante los bizarros escenarios que la mente de Violet podía crear de la nada misma. Había leído que aquellas imágenes eran representaciones de sus vivencias, anhelos y miedos más oscuros, lo que le hacía interesarse aún más. Él tenía sueños y miedos y aun así no podía experimentarlo, era un completo enigma para él.

«La verdad no, sentía mucho calor y además huele raro.» Aquello le dejó confundido. «Pero soñé contigo. Te encontraba de espaldas, ya que nunca he visto tu cara, pero sabía que eras tú, quería correr a abrazarte o hablarte, pero algo me detenía, algo me agarraba, y mi cuerpo ardía, y tú te desvanecías en el vacío.» Aquello le había dado un escalofrío, eso definitivamente calzaba con la descripción de una pesadilla. Estaba muy agradecido de no fuese más que eso.

«Eso suena desolador, me alegra que no sea más que un simple sueño.»

Violet no respondía, lo que se le hacía extraño al Narrador. Le dio unos minutos que se le hicieron eternos, hasta que pudo divisar una respuesta.

«Estoy tosiendo mucho, realmente huele raro aquí, y acabo de escuchar un ruido grande de algo cayendo en la sala de estar, revisaré y te comentaré enseguida.»

Sus cejas se arquearon en tono de preocupación, eso no sonaba para nada bueno. Decidió esperar pacientemente su respuesta, pero esta nunca llegó. Jugaba con sus pulgares, mirando nerviosamente a ratos la hoja, a ver si había noticias. Pensó en ir a narrar, pero sus emociones no le permitían levantarse. Su pierna se movía velozmente, ¿qué era esta sensación? Decidido tomó la libreta, queriendo escribir primero, pero ésta al tacto se sentía diferente. Un gran calor emanaba de ella, la cual terminó hiriendo la delicada mano del joven, obligándolo a soltar aquel objeto. Nunca había sentido algo así antes, mucho menos de una hoja. El ardor aún recorría sus dedos. Pasó la vista de su mano a su fiel y amada libreta, conexión preciada entre él y el mundo que tanto soñaba, conexión entre su mundo y Violet, su querida Violet, la cual empezó a sufrir inesperados cambios, tornándose dorada unos minutos antes de ennegrecerse y desmoronarse. El narrador no reaccionó a tiempo, y cuando se había dado cuenta ya era demasiado tarde. Las hojas, registro de todas sus vivencias junto a su amiga, su única amiga, se había convertido en cenizas y polvo.

Pudo sentir como su vista se nublaba, su cabeza daba vueltas y su corazón se aceleraba, sus manos empezaron a temblar, seguido de su cuerpo completo. No entendía que había pasado, o en realidad solo quería pensar que era un mal sueño, una ilusión, podía serlo, ¿no? Sentía que perdía toda fuerza en su cuerpo y que al mínimo descuido caería contra el piso. Una vez logró comprender todo, su respiración se aceleró rápidamente, mientras agarraba desesperadamente los restos de lo que había sido su felicidad por un tiempo.

—¡No! ¡No! ¡No, no, no, no, no, no, no! —Empezó como una plegaria con la voz quebrada y temblorosa, y se convirtió en desesperados gritos de ayuda. Intentaba deslizar los pigmentos negros por sobre las blancas hojas que quedaban, con la esperanza de que, tontamente, recuperaran su forma. Golpeó el suelo con frustración, para llevarse las manos a su cabello, respirando con dificultad mientras lloraba a mares, sus ojos iban de un lugar a otro rápidamente, y su cuerpo ya no daba más. El pánico y el dolor se apoderaron de él completamente, sin saber qué hacer. No podía aceptar que había perdido a Violet, no quería aceptarlo, no debía aceptarlo. Sus manos se cerraron con fuerza, jalando sus mechones negros como los restos carbonizados de lo que había sido su luz de esperanza. Ahora todo estaba a oscuras para él, había perdido su luz para siempre. Apoyó una de sus manos en el suelo. Ya nunca volvería a saber de ella, a ver los hermosos bosques que recorría cerca de su cabaña, a ver a su profesor regañar a sus compañeras, y lo más importante, no volvería a ver a Violet. No vería su sonrisa nunca más. Podía sentir que se quedaba sin aire, como si se ahogara, pero lo ignoraba completamente. Solo podía pensar en Violet, en sus hermosos ojos azules, su cabello rubio, su visión de la vida, su poema, sus escritos, sus sueños, sus pinturas. Solo podía pensar en ella.
Todo se tornó negro. Lo último que sintió fue su cuerpo chocar duramente contra el piso, su último pensamiento; su amiga, la que se había ido para siempre. Su vida había perdido completamente su sentido, estaba seguro de que ahora jamás podría ver el sol brillar.

La agonía del NarradorOnde histórias criam vida. Descubra agora