Capítulo Especial.

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La mujer anciana leía en su estudio, como se había hecho costumbre desde su juventud. Siempre poseía un semblante triste mientras su vista recorría los párrafos, llena de una melancolía que también transmitían sus obras. Era pintora, una de las más famosas en tiempos actuales, algo que consiguió con mucho esfuerzo y dedicación, pintando y pintando hasta que sus manos, ahora arrugadas y manchadas, estuviesen cansadas y adoloridas y no pudiesen dar ni una pincelada más. La joven mujer que la cuidaba se acercó a la habitación.

—Señora Sinclair, alguien la busca. Dice que es un escritor, quiere conversar con usted.

Su mirada celeste la observó unos segundos, cerrando su libro y dejándolo en la mesita del lado antes de responder a su empleada.

—Dile que pase a mi estudio, por favor. Gracias, Anne.

La joven asintió y se retiró. Se apoyó en los reposabrazos de su silla, levantándose cuidadosamente, para poder recibir a su invitado. No era primera vez que algún novelista o columnista le visitaba para hacerle preguntas sobre su vida y el significado de sus pinturas, había aparecido varias veces en periódicos e inclusive era referenciada en libros sobre arte. Una sonrisa nostálgica apareció en sus labios, realmente deseaba que tal vez, solo tal vez, él se pudiese toparse con los escritos que hablaban sobre ella y saber que lo había logrado.

Le había escrito miles de cartas, contándole todo lo que sus ojos, ahora ligeramente ciegos, podían observar. Le dedicó miles de cuentos, poemas y relatos, con la intención de que le llegasen algún día. Aquellas ganas de volverle a hablar había sido el engranaje detrás de todas sus obras desde hace años, logrando surgir tal y como él quiso. Esperaba se sintiese orgulloso de ella.

Finalmente sintió la puerta abrirse, relevando a un hombre alto, con cabellos azabaches como la noche misma y la piel pálida como la luna, de entre veinte y treinta años. Aquellos ojos grises la miraron incrédulo por unos segundos, sin procesar a la mujer que se encontraba parada frente a él. La señora le observó de pies a cabeza; de alguna manera sentía que conocía a este joven de alguna parte, pero no recordaba exactamente. ¿Habrá venido previamente a su hogar? Lo dudaba por su expresión, la que indicaba claramente lo contrario. ¿Habría sido entonces pariente de alguien de su pasado, un profesor de su infancia, un amigo de su familia quizás?

Volviendo en sí, agitó levemente su cabeza, saliendo del enmarañado mundo de sus pensamientos, ofreciéndole una sonrisa cálida al escritor.

—Bienvenido. Pase, siéntese. — —preguntó. —¿Quiere un café? Puedo pedirle a Anne que le prepare uno. —Pero no obtenía respuesta, lo cual la hizo voltear a verle extrañada. Seguía ahí de pie, en el mismo lugar, casi que congelado, observándola atentamente de la misma forma que al inicio. Ella frunció el ceño con confusión, sin entender qué estaba sucediendo. —Disculpe, ¿pasa algo? —pudo ver como el joven inflaba su pecho, contendiendo la respiración unos segundos antes de hablar, como si estuviese nervioso.

—¿Eres tú, Violet? —Estaba completamente confundida ante sus palabras.

—Eh... Si, yo soy Violet Sinclair, la pintora, ¿no es por eso que está aquí? ¿Le conozco de alguna parte, por casualidad? —Era casi imposible, incluso si él llegase a los treinta años de edad era demasiado joven como para haberle conocido de alguna parte que no fuese ser el hijo de alguna de sus amigas o de algún compañero de rubro; además, había hablado de ella como si tuviesen confianza, cosa que no era así. Jamás le había visto en su vida, pero actuaba como si la conociera de hace años. Estaba intrigada.

—dijo, tratando de contener la sonrisa que se formaba en su rostro; — soy Nash, el narrador. —Sintió su corazón detenerse, al igual que el mundo a su alrededor.

La agonía del NarradorWhere stories live. Discover now