Fragmento.

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El joven, recién salido del mundo de la narración, consiguió un trabajo y un techo gracias a Marisa, quien habló con una pareja de ancianos que conocía desde hace un tiempo, contándoles que su amigo no tenía familia ni a donde ir y que si podía quedarse a cambio de hacer los quehaceres del hogar. Ellos, conmovidos por la historia y la actitud educada y amable del chico decidieron aceptarle en su casa a cambio de la ayuda. Marisa estaba en sus últimos meses de preparatoria, preparándose para ir a la universidad, ya que gracias a su amigo había logrado ponerle empeño y motivación a sus tareas y exámenes y logró alcanzar el promedio, destacando en ciertas áreas que eran más de su interés. La joven iba a visitarles cada vez que podía, llevando dulces y sus materiales de dibujo, creando retratos de los ancianos y de la vieja casa donde viven.

Él se encontraba limpiando, hasta que tuvo que entrar al baño, en donde vio frente a él a un completo extraño, el cual le miraba fijamente y copiaba cada uno de sus movimientos. Asustado, gritó por Marisa, ya que el matrimonio había salido de compras, la cual llegó rápidamente a la habitación.

—¡Marisa, ven rápido!

—¿¡Qué pasa, Nash!?

—¡Alguien se metió a la casa!

La cara del joven denotaba aún más confusión al ver asomarse a Marisa al lado de aquel hombre misterioso, a la vez que podía sentirla a sus espaldas. Su mirada pasó de aquella persona a Marisa, de Marisa a la otra joven idéntica a ella y así. La chica, al darse cuenta de qué sucedía, se echó a reír.

—Nash, ese no es un extraño, es un espejo.

—¿Espejo? —Preguntó, procesando. Jamás había visto uno en persona, eso significaba... —Entonces, ¿éste soy... yo?

—Si, esa persona eres tú, y esa a su lado soy yo.

Sus ojos grises se quedaron observando fijamente la mirada similar que intercambiaba con su reflejo, acercando su mano lentamente, tocando la superficie. Una vez comprobó que se movía a la misma velocidad que él, se llevó la otra mano a la cara. Sus manos sentían aquella nariz prominente, la cual su reflejo mostraba, tocándola de la misma forma. Una sonrisa se formó en sus labios, mientras las carcajadas salían de su boca.

—Soy yo... No puede ser, ¡soy yo! — No podía contener toda la emoción que le provocaba poder tener una imagen fidedigna de su rostro al fin. Podía verse, tocarse y comprobar que era tan real como Marisa, que no era una ilusión creada por su antiguo mundo. La joven se acercó, abrazándolo por detrás y dándole un beso en la mejilla. Ambos estaban felices de poder estar ahí, uno junto al otro, tan reales como los sentimientos que tenían mutuamente. Parte de sus sueños se habían cumplido, y esperaba alcanzarlos aún más al lado de aquella mujer que amaba y, ahora que le conocía, al lado de su reflejo.

La agonía del NarradorWhere stories live. Discover now