Capítulo 10

140 39 19
                                    

El narrador sostuvo entre sus manos aquella imagen de esperanza y se levantó, dejando al libro de lado. Eso no era importante ahora, narrar ya no era importante desde que se dio cuenta de que es posible convivir con el mundo exterior y formar parte de él, de que era mucho más que un simple narrador, obligado a observar desde afuera, encerrado en un solitario mundo similar a una caja de zapatos.

Tan pronto dio un par de pasos un punzante y agudo dolor se apoderó de su cabeza, tensando su cuerpo y soltando accidentalmente la fotografía, agarrándose los costados del cráneo, buscando detenerlo, cerrando sus ojos con fuerza. Lejos de desaparecer, el dolor se intensificaba con cada segundo. Se sentía como si alguien estuviera apuñalando su cerebro desde adentro, atravesando los nervios de su rostro. Una vez abrió nuevamente los ojos se fijó en la fotografía que, para horror del joven, estaba desapareciendo lentamente frente a él. Sus manos, actuando por impulso, ignorando por completo el dolor que invadía su cuerpo, tomó entre sus brazos aquel paisaje que siempre deseó ver, que le había dado una visión de la vida que ni el cuento más bello podría mostrarle. La observó, con sus ojos llenos de lágrimas a causa del dolor físico y de la situación, y la presionó contra su pecho con fuerza, intentando que se quedara; pero fue inútil. Lo último que le quedaba de Marisa se le había escapado como agua entre los dedos.

Cayó de rodillas al suelo, aún con sus manos en un abrazo en el pecho, como si aún estuviese Marisa entre sus brazos. Pudo ver por la esquina de su mirada que el libro se encontraba nuevamente frente a él. ¿Cómo es que se había movido? No, más bien, ¿qué hacía aquí? Levantó su mirada y analizó las páginas, las cuales no eran iguales que siempre; era una novela de desamor que ya había narrado con anterioridad, pero esta vez tenía ciertas frases y letras destacadas de lo demás. Si las juntaba, se podía leer un mensaje.

«¡...no importa!» Decía. «Vuelve. a. N. A. R. R. A R.»

Su sangre se heló por completo. ¿Estaba este mundo comunicándose con él? ¿Era capaz de tal cosa? Frunció el ceño, molesto ante sus palabras, levantándose de golpe. No pensaba hacerle caso, no pensaba renunciar a Marisa. Su autor había decidido poner a Marisa en su vida, estaba seguro, y si pudo ver cómo ella intentaba escribirle nuevamente significaba que ese mismo autor no deseaba sacarla aún. Lucharía por la joven, por sus ojos color miel, su despampanante sonrisa, sus cálidas palabras y por el amor que sentía por ella, que era tan grande y fuerte que ni destruyéndolo todo desaparecería, jamás.

—¡No vas a lograr lo que quieres, me cansé de ser un observador, un narrador! — Gritó determinado. —Volveré a encontrarme con Marisa, ¡y ni tú ni mi mismísimo autor podrán evitarlo! ¡Ella y yo merecemos ser felices! —Nuevamente aquel horrible sufrir inundó no solo su cabeza, si no su cuerpo también. Intentó mantenerse de pie, pero le fue imposible, volviendo a arrodillarse, agarrándose la cabeza con fuerza, rechinando los dientes de dolor. Esta vez era como si alguien estuviese clavando mil agujas en su sistema nervioso, siendo tan terrible la sensación que todo su cuerpo cedía. Estaba mareado, su vista nublándose de vez en cuando a causa del sufrimiento. El libro volteó solo sus páginas, algo que no pensó fuese posible, para mostrarle otra vez su pensar.

«¿'Autor'?» El texto era una biografía sobre el escritor de algún libro, volteando rápidamente las hojas nuevamente, yendo de escrito en escrito resaltando palabras, continuando su oración. «Tú. No tienes. Autor. ¡No eres! Un personaje.» Aquellas palabras cambiaron su expresión a una de horror. «No existe un dios. Para ti. Eres un. N. A. R. R. A. D. O. R. Existes para. N. A. R. R. A. R.» Negó con su cabeza rápidamente, era imposible; si de verdad fuese así, ¿por qué, ¿cómo es que pudo contactarse con el exterior? No lo entendía para nada, pero aquel mundo, que era quién sabía el porqué de su existencia, le estaba aclarando aquella duda; y la respuesta no le gustaba. No quería ser un narrador, de verdad que no. Quería ser humano, quería tener control sobre su vida, sus acciones; quería salir de allí y encontrarse con Marisa; quería tocar el pasto bajo sus pies, oler las flores, tocar la frialdad del agua. Si tiene todos estos deseos y esta capacidad de sentir, ¿por qué, Dios, ¿por qué era un narrador? Era completamente injusto; podía sentir su cordura desmoronarse allí mismo. «Tú no debes. Ser feliz. No puedes. Es solo un pequeño error.» Continuó.

«Detente.» Exigió. «No sabes. Qué estás haciendo. No hay. Salida.» Pero fue ignorando completamente, mientras colocaba los trozos de papel en el suelo, formando la oración "Marisa, vuelve por favor. Ayúdame." Cada célula de su cuerpo se encontraba en constante agonía. El tormento físico no se compara al mental, el cual amenazaba con destruirlo. No tenía un Dios, no tenía un autor, lo único que tenía en su vida era ella. Necesitaba que le viniese a buscar, sin importar qué. No aguantaría mucho tiempo más.
La habitación comenzó a parpadear nuevamente, borrando letra a letra lo que él había escrito, duplicando su dolor. Era como si una cuchilla le arrancase la piel, como si sus rodillas fuesen destruidas a golpes, su pecho privado de oxígeno, lo suficiente para alterarlo pero no para matarlo, y su cara fuese machacada hasta que su cerebro se destruya. Podía sentir algo escurrir de su nariz, y al tocarlo pudo ver un líquido negro manchar su mano; ¿era esto sangre? ¿Así era la sangre de un narrador? Si era cierto, tal vez era verdad que no era humano.

Sentía su cuerpo pesado, ya no podía respirar, por lo que se dejó caer, pero no tocó el piso; algo lo atrapó en sus brazos. Abrió sus ojos lentamente, recuperando la conciencia, para ver un rostro bastante familiar frente a él, con lágrimas en sus ojos dorados, abrazándole con fuerza, sin entender una palabra de lo que decía.

—¿Marisa? Fue lo primero que atinó a decir, la chica sonrió enormemente de alivio al ver que no se había ido, apretando aún más el abrazo.

—Nash, mi Nash, estás vivo. Gracias a Dios, estás con vida.

—Marisa... —Sus manos, grandes a comparación, temblorosas por el agotamiento, se dirigieron lentamente al rostro de aquella mujer, acariciando suavemente sus mejillas, limpiando a su vez las lágrimas. Entonces cayó en cuenta de que podía tocarla; no era una alucinación, un ángel o la foto que tanto apreciaba, era la Marisa real. Estaba ahí, junto a él. Había respondido a su llamado. —¿Cómo llegaste aquí?

—Te estuve buscando por meses, no supe nada de ti hasta ver aquellos recortes con mi nombre. Entonces supe que eras tú. —Tuvo una pequeña pausa en la que suspiró. —Busqué y busqué como encontrarte, hasta que encontré un libro que hablaba sobre ti. —Los ojos grises del joven se ampliaron, sorprendidos. —Pensé que solo habías sido ficción, que todo me lo había imaginado, hasta que leí el mismo mensaje de auxilio dirigido a mí en su última página. Tan pronto la vi, me transporté aquí. Te vi sangrar, moribundo, pensé que... —Hizo una mueca de tristeza, tratando de aguantar inútilmente el llanto. Presionó al pelinegro contra su hombro, acariciando su cabello oscuro como la tinta. —Pero te encontré, finalmente te encontré, y te voy a sacar de aquí, justo como prometí.

Las lágrimas se asomaron por su cara, rodando por su expresión de asombro. No podía creerlo, no solo Marisa había cumplido su promesa y se encontraba allí, abrazándolo, si no que él tenía un autor. Aquel ser todopoderoso al cual le rogaba que Marisa se quedase a su lado había escuchado sus plegarias. Rápidamente sus brazos la envolvieron con fuerza, mientras unas carcajadas resonaban en las invisibles paredes del mundo de la narración.

— Marisa, ¡mi Marisa, estás aquí! —ignorando que su cuerpo aún se encontraba débil, lleno de júbilo agarró a la joven por la cintura, levantándola en el aire, dando vueltas mientras reían.

Finalmente, la alegría había florecido, llenando su mundo acromático con las voces entremezcladas del antiguo narrador y la chica multicolor. Dejando lentamente de girar, unieron sus frentes, mirándose a los ojos, agradecidos de poder contemplarse y sentirse en persona por primera vez. Una luz los envolvió mientras desaparecían de aquel triste y melancólico mundo, tan grande pero vacío, que le había traído tantas maravillas como desgracias, para poner punto final a esta historia y comenzar una nueva, esta vez, en el mundo real; terminando con aquella agonía que tanto había deseado borrar desde que había comenzado mi historia. Éste era el fin de la agonía del narrador.

La agonía del NarradorWhere stories live. Discover now