Capítulo 1

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Liberado finalmente de los brazos de Morfeo, el hombre apoyado en uno de los tantos muros del cuarto abrió sus ojos con lentitud hacia la palidez que le rodeaba, desprendido de la fatiga física pero no del cansancio emocional que le consumía con el pasar del tiempo. Pero, ¿qué era exactamente el tiempo para él? No había reloj que le dijese las horas pasadas mientras dormía ni tampoco un sol que le indicase el ir y venir de los días. Podría haber dormido meses, años o tal vez solo segundos y nunca lo sabría. Entonces, ¿qué era el tiempo exactamente?

Se estiró levemente en su lugar antes de volver a quedarse con la vista fija en la nada, reflexionando como acostumbraba hacer la mayor parte del tiempo, ya que el silencio de la voz es el momento en el que habla la mente. Además de narrar, el Narrador no tenía otras actividades prioritarias que atender, no tenía necesidades que deseara satisfacer periódicamente más que disipar su aburrimiento. Narrase o no, pareciera que todo sigue tal cual, como si nada realmente importase.

Rondaba constantemente una pregunta en su cabeza la cual jamás obtenía una respuesta clara que le dejase aliviado y tranquilo. ¿Era él realmente un ser humano? Esa duda solía presentarse la mayor parte del tiempo cuando miraba aquellos seres a los cuales narraba su existir. Cada vez que uno de estos aparecía en los relatos tenía bastantes similitudes físicas con él, pero a la hora de actuar las discrepancias eran notorias. Ellos seguían rutinas que incluía cosas completamente distintas a aquellas que él ejecutaba.

Observó sus manos, pálidas y con dedos largos, similares a las de los libros, y reflexionó. El Narrador jamás necesitó comer, nunca tuvo preocupaciones que incumbiesen algo fuera de su propia persona, en cambio los demás sí. Había cosas que necesitaban para seguir vivos, pero él no necesita nada, ¿es entonces uno de ellos o simplemente es una imitación? ¿era él un sueño, una ilusión o un ente? Era plenamente consciente de que jamás se presentaría respuesta a su incógnita, lo cual le llenaba de frustración y melancolía.

Cuando sus ánimos decaen de esta forma, el joven solitario suele dormir para acallar las dudas o se dedicaba a buscar otras actividades que le distraigan de la amargura que es su mente. Uno de sus principales pasatiempos era dibujar, retratar el rostro de aquellas personas que él pensaba haber conocido en las visiones que sus lecturas le otorgaban, acariciar las hojas suavemente con el bolígrafo mientras los rasgos y facciones aparecían lenta y cautelosamente. Montones de rostros adornaban cada rincón de las libretas que poseía, pero ninguno de esos rostros era suyo. Ninguno sabía quién era él, ninguno se percataba de su existencia, simplemente miraban al frente con sutiles sonrisas.

La vez que El Narrador pensó en hacer un retrato de él mismo para dejarle evidencia a su consciencia de que existía, se dio cuenta de que jamás había visto su rostro realmente, ni siquiera podía confirmar que era verdad que poseía uno. Asustado ante aquel desolador pensamiento, Con aquella información proveniente de su mano intentó poner los datos en orden y poder visualizar algún rostro que, según pensaba, sería su propio rostro, pero fue en vano. No lo consiguió. Se quedó mirando el vacío de la hoja mientras sus lágrimas se acumulaban para luego resbalar y caer juntas en la libreta, como si ante el inútil esfuerzo de graficarse a sí mismo, intentase reconfortarlas y compensarlas por ello.

Se quedó mirando el resto de retratos. Lo que el más anhelaba era una vida para él solo, donde experimentase cada tipo de emoción existente con el transcurso de los días. Conocer a aquellos seres tan particulares y maravillosos que existían en las páginas de un libro y en la creatividad del escritor, pero, ¿qué era realmente el escritor? ¿Un ser capaz de crear universos completos llenos de personas era una persona también? ¿Lo sería él también? ¿Y si-

Antes de que la ansiedad le consumiese la mente por completo como había sucedido en otras ocasiones, sus ojos se detuvieron en una cara específica entre las libretas. Una joven de rasgos finos, cabello largo y rizado que caía delicadamente en sus hombros y una mirada que connotaba inocencia y belleza pura, aquella mirada y sonrisa calmó en cierta forma todo el manojo de nerviosismo que se encontraba sentado allí. Aquella era una de las protagonistas de su historia favorita, la cual le había cautivado con su alegría y su dulzura, su calma y su amabilidad. El hecho de que estuviese narrando en primera persona, desde el punto de vista de su fiel amante, ayudó para que cayese rendido a sus pies con facilidad. Amaba verla sonreír, sentada en su habitación mientras sus delicadas manos volteaban las hojas de su novela favorita tal cual lo hacía él. Sentía una conexión con ella, inclusive si era distante, como un sueño, y no pudiese decirle nada sobre sus sentimientos. La amaba. Le quemaba por dentro que quien la sostuviese entre sus brazos fuese el personaje protagónico, que sus sentimientos no hacían más que eco entre los muros y las páginas y que jamás llegaría a oídos de aquella muchacha, sabiendo que estaba escrito desde antes que ella terminaría amando al joven que el narrador interpretaba en esos momentos. Pero entonces, todo dio un vuelco completamente inesperado. Sus ojos estaban atónitos e incrédulos mientras su voz era forzada a describir con detalle como la sangre derramada proveniente de la cabeza de una joven que yacía inerte, se esparcía por aquel piso de madera. Aquellos ojos sin vida miraban el vacío de la casa al pie de la escalera por la cual había sido empujada, y como desaparecían los signos vitales del bebé que albergaba en su vientre. Como el chico sentía la impotencia de no poder hacer nada y se quedaba paralizado ante la escena, escuchando los pasos del padre de quien había sido su amada bajando lentamente por la escalera, mirando con recelo el cadáver de lo que fue alguna vez su hija.

Esa escena jamás se borró de su mente. No importaba cuanto narrara, el final sería siempre el mismo. Aquella persona que irradiaba luz a quienes le rodeaban había sido extinta demasiado pronto por quien le dio vida. Pudo sentirlo todo. Pudo sentir el dolor y el miedo carcomiéndola mientras se golpeaba con los escalones, aterrada por lo que sería de la vida de su hijo. Contando cada golpe mientras la vida se le escapaba de las manos. No sobrevivió ni tampoco recibió justicia, simplemente ese fue el final de todo.

Acarició el dibujo con sus manos, sus ojos llenos de ternura y melancolía se hipnotizaban ante esos ojos, sus fríos y delgados labios se arquearon en una sonrisa mientras continuaba su observación. Sentía una conexión con ella; ambos habían existido al mismo tiempo, aunque jamás se hubiesen hablado, pero, aunque se hubiese presentado aquella oportunidad, ¿cómo podría alguien que lo único que conoce es narrar, quien sólo conoce aquello que está escrito y que tiene tan poca habilidad comunicativa que narra hasta su propia historia, entablar conversación con alguien como ella?

Un triste suspiro salió de su boca, sus manos ocupadas, una en apoyar su cabeza y la otra en acariciar el retrato, y sus ojos se cerraban en busca de una paz momentánea que no existía. Los humanos tienen necesidades básicas que desean satisfacer a toda costa, El Narrador solo guarda una de ellas en su corazón. Dejar de sentirse tan desolado y miserable.

La agonía del NarradorUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum