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Uno, dos, tres... Siete, nueve, once, quince.

Uno, dos, tres... Siete, nueve, once, quince.

Uno, dos, tres... Siete, nueve, once, quince.

Los conocía de memoria, había pasado más tiempo con ellos en los últimos meses, que con la compañía de un ser vivo. Había resultado completamente placentero adentrarse en aquellas quince historias, en aquellas miles de páginas y millones de palabras.

Era mejor vivir la vida de aquellos personajes, que seguir viviendo día a día la suya.

La colección que la mujer que amaba había abandonado en aquel lugar era maravillosa, eran los mejores libros que había podido leer en su vida. Desde Harry Potter, hasta la búsqueda de un asesino de un perro.

La mayoría de las historias que ella había leído en toda su vida, habían culminado con un final hermoso donde los protagonistas conseguían el amor, o lograban La Paz interior; pero los libros ahí no hablaban de eso. Los libros ahí le habían enseñado que no todo es color de rosa y que no siempre existen finales felices.

Lauren se había ido, Lauren había dejado todo lo que tenía por alejarse de ella, por un corazón roto.

Sabía que no habría un final feliz para ella, sabía que no volvería a verla jamás... Pero se resistía a ello.

¿Cómo podría seguir respirando si perdía la esperanza de poder estar con aquella mujer?

¿Cómo podría ser posible que la vida le jugara tan mal cuando se trataba de amor verdadero?

¿Cómo podría dejar de amar a Lauren?

Uno, dos, tres... Siete, nueve, once, quince.

Volvió a contar Camila los libros que estaban apilados en aquel mueble viejo.

Sus labores diarios siempre eran los mismos, había decidido que ser modelo no resultaba tan placentero como cuando la fotógrafa era su Lauren, así que compro un nuevo caballete, lienzos en blanco y cientos de pinturas y pinceles; porque no podía encontrar una mejor manera de exponer sus sentimientos que pintando unas cuantas rayas que ante los ojos de los demás eran arte, pero ante los suyos era sólo ausencia.

Su nuevo caballete estaba instalado en la sala donde alguna vez un par de hermanos la descubrieron desnuda en pleno acto, mientras que el viejo estaba en - lo que se suponía - era su habitación de su nuevo departamento.

Después de aquella revelación que evitó que ella se casara con Alexander, tomo sus cosas y se mudó a uno nuevo, lo más cerca posible de la décima avenida.

Su nuevo departamento era mucho más pequeño que el anterior un baño, una cocina lo suficientemente amplia, una sala de estar que tenía el espacio para un comedor de cuatro personas y una habitación. No necesitaba más porque realmente jamás dormía en aquel lugar, ni siquiera había tenido la decencia de comprar una cama, el sofá era suficiente si algún día decidía pasar la noche ahí.

Su ropa, sus libros, la mayoría de sus pinturas y su tiempo, estaban en aquella casa de la Jolla que habían dejado los señores Jauregui a su hija mayor.

Lauren jamás se había tomado el tiempo de mostrarle una fotografía de aquellas personas tantas veces había ido a visitar en la ciudad de New York, pero en una de sus largas sesione de llanto sobre la cama de la infancia de la ojiverde, encontró en un librero un viejo álbum de fotos donde Camila terminó deseando que sus hijos fuesen igual de hermosos que esa Lauren de cinco años que podía ver. Esa sonrisa, esos ojos y esos hoyuelos que se le formaban a Lauren en cada sonrisa... Daría la vida por volver a verlos aunque sea un segundo.

With Me (CAMREN)Where stories live. Discover now