Capítulo 3.

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Los Quileutes y los Fríos.

El sacrificio de la tercera esposa.
Muchos años después de que Taha Aki abandonara su espíritu lobo, cuando había alcanzado la edad provecta, estallaron problemas en el norte con los makah a causa de la desaparición de varias jóvenes de su tribu. Los makah culpaban de ello a los lobos vecinos, a los que temían y de los que desconfiaban. Los hombres lobo podían acceder al pensamiento de los demás mientras estaban en forma lupina, del mismo modo que sus ancestros, por lo que sabían que ninguno de ellos estaba involucrado. Taha Aki intentó tranquilizar al jefe de los makah, pero había demasiado miedo. Él no quería arriesgarse a una lucha. Por eso, encomendó a su hijo lobo Taha Wi, el mayor, la tarea de descubrir al verdadero culpable.

»Taha Wi emprendió una búsqueda por las montañas con cinco lobos de su manada en pos de cualquier evidencia de las desaparecidas. Hallaron algo totalmente novedoso: un extraño olor dulzón en el bosque que les quemaba la nariz hasta el punto de hacerles daño.

Encontraron débiles vestigios de fragancia y sangre humanas a lo largo del rastro. Estaban convencidos de seguir al enemigo adecuado.

El viaje les llevó tan al norte que Taha Wi envió de vuelta a los más jóvenes para informar a Taha Aki.

Taha Wi y sus dos hermanos nunca regresaron.

Los más jóvenes buscaron a sus hermanos mayores, pero sólo hallaron silencio. Taha Aki lloró a sus hijos y deseó vengar su muerte, pero ya era un anciano. Vistió sus ropas de duelo y acudió en busca del jefe de los makah para contarle lo acaecido. El jefe makah creyó en la sinceridad de su dolor y desaparecieron las tensiones entre las dos tribus.

Un año más tarde, desaparecieron de sus casas dos jóvenes doncellas makah en la misma noche. Los makah llamaron a los lobos quileute rápidamente, que descubrieron el mismo olor dulzón por todo el pueblo. Los lobos salieron de caza de nuevo.

Sólo uno regresó. Era Yaha Uta, el hijo mayor de la tercera esposa de Taha Aki, y el más joven de la manada. Se trajo con él algo que los quileute jamás habían visto antes, un extraño cadáver pétreo y frío despedazado. Todos los que tenían sangre de Taha Aki, incluso aquellos que nunca se habían transformado en lobos, aspiraron el olor penetrante de la criatura muerta. Este era el enemigo de los makah.

Yaha Uta y sus hermanos encontraron a la criatura con apariencia de un hombre, pero duro como el granito, con las dos chicas makah. Una ya estaba muerta en el suelo, pálida y desangrada. La otra estaba en los brazos de la criatura, que mantenía la boca pegada a su garganta. Quizá aún vivía cuando llegaron a la espantosa escena, pero aquel ser rápidamente le partió el cuello y tiró el cuerpo sin vida al suelo mientras ellos se aproximaban. Tenía los labios cubiertos de sangre y los ojos eran rojos.

Yaha Uta describió la fuerza y la velocidad de la criatura. Uno de sus hermanos se convirtió muy pronto en otra víctima al subestimar ese vigor. La criatura le destrozó como a un muñeco. Yaha Uta y su otro hermano fueron más cautos y atacaron en equipo, mostrando una mayor astucia al acosar a la criatura desde dos lados distintos. Tuvieron que llegar a los límites extremos de su velocidad y fuerza lobuna, algo que no habían tenido que probar hasta ese momento. Aquel ser era duro como la piedra y frío como el hielo. Se dieron cuenta de que sólo le hacían daño sus dientes, por lo que en el curso de la lucha fueron arrancándole trozos de carne a mordiscos.

Love at first sight #Book1Where stories live. Discover now