El café de las 3:30

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Salí dispuesta a mejorar mi día. Me negaba a decir eso de "Nada podría empeorarlo", porque estaba segura de que empezaría a llover o me caería un piano en la cabeza o algo así. Así que yo siempre decía que podría haber sido peor.

Entré en el bar de la esquina. Y, como siempre, allí estaba. Por eso siempre iba allí cuando necesitaba ánimos.

Solo con verle me inundaba una sensación extraña, como un hormigueo. La sensación era agradable.

Él era el mejor en su trabajo. Esbelto y trajeado. Los uniformes me perdían. No conocí nunca a nadie a quien haya intentado hacer feliz y no haya acabado con una sonrisa de oreja a oreja.

Y para rematar era puntual.

Mi café siempre estaba a las 3:30.

Pequeños fragmentos inconexosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora