Veinte años

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Le dijeron que esperara veinte años. Y así lo hizo.

El primer año pasó muy lento. No podía dejar de pensar que veinte eran muchos años, que tendría que esperar sin hacer nada y que no podía acelerar el tiempo.

Los dos siguientes pasaron algo más rápido. Siempre tenía presente la espera, pero conseguía pensar de vez en cuando en otra cosa.

Del cuarto al sexto se dedicó a recordar de nuevo lo que pasaría. Tenía miedo de que se le olvidara y de que la espera no hubiera servido de nada. Se lo recordaba a sí mismo todos los días, con un cartel en la puerta de su dormitorio. El acordarse todas las mañanas antes de salir de casa pasó a ser un ritual.

Pero en el séptimo todo cambió. Porque el amor lo cambia todo. Desde responsabilidades hasta objetivos. Desde ideas hasta acciones.

Los cinco primeros años de romance fueron bien. Sin apenas complicaciones.

Pero a partir del duodécimo año de espera, todo volvió a cambiar: el amor ya no era como antes. Se había acabado. Al igual que sus recuerdos de la espera y su objetivo.

Pasó el siguiente año intentando recuperar su vida anterior. La vida en la que esperaba con impaciencia algo que pasaría veinte años después. Pero no lo consiguió.

Siguió intentándolo durante siete años más. Continuó buscando por todos lados lo que le entretenía antes de que todo cambiara. Por todos lados excepto por donde lo conseguiría: olvidó buscar en sí mismo.

Y el plazo acabó. Y los veinte años de espera no sirvieron para nada.  

Pequeños fragmentos inconexosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora