Capitulo 43

23 2 0
                                    

      Ante las astas del toro. 

Después de que Hemme diera por terminada su clase, la noticia de mi exhibición se extendió por toda la universidad como un reguero de pólvora. Deduje, por la reacción de los alumnos, que el maestro Hemme no era un personaje muy querido.

Me senté en un banco de piedra delante de las dependencias y los estudiantes me sonreían al pasar, otros me saludaban con la mano o riendo levantaban el pulgar. Esa notoriedad me complacía, pero, al mismo tiempo, una fría ansiedad comenzaba a crecer dentro de mí.

Me había enemistado con uno de los nueve maestros, necesitaba saber hasta qué punto me había metido en un lío.

Cené en la cantina, pan moreno con manteca, estofado y porotos. Manet estaba en mi mesa. Con aquella mata de pelo parecía un enorme lobo blanco. Simon y Sovoy se quejaban por la comida, y especulaban qué clase de carne debía de ser la del estofado. Para mí, que llevaba menos de un ciclo lejos de las calles de Tarbean, era una comida maravillosa. Sin embargo, lo que estaban diciendo mis amigos me estaba haciendo perder el apetito rápidamente.

—No me interpretes mal —dijo Sovoy—, los tenés bien puestos, eso nunca lo pondría en duda; pero aún así —hizo un gesto con la cuchara— te van a colgar por esto.

—Eso si tienes suerte —intervino Simon—, porque se trata de un caso de felonía, ¿no?

—No es para tanto —afirmé con más convicción de la que tenía—. Lo único que hice fue calentarle un poco el pie.

—Todo acto de Simpatía dañino entra en la categoría de felonía —Manet me apuntó con su trozo de pan y arqueó sus alborotadas y entrecanas cejas con gesto serio—. Tenés que elegir mejor tus batallas, estate al margen de los maestros. Si te agarran manía, pueden hacer de tu vida un infierno.

—Empezó él. —Respondí con resentimiento y con la boca llena de porotos.

Un joven se acercó corriendo a la mesa, estaba jadeando. —¿Sos Eleonor? —me preguntó, mirándome de arriba a abajo. Asentí, y de pronto se me hizo un nudo en el estómago— Tenés que presentarte en la sala de profesores.

—¿Dónde está eso? —inquirí— Solo llevo un par de días acá.

—¿Pueden enseñárselo ustedes? —preguntó el chico, viendo mis compañeros— Yo tengo que ir a decirle Jaymeson que la encontraron

—Yo la acompaño —dijo Simon, apartando su cuenco—. De todas formas, no tengo hambre.

El chico se marchó y Simon hizo ademán de levantarse de la mesa. —Esperá —le interrumpí, señalando mi bandeja con la cuchara—, todavía no terminé.

Se le dibujó la preocupación en el semblante. —No puedo creer que estés comiendo —entonces Sim sacudió un poco la cabeza—. Si yo no puedo comer, no puedo entender cómo podés hacerlo vos.

—Tengo hambre —contesté—. No sé qué me espera en la sala de profesores, pero segura que puedo afrontarlo mejor con el estómago lleno.

—Te van a poner ante las astas del toro —explicó Manet—. Esa es la única razón por la que te ordenarían ir allí a estas horas de la noche.

 𝚂𝚒𝚗 𝚂𝚊𝚗𝚐𝚛𝚎 Where stories live. Discover now